Nos venimos muriendo desde hace tiempo, desde que nacimos, más o menos, apagándonos como las estrellas: millones de años pareciendo vivos, pero ya extintos hace tanto.
Venimos cayendo, en fin, en un retraso pálido de los relojes y los atardeceres, hasta que el tiempo se detiene en una especie de choque contra el piso, contra la acera de la callecita detrás del hotel puertoricense (¿por qué ir a morir tan lejos?). Y es que no es él, tristeza tremenda y arrolladora, somos todos y no nos damos cuenta porque también caemos desde siempre y todo el tiempo, todo.
Hasta que de pronto las estrellas se apagan y uno dice: ¡¡se apagó!!...y la verdad es que lleva una vida muriendo, una vida cayendo, una eternidad preparándose para esa detención definitiva y en seco. En esto somos también un poco como peces mirando al futuro, que sabemos lo que nos espera y, no obstante, porfiamos en atrapar la colorida forma que cuelga de la caña, en buscar ésa caída voluntaria que nos arranque de la incertidumbre.
A éso vinimos. |