La mañana en que Jaime Restrepo se enteró del embarazo de su esposa, había pasado por una amarga noche. Un sueño terrible, en el que asesinaba a su madre y hermano con sus propias manos, lo había sobresaltado y angustiado. Los mosquitos habían hecho ya de su parte, el calor habitual, esa noche se intensificó a tal modo, que él y sus compañeros de armas, yacían desnudos en los catres del campamento. El cansancio, había hecho difícil la tarea de lograr mantener alejados a los zancudos que asechaban a cada instante. En esporádicas palmadas, lograban, inútilmente, ahuyentarlos por unos segundos. Todo esto los había molestado tanto aquella noche, que se notó en las caras de todos al despertar en la mañana y en los comentarios de muchos a la hora del desayuno cuando relataban con rabia el calor infernal que los había acorralado, sin mencionar los huéspedes indeseables que se alimentaron de sus cuerpos desnudos dejando en evidencia una piel abarrotada de pequeñas ronchas rojas. Aunque la desagradada noche fácilmente podría olvidarse, Jaime la recordaría por el resto de su vida, ya que esa mañana recibiría la noticia que marcó su existencia. Al despertar, se dio cuenta del silencio que cada instante era interrumpido por el ruido incesante de los grillos. Las aves nocturnas, el suave viento y el sol tímido que se asomaba en el horizonte, anunciaban el comienzo de un nuevo día. Bañado en sudor y con el mal recuerdo de la pesadilla, decide salir del campamento, tomar aire fresco, prender un cigarrillo y pensar en las futuras noticias que llegarían en el correo de la mañana, que siempre era esperado con ansia por todos los compañeros de guerra y los secuestrados que hacían vida en aquel lugar. Jaime sabía que cada mes, si no ocurría ningún inconveniente, recibían las emotivas cartas de sus seres queridos y Jaime tenía la certeza que llegarían aquel día por lo que sintió gran agitación, olvidando por completo el agrio sueño y las amargas circunstancias de aquella noche. Ciertamente, el correo llegó esa mañana, y no sólo con las acostumbradas promesas de amor fiel e incondicional, sino también con una noticia que lo alegró profunda y locamente: Rosana esperaba un hijo de él.
Ya habían pasado 3 meses desde su última visita al pueblo. Por una condescendencia de su comandante, había tenido la oportunidad de quedarse por una semana en compañía de su esposa, por lo que aprovechó a cada momento. En los pocos días juntos, Rosana y Jaime fructificaban sus encuentros nocturnos, amándose hasta el amanecer en la cama que en la mayoría del tiempo la ocupaba sólo ella, borrando así, todo el tiempo perdido que les ocasionaba aquella guerra en la que Jaime era participe desde hacía 2 años. Ambos sabían que pasaría largo tiempo para otro encuentro, ya que Jaime partiría a un campamento alejado de su casa, y sería imposible visitarla, como lo había hecho en todo ese tiempo, porque la situación de guerrillero, y la constante persecución de las tropas del gobierno, le impedía viajar con libertad.
La mañana antes de su partida, Rosana se levanta muy temprano de la cama y con sigiloso movimiento sale del cuarto y se dirige al mercado a comprar algunas cosas que hacían falta para hacer el desayuno. Con gran esplendor en su rostro y una sonrisa ancha, se dirige a la tienda de Catalina a comprar las frutas frescas que acostumbraba llevar.
-¿Te esta esperando un hombre en casa?
Le preguntaba la señora con pícaro tono.
-No es un hombre cualquiera. Es el amor de mi vida. -contestaba Rosana-
La señora Catalina la miró y con tono dulce agrega:
-Y cuídalo, porque si te mantiene feliz debe valer una fortuna.
Al despertar, Jaime consigue a su lado, la silueta de Rosana en las sabanas vacías que reclamaban por la ausente compañera. El día amanecía con un clima agitado entre los habitantes del pueblo. Aníbal, su compañero de armas, tocó la puerta con gran afán y le avisa la urgencia de salir del lugar.
-¡El ejercito se acerca! Sabe de nosotros. Vístete y salgamos de aquí.
Jaime conocía muy bien a Aníbal, eran amigos desde la infancia y habían ido a la guerra por la situación de miseria que arropaba al pueblo, sumergido en tantos años de corrupción, burocracia, desigualdad y las reiteradas injusticias por parte del gobierno que arremetía a cada momento en contra de éste. Motivando a que ambos, conociendo la existencia de un grupo de guerrilleros que con furia y valentía luchaban en la selva, decidieran unirse para luchar y acabar de una vez por todas con el régimen sanguinario.
-No puedo creer que todavía hay gente que nos delata en este pueblo. – le dice Jaime a su compañero con gran indignación.- Y todo por unos cuantos pesos.
