Era una cálida mujer que vivía la vida a como dé lugar. Habitaba un humilde pero muy bien decorado departamento en una calle céntrica de la ciudad, con cortinas preciosas, y colores muy bien combinados en paredes y muebles. Una mañana de invierno en Agosto, la vi pasar por primera vez, camino a su rutina de ejercicios matutinos y fue cuando cruzamos sonrisas. Supe desde ahí, que necesitaba cuidarle. Y bueno como no tenía otra forma de poder brindarle mi preocupación, lo hice a toda hora, desde la ventana de mi apartamento.
Era inmigrante, siempre deseosa de conocer más y de aliento emprendedor. Llegó según supe, hace poco menos de diez años aquí. Pero primero a Mendoza con sus padres, a la casa de sus tíos. Por alguna razón, todos se quedaron y no hubo marcha atrás. A veces eso le afectaba, otras, ni por un ápice de culpa, recordaba la lejanía. Eventualmente, un pequeño envío de dinero en el Money Gram -¿cada cuatro jueves no?- Sí. Eso le bastaba para eliminar cualquier rezago de culpa a distancia. Las llamadas cada dos meses, la terminaban de tranquilizar.
Un cambio en su ruta al correr, le acercaba luego de una hora, al pan oloroso y recién horneado de la panadería del barrio, luego volvía y subía las escalerillas de su entrada, tras cumplir con su rutina. Todas las mañanas, luego del desayuno, a la ducha, y de la ducha, al armario. En el armario, cincuenta cosas para elegir, cuarenta pares para dudar, aretes, collares y mil cosas más para adornar un conjunto perfecto de caderas y curvas de reina. Sin duda, la mujer perfecta desde aquí y al raz del piso también.
Luego de vestirse, salía directo a la calle y era como si la caída de las hojas secas se detuviera por instante eterno, los riachuelos sobre la pista, se evaporaban, los recuerditos de los perros, hechos humo, los pedazos de árboles caídos, de lado, esfumados. Todo perfecto. El aire siempre fresco, rodeándole la belleza. Luego, bien tomada de su cartera y a la luz de una sonrisa contagiosa, en menos de lo que podía darme cuenta, estaba parada frente a la ventanilla del subte para recibir el voletito de todos los días. Bajaba en su estación a la hora perfecta, puntual como nadie, caminatas van caminos vienen, y la Plaza aparecía para verla perderse entre los altos edificios cercanos a la Florida. Más de una vez le cuidé hasta ahí, por eso sé de lo que hablo.
Yo no tenía historia alguna para contarle. Sólo la observaba desde la ventana del séptimo piso de enfrente. A las seis y media y de zopetón, alargaba la somnolencia de un tirón, para verla salir en deportivo. Llevaba cuatro cuadras o más, cuando yo vestía en buzo dispuesto a seguirle el tramo. Si no fuera por hacerle trampa a la ruta habitual, no me la podría haber cruzado más de una vez en la panadería. Sus ojos eran enormes como la luna cuando está totalmente llena.
- Eramos vecinos. Andar de cerca camino a casa, me ayudaba a conocerle mejor.
- Sí están lejos -le dijo una vez a una vecina suya.-Mis padres viven en Mendoza con mis tíos, les llamo cada vez que puedo para saber cómo están. Y bueno les va bien, son felices allá. Pero aquí estoy yo, y estoy tranquila, aunque a veces qué puedo decirte, los extraño...
- Claro que la conocía perfectamente. Teníamos una conexión inminente. Además, yo la cuidaba a toda hora, desde la ventana. ¿No era esa, una forma de velar por ella?
- Por supuesto. Esa mañana no tenía por qué ser difente. Sólo que yo no esperaba que él estuviera ahí.
El día anterior, salí como siempre a la hora deportiva. Pero ella me vió y reconoció en la panadería. Y bueno, tuve que explicarme y dejar la ventana. Confieso que fue liberador, después de tanto sacrificio. De ahí al departamento, fue asunto de conversar, reir y coquetear un poco. No podía resistirme Jefe. Fue algo así como cuando Usted no se aguanta con su mujer y pues ¿qué hace? ¿No se va a detener no? ¿Pero cómo que no era mi mujer? ¡¡Yo la cuidaba!! ¡¡Llevaba ocho meses cuidándola!!
- ¡Al grano! ¡Déjese de pavadas!
- Bueno oficial.. es correcto...supe lo de los zapatos por que ese día, estuve metido entre los vestidos. Me asusté cuando escuché que entró al departamento con alguien y corrí a esconderme. Pero tuve que salir por que me asfixiaba. Ella gritó. Se asustó demasiado. El novio también. Le juro que nada me hubiera llevado a esperarle allí, yo quería darle una sorpresa. Pero no supe qué hacer. ¡El tipo se me lanzó encima! ...tuve que defenderme. Forsejeamos, lo empujé y se quedó quieto. No se movía. Nos miramos. Sentí la cabeza fría. Se arrodilló delante de él, ví como le tomó de la cabeza, sus manos enrojecieron húmedas...
Y entonces lo miró.
- ¡Lo miró con ese amor que yo me merecía por tanto sacrificio! El fierro que llevaba en la mano, -¿con el que abrió la puerta? - Sí, aquel fierro, se encargó del resto. |