Al finalizar el día de trabajo, Miguel se encontraba rumbo al estacionamiento acompañado de un camarada del partido político al que pertenecía. Era una tarde soleada y perfecta. Los niños jugaban en el parque cercano, las parejas, muchas de ellas jóvenes, paseaban por las calles de la ciudad disfrutando de esos bellos momentos de juventud y amor efímero, muchos empezaban a hacer sus compras de navidad, otros solo disfrutaban ese bello viernes de diciembre. El día, como muchos otros, había transcurrido con completa normalidad. Los deberes de su faena diaria los había cumplido sin ninguna novedad; llevar a los niños al colegio, ir al trabajo, asistir a un corto curso de fotografía y acudir a la reunión del partido. No obstante, sus pensamientos ese día lo tenían en un desconcierto total, lo cual había captado la atención de su amigo Santiago. Su ensimismamiento era un rasgo que caracterizaba a las personas con problemas de infidelidad, (pensaba él) por lo que al ver lo turbado que estaba Miguel, decide hacerle una pregunta.
- ¿Tu problema es una mujer verdad? En éste momento no estás conmigo... tienes problemas de faldas en tu cabeza. ¿Quién es?
Santiago era una persona muy atenta y le gustaba observar a las personas que estaban en su alrededor, como también, a otras que habían topado en su vida. Hasta tal punto era su análisis, a las pequeñas características, singulares de cada persona, que llegó a conocer muchos secretos, con la simple indagación y observación. Pero para Santiago era casi inconcebible tal conjetura ya que conocía muy bien a Miguel, sabía del carácter impulsivo de sus determinaciones, pero conocía a su vez, la timidez y el respeto con el que trataba a las mujeres. Estas dos virtudes, que para muchas mujeres lo son, no eran para las que solía abordar en sus fallidos planes de conquista. Razón por la cual tuvo muchos altos y bajos en sus amores de juventud.
A Miguel le ocasiona disgusto esa pregunta, pero a su vez, se sentía completamente aislado a los comentarios de su compañero y decide despedirse de él con un adiós poco común. Santiago lo ve marcharse, se extraña de tal comportamiento, por ser la primera vez en 25 años de gran amistad que Miguel actuaba de esa manera. El verlo no pensó lo que le pasaba y decide olvidarlo.
–Sólo ha tenido un mal día- dijo entre él. Subió al carro y olvido el asunto.
Sin saber a donde ir y atormentado por lo que pasaba en su cabeza, Miguel decide dirigirse a un bar que frecuentaba con sus amigos de trabajo. Era la primera vez que se encontraba solo en la barra, intentando de una forma poco usual, ordenar sus pensamientos y aplacar el deseo que lo oprimía. Patricia lo esperaba en casa. Eran las 8 de la noche. Le parecía extraño que Miguel no la hubiese llamado en todo el día, por lo que estaba empezando a preocuparse. Solía esperarlo a la hora de la cena y cuando las circunstancias no lo permitían, él llamaba para avisarle que llegaría tarde a casa. Esa extraña noche sentía que algo pasaba, pero no se atrevía a llamarlo por una costumbre de no perseguirse el uno al otro. Esa confianza mutua había ganado la envidia de algunas parejas que veían en ellos un matrimonio con un cimiento de honestidad y felicidad. Su aniversario de bodas se aproximaba, llevaban 12 felices años de casados. Miguel la conoció una tarde lluviosa e inesperada de abril, hace 19 años, cuando esperaba en un banco de una plazoleta a una bella joven con la que había acordado encontrarse en ese sitio. A pocos metros de él se sienta una adolescente bella y enigmática, él por carecer de reloj y con la intriga de saber la hora, (sin pretender conocerla) se acerca y le pregunta. Sin preponérselo, dejando atrás aquella cita acordada y siendo atrapados por el caprichoso destino, nace una conversación, que se prolongó por horas y con una amistad que floreció y se reforzó por años.-Todo surgió de ese trivial e inesperado momento- solía decir cuando en ocasiones sus amigos le preguntaban por la suerte de conocer una mujer tan pura y perfecta. Patricia y Miguel, llevaban una larga vida juntos y se conocían tan perfecta y recíprocamente que era difícil no conocer cuando algo pasaba.