Jaime se encontraba sin camisa y con el pantalón de campaña desabotonado. Su arma estaba puesta en el antiguo sillón de su abuela a vista de todos y el chaleco a corta distancia de la cama. Él al ver la urgencia de su amigo corre por sus cosas y alcanza dejar una corta nota en la mesa.
Tuve que partir antes de tiempo. Espero verte más pronto de lo acordado...
Te amo.
Jaime.
Al regresar, Rosana consigue la nota y siente la ausencia que había dejado la partida. Sabe lo lejos que estaría ya para despedirse, y el escalofriante presagio que experimentó al saber que la deuda de aquel beso de despedida lo tendría por el resto de su vida. Esto, la llevó a cobijarse en el cuarto y llorar como nunca antes lo había hecho, por sentirse impotente de impedir lo inevitable.
Jaime tuvo que partir del pueblo atiborrado de imágenes que en cada recuerdo lo mortificaban. Pensando que aquella podría ser la última noche que compartiría con Rosana. Sintiendo un fuerte deseo de volver.
Con un pequeño grupo de combatientes, que al igual que él estaban pasando por unas cortas vacaciones, corría adentrándose en la selva con la presión incesante de los soldados del gobierno que los seguían con el motivo sanguinario de matar a un guerrillero para ser reconocidos como héroes de la patria. Jaime y los demás lograron refugiarse en las montañas y escaparon todos, lejos del pueblo forajido que los vio nacer y el mismo que vería a algunos de vuelta dentro de un cajón de madera envuelto de flores fúnebres. Ellos sabían que siempre la incierta guerra les cambiaba el destino. Aunque en ese momento todos escaparon con la esperanza de volver un día a buscar a sus familiares y escapar definitivamente de aquel pueblo desleal.
Desde el día de la partida, Jaime deseaba volver al pueblo y dejar la guerra atrás, pero su situación de guerrillero no le permitía abandonar o desertar, como también, su posible escarmiento por tal acto. Por lo que sólo le quedaba la opción de salir por medio de la baja que cada combatiente recibía cuando era victima de una mal herida de guerra.
Un día se encontraba caminando por los pastizales con un grupo de campaña, escoltando a unos soldados secuestrados, para cambiarlos por compañeros presos. Todos iban alertas ante el inminente ataque por parte del ejército que por esa zona rondaban en busca de campamentos guerrilleros. La tensión de la situación, los tornaba indecisos y nerviosamente cobardes. Se encontraban en una posición de desventaja considerable, las probabilidades de un riesgoso ataque crecía en cada paso cauteloso. El cielo tenía un marcado color gris y la posibilidad de una fuerte lluvia se hacía evidente. La lluvia comenzó a caer en pocos minutos, Aníbal se encontraba atentamente nervioso a poca distancia de Jaime. Todo el grupo, exceptuando uno, iban en una sola línea. La torrencial lluvia, acompañada de truenos, que se confundían con cañones de artillería, aumentaba el nerviosismo de los partisanos. Aníbal, le comentaba a Jaime, el peligro que corrían al transitar por aquel campo despejado. Jaime lo ignoraba por sus impertinentes comentarios y lo corta de manera tajante:
-¡Deja las pendejadas! La muerte no nos incumbe. Sólo cuando nos llega el momento nos importa y en ese instante ya no vamos a pertenecer a este mundo terrenal.
A Aníbal le sorprende las palabras de Jaime y responde con un tono de burla.
-Poeta, a ti sólo te tiene loco esta guerra.
Seguían caminando con paso pausado por los pastizales bajo la persistente lluvia, cuando en un inesperado momento la tierra se sacudió y una gran luz acompañada de un olor a muerto fue absorbida por el hombre que caminaba aislado del grupo. El asombro de los presentes fue interrumpido en el momento en que uno de los niños que acompañaba la marchada, sin asombro alguno, dijo:
-¡Lo mató el cielo!
Luego de aquel incidente, Jaime dedico gran parte de su tiempo a la profunda meditación. Cada noche se aislaba en la hamaca a fumar un cigarrillo y a pensar en la brevedad de la vida y las distintas cosas que le faltaban por hacer. Aníbal, al ver a su amigo apartado del grupo se le acerca y le pregunta:
-¿Es posible que lo que pasó a aquel hombre sea una señal?
Jaime lo mira extrañado, y sin entender a que se refería, le contesta:
-No sé de que señal me hablas. Pero deja de creer en supersticiones. No creas en esas cosas que luego te acobardan. Eso fue sólo la mala suerte que acompañaba a ese carajo.
