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Perdón de Dios

--- Buenos días, saludó Arteaga, ¿que pasó?
--- Encontraron una niñita de nueve años muerta…cerca de Puente Alto, Sr. Fiscal, no conocemos los detalles, pero parece ser violación con homicidio.
--- ¡Nueve años! Lamentó el Fiscal, ¿A quien podía hacerle daño?
En silencio recorrieron las calles desiertas a esa hora, las balizas teñían de un rojo fantasmal las superficies reflectantes, de los coches estacionados y de las ventanas, aún quedaban algunos charcos de la lluvia que había caído horas antes; se veían como sangre.
Desde el grupo se destacó un hombre corpulento vestido informalmente.
---Soy el Capitán Romero de la Prefectura Sur se presentó, extendiendo su mano.
El Fiscal estrechó la mano extendida con firmeza y preguntó con aire profesional: --- ¿Qué es lo que tenemos aquí?
El Capitán resumió lo que sabía, mientras caminaban hacia el grupo de personas: Recibimos una llamada de una mujer que encontró un cuerpo entre las basuras. Como puede ver en este extremo de la cancha hay varios contenedores de basura que usan los vecinos de la villa…Señaló el grupo de edificios de cuatro pisos que rodeaban el área destinada a las canchas de fútbol… Vienen o a botar basuras o a recolectar desechos utilizables; el hecho es que entre las bolsas la Sra. (señaló una delgada mujer que retorcía sus manos en el regazo) vio un pie y luego descubrió que se trataba de una pequeña de entre ocho y nueve años. Llamó al 133 y por el sector le tocó a la Prefectura Sur.
Manuel Arteaga, firmó las órdenes pertinentes y conversó con el médico forense del Instituto. --- ¿Cuándo tendremos los datos de la autopsia y los análisis?
--- Con la carga de trabajo que tenemos, con suerte en dos días. --- informó el Dr. Resnick, pero llámeme por si le puedo informar anticipadamente algunas conclusiones, ofreció.
El ánimo del Capitán Romero estaba peor que de costumbre su único hijo acababa de cumplir 10 años y además era su regalón. De solo pensar en los padres de la pequeña se sintió enfermo. En la comisaría ya trabajaban tratando de identificar a la niña.
La central de comunicaciones dio cuenta de una denuncia de presunta desgracia a las ocho y treinta. Se despachó una patrulla con las fotografías de la pequeña víctima y a las diez se había identificado sin lugar a dudas que el cadáver correspondía a Cecilia, alumna de un colegio cercano a las canchas y domiciliada en los edificios.
Mario Romero había llegado a Capitán tras servir casi 11 años en Carabineros, mientras reunía los datos del crimen para enfrentar a los padres de la pequeña, repasó mentalmente los muchos casos en los que había trabajado. Le costó mucho encontrar uno que se acercara a la brutalidad y al absurdo que advertía en este homicidio en particular: ¿Qué amenaza podía representar para el delincuente una niña de 9 años de edad?...Era conocido de la víctima, se dijo, ese es el motivo; ¡podía reconocerlo!
Cerca del mediodía estaba claro que Cecilia había abordado un furgón escolar conducido por el “Tío Pedro” que hacía el recorrido hacia la Villa Los Aleros, donde residían varios otros escolares de su colegio. Sus compañeros del transporte se habían bajado antes, en la cancha y Cecilia siguió en el vehículo con el chofer.
Se dio orden de buscar al Tío Pedro para interrogarlo, pero el furgón se había reportado al colegio con un desperfecto mecánico y no se presentó en la tarde. El domicilio del conductor registrado en el establecimiento se encontraba deshabitado largo tiempo; los vecinos indicaron que el propietario residía en el norte y había arrendado la casa un tiempo, pero hacía meses que nadie la ocupaba. Los vidrios rotos y la suciedad reinante lo confirmaban.
