- ¡ Otra vez no trajiste la tarea !
- Lo siento, es que mi mamá está muy enferma y ayer tuvimos que llevarla de urgencia al hospital.
La señorita Angélica me miraba con ternura, casi con pena creo, mientras recorría las hojas en blanco de mi cuaderno.
En el recreo se me acercó y me alcanzó un sandwich que acepté rápidamente, estaba delicioso.
- Pobrecita, seguro que ni comiste.
- No se preocupe, yo soy fuerte y estoy acostumbrada.
La escena, con pequeñas diferencias de detalle, se había repetido muchas veces, y hasta ahora me había servido para evitar las malas notas cada vez que no podía estudiar porque estaba demasiado cansada, después de acompañar a mi mamá en la venta ambulante.
Primero había inventado el abandono de mi papa, después la enfermedad de un hermanito y, finalmente, la de mi madre, a quien planeaba enterrar en los próximos meses, justo en la época de los exámenes de fin de año.
Hasta ahora, el plan había funcionado bien, y es que realmente me había esforzado en contarle a la maestra, con lujo de detalles, la vida triste que llevaba, aunque lo fui haciendo como sin querer, casi con vergüenza, para darle mayor efecto.
El esfuerzo tenía una razón, era la única forma que había encontrado de protegerme de los castigos de mi madre, según mi forma de ver las cosas a esa edad. En mi casa no me tenían paciencia, y una mala nota o repetir el año hubiera tenido un costo muy alto, doloroso.
Pero bien dicen que la mentira tiene patas cortas. Un día, cuando se suponía que mi mamá estaba agonizando en el hospital, la mala suerte quiso que la maestra nos encontrara en la calle. Fue extraño, era casi de noche, y mi mamá me llevó con ella a vender a la esquina de la Gran Avenida. Cuando ví que la señorita Angélica, muy elegante con su tapado de piel, se acercaba caminando, quise evaporarme. Traté de esconder mi cara entre los canastos, pero era demasiado tarde. Ella me reconoció e inmediatamente dijo mi nombre. En ese momento, mi madre se estaba acercando a ella para ofrecerle empanadas. La maestra, dirigiéndose a mí, me preguntó con sorpresa qué estaba haciendo ahí, y por qué no estaba en el hospital con mi mamá. Sentí que el mundo se derrumbaba sobre mi espalda. Recuerdo el escándalo que armó mi madre cuando la maestra le explicó a qué se refería. Después la vergüenza tremenda que sentí, y los gritos furiosos de mi mamá mientras me arrastraba de un brazo hasta la casa. Recuerdo que me caí en el camino y ella solo siguió arrastrándome.
Lo que pasó después fue más de lo mismo, los golpes de siempre, lo que tan deseperadamente había tratado de evitar con mis mentiras.
Dos días después, cuando logré recuperarme, me escapé para ir a la escuela, quería hablar con la señorita Angélica. La vergüenza por haber defraudado a la única persona que me había tratado con ternura me dolía tanto como los golpes. Al llegar a la escuela, no me animé a entrar, pero la esperé en la puerta, hasta que salieron los alumnos del último curso. Cuando apareció dudé en acercarme, pero ella me había visto desde la ventana del aula y venía caminando hacia mí. Se veía enojada y triste, creo que más triste que enojada. Cuando llegó a mi lado intenté explicarle por qué lo había hecho, llorando. Ella, con los ojos tristes, simplemente me miraba, pero ya no creía en mí.
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