-Bueno sólo pienso que si no nos matan las balas lo hace la naturaleza. -Contestó Aníbal-
Jaime apaga el cigarrillo en el piso y se levanta de la hamaca y dice:
- Aunque sea su muerte fue rápida e inesperada. No sufrió. En verdad lo envidio. Ojalá a mi me mate un rayo y no morir de viejo o con una bala enemiga.
Aníbal le da una palmada en el hombro y concluyente agrega:
-Preocupémonos mejor, como tú me dijiste, en no pensar en la muerte y preocuparnos en mantenernos vivos y salir de esta guerra sin un solo rasguño. Tú estas esperando un hijo y yo tengo una familia que alimentar, por eso que dejémonos de pendejadas y vamos a dormir.
Desde aquel incidente, Jaime no había pensado en otra cosa que no fuera su esposa. Sabía que pasaría largo tiempo sin verla y posiblemente no podría estar en el nacimiento de su hijo. Al finalizar cada día, Jaime se sentaba a escribir una extensa carta a Rosana con poemas que sólo brotaban de los viejos recuerdos, sin referirse en absoluto a sus vivencias de guerra, que especialmente para él resultaban asquerosamente despreciables. En ellas le reiteraba su amor, sus locuras, sus recuerdos, sus anhelos. Como también, le comentaba de su posible regreso al pueblo, siempre y cuando la guerra se lo permitiera. Rosana no recibía la mayoría de las cartas. Algunas se perdían en algún lugar, se confundían en las entregas a los destinatarios o simplemente eran quemadas cuando en una emboscada era capturado el correo clandestino.
Nueve meses habían pasado ya desde su partida del pueblo. Una noche, luego de un largo sueño, Jaime despierta con la certidumbre de que moriría en dos días. Se da cuenta que tendría sólo el tiempo necesario de escribir una carta antes del amanecer, ya que el correo a primeras horas comenzaba el peregrinado viaje. La extensa carta revelaba la manera y el momento preciso en que ocurriría su muerte y le hacía entender algo que no tenía una lógica segura pero era tan determinante que bastaba con leerlo una vez para darse cuenta que era cierto: Simplemente lo soñé: me muero de una bala en el pecho.
Cuando amaneció, llevó la carta junto a las otras en un saco sucio y maltratado por la severidad del clima. La colocó conociendo que llevaba el destino incierto del correo clandestino, pero, con la clarividencia que llegaría en el momento justo de su muerte al destinatario.
Al dejar su aviso de muerte a la suerte del correo, Jaime se sienta en un sillón y le comenta a su amigo el extraño sueño que le revelaba su muerte.
-No me preguntes en verdad cómo estoy tan seguro de eso. Pero en dos días me muero y eso terriblemente me asusta.
Aníbal lo mira dudoso y le pregunta:
¿No será que estas buscando una manera de escapar de esta guerra dignamente?
Al saber que su revelación probablemente caería en la incredulidad de su amigo lo deja pasar como un comentario de un sueño pasado e irrelevante.
-Olvídalo mejor, sólo fue un sueño.
Al ver la actitud que mostró en la respuesta, Aníbal notó la posible verdad que tenían sus palabras, pero no se lo comenta por pensar que no era prudente hacerlo ni mucho menos cuando la conversación había culminado.
Jaime continuo su día con una parsimonia que dejaba notar en él un cansancio de años, cómo si estuviera asqueado de la vida; en verdad su existencia se acababa sin remedio alguno. La inclemente espera de la muerte era lo que siempre había temido. Irónicamente aquella agonía sería la que lo estorbaría hasta el momento final.
Al anochecer su amigo se le acerca y le pregunta con la intención de que la respuesta fuera tomada en serio:
-¿Crees conocer tu destino?
Jaime lo mira y responde.
-Antes no. Ahora sé que mi destino está llegando a su final.
Aníbal lo observa y nota que la sinceridad de sus respuestas las había hecho sin un motivo de burla.
-¿En verdad estas seguro que te mueres mañana?
-Sí. Y no espero que me creas. No es mi intención hacerlo. –responde- Pero lo sé y pienso que deberías saberlo.
Al escucharlo, Aníbal siente un miedo que le hacen temblar las rodillas y sin que se diera cuenta su acompañante termina.
-No sé cómo despedirme de una persona que se va a morir. Nunca lo he hecho.
Jaime lo mira y lo consuela.
-No espero que lo hagas.
Ambos pasaron la noche en completa vigilia. Jaime continuaba pensando en lo poco que quedaba para que acabara su vida y lo irremediable que era el destino.
-Que mierda. Somos esclavos del destino- murmuraba en el silencio de la noche.
Mientras tanto, Aníbal no pudo dormir pensando en lo inverosímil que era para él la idea de que el ser humano pudiera tener la facultad de conocer el futuro.