Esa noche, estos y otros recuerdos lo abrumaban, y en ellos se fusionaban su intriga por experimentar lo desconocido. Luego, al saborear su tercera cerveza de la noche, Miguel decide dirigirse a su auto y conducir sin rumbo por la autopista. La noche cada vez se hacía más pesada para él, trataba que sus impulsos se despistaran y lograr así salir de lo que poco a poco lo llevaban a ser participe de algo a lo que luego pasaría a ser la razón de sus pesares. Disipa sus pensamientos por un instante, se acuerda de su familia. De todo aquello que hasta ese día había vivido. Mira el reloj, se da cuenta de la hora que es y lo preocupada que debía estar su esposa en ese momento, lo cual lo desconcierta. Fugazmente está en dominio de sus acciones y su mente se aclara. Al encontrarse inmerso en ese lapso de tiempo conoce el camino que esta tomando por esa disyuntiva de razón y sentidos. Nuevamente cae en los pensamientos abrumadores que esa noche dominaban sus actos. No contuvo el deseo, se detiene en un prostíbulo a las afueras de la ciudad (conocido en sus conversas grupales por sus colegas de trabajo), se sienta en una mesa apartado de la luz y las miradas curiosas. Toma a una mujer bella y refinada, que por no ser por el espacio y las circunstancias, hubiera pensado de ella que era una mujer de clase alta y con una educación más evolucionada. Ella lo conduce a un lugar oscuro y repugnante, pero fascinante para él. Al encontrarse solo en aquel espacio, con esa mujer extraña y prohibida, produce en Miguel un deseo mayor de continuar. Sin interés de conocer su pasado, pero con la obligación de entablar una conversación, para así no apropiar el puro acto de sexo entre desconocidos en algo mercantilista, (aunque está claro que en cierto modo lo es) comienza una corta, pero esencial, conversación. Ella al no estar acostumbrada a conversar mientras trabaja, le parecieron extrañas sus impertinentes preguntas y decide actuar sagazmente seduciéndolo como solo una profesional en la cama lo sabe hacer. Él satisfecho de su plática, pensando que bastaba para conocer a su acompañante, cae sin más remedio a los encantos y tributos de la desconocida. Al acabar su encuentro furtivo, apacigua un poco su deseo carnal con esa bella mujer, completamente distinta a su primer juicio: vulgar y sucia en la cama; de un pasado triste, marginal y una educación mediocre. Le comenta a su acompañante de cama que quiere otra mujer. Ella, al ver la exigencia del hombre y conociendo su miembro respetable y la fuerza descomunal en la cama, llama a la mujer más solicitada del prostíbulo comentándole la petición del hombre extraño que estaba en el cuarto, a su vez, le insinúa -con gestos- las cualidades que hacían de él un cliente poco común. Ella accede a la proposición y deja su cuerpo en control absoluto de aquel forastero de apariencia taciturna. Al acabar, Miguel le lanza el dinero, sale del cuarto abarrotado de sudores y semen y se dirige a la mesa por una cerveza. Allí ve a una mujer un poco rara pero atractiva para él. La llama y se la lleva a la cama. Al momento de desvestirse descubre que su acompañante en realidad era un hombre. Miguel, sin importarle tal descubrimiento, lo toma del brazo y se revuelca con él, como lo había hecho con las anteriores mujeres en ese catre sucio y repugnante. Mientras descansaba, decide ir afuera del lugar y pedir un cigarrillo a un señor que se encontraba sentado en un banco. Era su segunda vez en 25 años, que fumaba un cigarrillo. A este hombre le comenta las circunstancias que acabaron con llevarlo a aquel burdel esa noche.
-Estoy buscando una experiencia que me he negado en muchos años, ahora es una marea de aberraciones que no puedo contener...
-¡Hoy me he condenado a ser lo que nunca he sido...!