Por la matricula del vehículo se ubicó al dueño, quien sólo conocía al chofer por su nombre; como en muchos pequeños transportistas la relación laboral informal era habitual. El chofer Pedro Aránguiz, se investigó acuciosamente. Pronto se encontró un antecedente: Un Pedro Aránguiz Mena había cumplido una condena por estupro hacía cinco años en Chillán, llevaba cuatro años en libertad. ¿Sería el mismo?
Las fotografías y descripción confirmaron la identidad del “Tío Pedro”.
Acicateados por la indignación que produce el aleve asesinato de un niño, tres días después de encontrado el cadáver, los carabineros capturaron al sospechoso y el Capitán Romero avisaba al Sr. Fiscal que tenía en el calabozo al “Tío Pedro”.
El informe del forense del Instituto Médico determinó como causa de muerte una fractura craneal producida por golpes, presumiblemente contra el suelo. Esto lo avalaba una cantidad de piedrecillas incrustadas en la parte posterior de la cabeza de la pequeña, seguía una serie de consideraciones acerca del tamaño y profundidad de las heridas, la confirmación de violación post morten y presencia de semen en las cavidades vaginales y anal de la víctima.
Los análisis de ADN fueron concluyentes: el acusado mostraba un 98% de coincidencia con el semen extraído del cadáver. El Fiscal en una emotiva y brillante presentación demostró que el acusado no solo era culpable, sino además por ser reincidente en delitos contra menores se hacía acreedor al máximo posible de la pena permitida por la ley para tales casos.
La defensa aceptó la culpabilidad solicitando un juicio abreviado y una rebaja en la condena alegando que su cliente había cooperado con la investigación.
Naturalmente el Juez aceptó la solicitud de la defensa y sometió a proceso al Sr. Pedro Aránguiz Mena como autor de homicidio con abuso necrofílico del cadáver.
Una semana más tarde toda la prensa estaba en el Juzgado para escuchar la condena: El caso había impactado a la opinión pública tanto por la brutalidad de la acción, como por la rapidez con que se había llevado las investigaciones y el juicio.
En la sala se encontraba el Capitán Romero junto a los padres de la malograda Cecilia.
El Juez entró a la sala y entregó su veredicto: Tras la habitual cháchara legal, considerandos y otrosíes …se condena al imputado Pedro Aránguiz Mena a la pena de cinco años y un día en una Institución penal de Alta Seguridad. Téngase presente y cúmplase.
Un murmullo de asombro al comienzo, y de sorda indignación después fue recorriendo la sala, el público esperaba más: 10 o 15 años pedían los moderados, perpetua y la muerte, vociferaban los exaltados. El hecho es que la Fiscalía se reservó el derecho a apelar, lo mismo hizo la defensa.
La sentencia inicial prevaleció y todos se olvidaron de la indignación y del horror vivido, todos, menos Juan Carlos Pérez, el padre de Cecilia, la víctima del depravado Pedro Aránguiz.
Juan Carlos pasó los seis primeros meses luego del asesinato en un estado de extraña insensibilidad, sumido en el silencio se alejó de todas sus amistades, la esposa lo dejó tiempo después por no encontrar en él el apoyo espiritual que requería. El comentario de quienes lo conocían fue que el hombre había perdido la cordura, se encerró en si mismo y se olvidó de todo lo que había constituido su mundo. Subsistía gracias a que producto de un accidente de servicio el Ejército lo había pensionado.
A un año del crimen Juan Carlos se refugió en una parcela de su propiedad en las cercanías de la localidad de Paine y desapareció del ambiente que le recordaba a su hija. No hablaba con nadie, y los vecinos recordaban verlo trotando cada mañana en los límites de su propiedad. Como ex Comando su hábito del ejercicio diario era lo único reconocible de su anterior personalidad.
Pero Juan Carlos no olvidó a su hija: cada día recordaba su risa, sus manitos rodeando su cuello cuando llegaba a la casa, recordaba cada detalle del crimen y del juicio. Dos años habían transcurrido cuando ojeando el diario en un pequeño párrafo una noticia llamó su atención: Transportistas escolares protestan por exigencia de llevar un ayudante en su vehículo, rezaba el artículo, y la fotografía mostraba a los dirigentes de los transportistas de Maipú y en el ángulo inferior izquierdo una cara le atrajo de golpe su atención: Pedro Aránguiz estaba parado al lado de un vehículo amarillo detrás de los dirigentes.