-Yo podría corregir mi destino e impedir mi muerte. –pensaba Aníbal- Pendejo él que no lo hace.
El amanecer llegó con un sol radiante y un cielo azul, pero con la posibilidad remota de que al final de la tarde llovería. El grupo se preparaba para salir a buscar provisiones en un pueblo vecino. Jaime tomaba un café bajo la sombra de un árbol un poco fuera del campamento y observaba una foto que Rosana le había dado antes de partir. Él estaba esperando impaciente la terrible señal que le aseguraba su muerte.
Aníbal lo andaba buscando. Al encontrarlo se le acerca y le dice la orden inesperada que había dado el comandante:
-Me enviaron a buscarte. Te vas con nosotros.
Jaime guarda la foto, le da una palmada en el hombro a su amigo, y resignado contesta:
-Lo sé desde hace dos días.
Llegando al caserío el grupo de guerrilleros se encuentra con un pelotón del ejército que iba con la intención de tomar el pueblo. El grupo se dispersa y comienza un combate que se prolongó por 2 horas. Jaime al igual que Aníbal, luchaban con sus rifles ante el feroz ataque. Jaime sabía que su momento se acercaba.
La carta estaba en el pueblo. Rosana se encontraba en la sala tejiendo, cuando un niño toca la puerta y le dice con voz entrecortada, por el afán, que el párroco de la iglesia la necesitaba urgente. Rosana sabía que la urgencia se debía al correo que cada mes llegaba a la iglesia por ser el único sitio seguro donde todavía quedaba la dignidad y la lealtad que el pueblo había perdido. Lo extraño era el por qué dirigirse a la iglesia y no venir el padre como de costumbre lo hacía. Al llegar, consigue una carta en el escritorio. El padre al verla entrar la mira y le dice:
-Hoy llegó una carta para ti. -la mira fijamente y con voz suave agrega- No sé por qué pero por la urgencia de la misma, es mejor que la leas conmigo y no a solas en tu casa.
Rosana se acerca al escritorio y toma la carta. Al destaparla consigue una descripción extensa en la que Jaime confesaba la forma de su muerte, la agonía que sentía el esperarla y el amor inmenso que le tenía. En ella también le revelaba que el hijo que esperaban se trataba de una niña. Lo cual le costó tiempo asimilarlo.
-Vas a tener una niña. Llámala Alexandra.
Al terminar, Rosana mira al párroco, su rostro y ojos mostraban señales de tristeza. Una lágrima solitaria corre lentamente por su mejilla y con voz quebrantada le dice:
-Yo sabía que no volvería.
En el campo de batalla la situación empeoraba en gran medida para el ejército que se desplegaba, tratando así de escapar de la fuerte emboscada. Jaime toma por el chaleco a Aníbal y le dice con un tono suplicante:
-Prométeme algo. No me dejes aquí tirado. Quiero que mi cuerpo regrese al pueblo. Por favor te lo pido, es mi último deseo antes de morir.
Aníbal movió su cabeza afirmando que cumpliría la promesa que le pedía su compañero.
El combate poco a poco cesaba y el grupo de guerrilleros tomaba el control de la situación. Luego un silencio tomó el lugar. Seguidamente, un grito se oyó a lo lejos y un gran júbilo se sintió en los combatientes:
-¡Los cabrones se rindieron! ¡Viva la revolución carajo!
Aníbal mira en los ojos a su compañero y con gran emoción le dice:
-Burlaste a la muerte. Te vas a morir de viejo compadre.
El intercambio de balas rápidamente cesa por completo, un silencio absoluto es interrumpido por los vientos de marzo. Jaime siente transcurrir su vida en un segundo. Su rostro impávido muestra la desdicha que tiene el hombre cuando conoce el final de su destino. Toma un pañuelo rojo y se lo coloca en la frente. Deja el arma a un lado y con la misma parsimonia se desabotona la camisa. Reza en voz baja y mira al cielo: Se prepara para su muerte.
Aníbal aguarda en silencio. Un fuerte viento levanta el frío mortal de la tierra y pasa llevándose las almas moribundas de los soldados caídos.
-No te creo. ¿En verdad te vas a morir?
Jaime lo mira y con una sonrisa desoladora se levanta y le dice:
-Dile a Rosana que siempre la he amado.
Justo al levantarse se oye un disparo. Una bala perdida impacta justo en el pecho produciendo una herida fatal. Jaime es alcanzado por una metralla enemiga y fallece en el momento exacto de su pronosticada muerte. Ante el asombro, Aníbal observaba perplejo cómo el cuerpo de Jaime caía estrepitosamente al suelo. Al acercarse ve el cuerpo inerte extendido en la tierra con los ojos abiertos y con una mirada melancólica que pedía una segunda oportunidad en la vida.
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