En ese momento escuchaba sin importarle. Luego poco a poco, se siente atraído por lo que Miguel le contaba mientras fumaba el cigarrillo. Miguel prosigue.
-...no veo la necesidad de estar en éste sitio, mi vida ha ido siendo poco a poco un almacén de felicidades en el que una infidelidad no se puede esperar, ni mucho menos de esta forma...
El acompañante se impresiona al ver la sinceridad y arrepentimiento de sus palabras y interrumpiéndolo le dice:
-¡Me conmueves y también te repudio!- tomó serenidad y agregó -Tú no deberías estar acá, muchos envidiarían tu vida, todos tus logros dependen de un hilo. ¡Mejor vete y arregla el desastre de vida que has convertido esta noche por tus intolerables deseos carnales!
Al terminar su cigarrillo se sienta apacible al lado del hombre moreno de avanzada edad. Observa detenidamente lo triste de aquel lugar, sintiéndose parte del entorno, viéndose reflejado en esas personas con diferentes problemas en su vida, saciados de cotidianidad, en busca de experiencias nuevas, jóvenes precoces en busca de borrar su virginidad, hombres victimas de la adicción de pagar todas las noches una mujer por sus servicios sexuales y otros sólo curiosos de conocer la tarea de dar y satisfacer lo que se debe. En fin, infinidades de pretextos que conllevaban a cada uno de ellos a buscar refugio en aquellas mujeres que cada noche vendían su cuerpo al satisfacer del hombre.
Somos los peores en la escala de los mamíferos-dijo Miguel- y miro a los ojos del acompañante y le dice:
-¿y a usted que lo trae?
-Lo mismo que te trajo a ti,-responde- sólo que yo ando buscándolo desde hace 20 años y todas las noches dejo a merced de estas damas mis desgracias. ¡Ahora váyase no busque más nada acá, continúa con tu vida!
En cada minuto que pasaba se daba cuenta de lo irreparable de sus actos, del sentimiento de culpa que cada momento lo carcomía, lo aniquilaba. Ya abordado por los comentarios de su misteriosa procedencia y su atractivo talante, llama la atención de una señora de gran experiencia en las artes del placer. Ella se le acerca y le comenta su irresistible deseo de pasar un rato con él. Miguel aprueba su petición y la lleva a su carro. Esa última mujer, hace desaparecer por completo los pensamientos y deseos carnales que lo dominaban. Empieza a sentir culpa de sus actos irremediables, pero, necesarios. Se aborrece de si mismo maldice unas palabras en voz baja y termina con ella de una forma impulsiva. Sin mediar palabras, la deja en el estacionamiento. Huye del lugar escapando de sus recientes acciones que cada segundo lo perturbaba. Maneja con prisa, aborrecido de si mismo, de sus hechos inexplicables. Para el auto. Lo deja, camina lento, aumenta cada vez más su paso, corre. Mira a su alrededor, siente que las miradas lo persiguen, lo enjuician, lo culpan, lo desprecian. Las imágenes de sus pasadas acciones entraban a cada momento a su mente El suicidio era una salida rápida, pero cobarde, para acabar con todo lo que pasó esa noche y que consumía su pasada felicidad, sus miembros tiemblan, siente dolor en todo su cuerpo; se siente cada vez más próximo a su casa. Ve a lo lejos las primeras luces de la mañana, sabe que el momento de enfrentar a su esposa y contarle todo se acerca, está decidido en escapar de ese tormento y solucionar, como fuera, el problema y recuperar el matrimonio que caía en el abismo. Su miedo cada vez aumentaba. Sabía de las consecuencias que traería las aventuras de esa noche. Pensó en esconder todo en su subconsciente pero su arrepentimiento no lo dejaba, quería que el tiempo se detuviera, morir por unos minutos. Pensaba en su existencia a tal punto de sentir repulsión de si mismo. Su estómago se comprime, siente nauseas, un gran dolor sube desde adentro, comienza a sudar frío. Piensa que su única forma de aplacar sus culpas, de comenzar y olvidar el pasado tormentoso de esa noche, era expulsando sus recuerdos a través del vomito abundante que brotaba de sus entrañas.
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