Todo su silencio acumulado, la ira contenida por tanto tiempo, afloró en una especie de rugido profundo y sostenido. Sus ojos se nublaron de lágrimas y cayó de rodillas con los puños apretados en el centro de su sala. Luego, como lava de un volcán, el odio fue solidificándose y endureciéndose. Poco a poco se levantó y todas las sensaciones y sentimientos contenidos largamente dieron paso a una furia fría y controlada, abandonó su parcela, en silencio; tal como llegó, pero con una nueva determinación en sus ojos acerados.
Conforme a su entrenamiento, Juan Carlos se mimetizó en las calles de Maipú y provisto de la fotografía del diario, buscó pacientemente el colegio donde ésta se había tomado, dos días mas tarde dio con el establecimiento y se dispuso a esperar.
Por fin su vigilancia dio el fruto esperado, ahí delante suyo estaba el asesino de su hija, conduciendo un furgón escolar dos años después de haber sido condenado a cinco. ¿Qué pasó? ¿Se había fugado? No tenía respuesta, pero siguió persistentemente al furgón hasta descubrir el domicilio del asesino.
Pasadas las nueve de la noche se abrió la puerta de la casa y salió Pedro Aránguiz. Caminó hacia la esquina seguido por Juan Carlos, entró a un negocio de licores y salió al rato con una bolsa bajo el brazo, despreocupado y alegre, como si no hubiese nada de lo que pudiese arrepentirse. Cuando regresaba a la casa, Juan Carlos lo inmovilizó y con un puñal bajo su barbilla lo condujo al parque cercano.
Pedro, clamó por su vida, suplicó perdón y rezó con lágrimas en sus ojos; en la esperanza de que el corazón de su agresor se ablandase.
--- Por dios amigo, --- dijo --- perdóneme, no sabe cuanto me he arrepentido.---
Juan Carlos lo miró con sorna, y con una mueca feroz rebanó su cuello…
Consumada su venganza desapareció sin dejar rastro.
La policía investigó los antecedentes del padre de la menor, pero en la conducta y vida personal de Juan Carlos no existían elementos de violencia ni datos que lo hicieran sospechoso. Quienes lo conocían lo describieron como un hombre perturbado y taciturno, desconectado de la realidad.
Esa misma madrugada una pandilla de drogadictos había sido detenida con elementos robados del cadáver del transportista degollado y portando el arma asesina, estaban formalizados por asalto y homicidio.
Los diarios volvieron a publicar el prontuario del occiso y toda la semana se especuló acerca de su libertad.
Se criticó que no había llegado a cumplir el cincuenta por ciento de su condena…
Se cuestionó la puerta giratoria de las cárceles, la ineptitud de los Jueces, la falta de seguridad de la población…
Se criticó que los pandilleros quedaran en libertad por ser menores de edad…
El mundo siguió girando, el Capitán Romero ascendió a Mayor y Juan Carlos vendió su parcela y desapareció nuevamente en las profundidades de su desquiciado mundo interior, pero esta vez estaba en paz con su hija.
Había puesto al asesino al alcance de la justicia de Dios, si él todopoderoso quería perdonarlo era asunto suyo, él había cumplido con facilitarle la entrevista.
©Corguill

Texto agregado el 31-05-2007, y leído por 714 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-06-2007 Tal ves no sea la forma de hacer justicia pues de eso se encarga Dios pero en medio de todo Juan Carlos consiguio la paz que tanto necesitaba... (5*) princesita_enlaoscuridad
11-06-2007 ***** chapoo
03-06-2007 Es un relato terrible en realidad. Cada vez que es un niño el afectado es increíble lo que nos sentimos afectados.Sobre todo al imaginar como fue tratado y el shock que debe haber sufrido**************** Victoria La condena para estos hombre siempre tiene justificación,es increíble 6236013
 
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