EL DIA TAN ESPERADO
Fue hace 7 años la vez en que logré cumplir uno de mis sueños. Pude volver a ver y sentir a mi hermana mayor.
Mi hermana mayor Jimena se casó de repente. Yo apenas tenía 10 años y no podía entender porque ella se estaba casando tan de pronto a los 20 años. Fue tan de repente que lo que toda mi vida pensé que era bonito y era mejor lo llegué a convertir en una pesadilla, o sea, el matrimonio. Ella se estába casándo muy feliz y enamorada, pero yo pensaba y sentía que me estaba dejando, que algo había hecho de malo y que por eso se estaba llendo tan repentinamente.
Al principio me chocó muchísimo, pero después de que se casó la veía tan feliz que comencé ha comprender la situación y a asimilar el hecho de que no me había dejado si no que se había enamorado. Pasó poco tiempo y mi hermana tuvo a mi sobrina Tamara, la alegría de la familia. Dos años después, por motivos de trabajo, mi hermana se fue a vivir al Cuzco. Le habían conseguido a ella y a su espodo César, un trabajo de deportes de aventuras. La oferta era muy buena y ellos necesitaban el dinero. Entonces, poco después de la noticia, Jimena, César y Tamara se mudaron al Cuzco.
Mi hermano Braulio, también, se había casado poco después de mi hermana, por lo tanto al principio me sentía sola y abandonada pero luego con el apoyo de mis padres me fui acostumbrando a vivir en casa como hija única, como la engreída de la casa. Así, poco a poco, le fui agarrando el gusto a vivir de ese modo.
Pasaron 3 años en los que no los veía y apenitas sabía de ellos. Solo esperaba el día en el cual pudiera viajar al Cuzco para verlos, estar con ellos, salir a pasear, en fin, compartir y recuperar todo el tiempo perdido. De pronto, un día mis padres me dijeron que por mi cumpleaños, en el que iba a cumplir 15 años, me iban a llevar al Cuzco a ver a mi hermana, a mi cuñado y a mi sobrina y que, mientras ellos se iban a hospedar en un hotel yo me iba a hospedar en la casa de mi hermana para, así, pasar más tiempo juntas.
En vísperas de mi cumpleaños, tomámos el avión con destino al Cuzco. Yo estaba demasiado emocionada. Por fin, iba a poder ver, besar y abrazar a mi hermana querida. En el avión no podía esperar el momento para llegar, estaba tan ilusionada que por primera vez, sin darme cuenta, le había perdido totalemente el miedo al avión. Todo el viaje le andaba preguntándo a mis padres cómo era Cuzco, dónde vivía mi hermana, cómo era Machu Pichu, entre otras preguntas más. De pronto, comencé a ver como estabámos pasando por los Andes, luego por Machu Pichu y, en eso, escuché como el piloto anunciaba que ya estábamos aterrizándo. No lo podía creer. Sentía que todo era un sueño del cual no quería despertar.
Apenas llegámos nos dirigimos a recoger las maletas. De pronto vimos que mi hermana, mi cuñado y mi sobrina nos estában esperándo, también ansiosos, para llevarnos a su casa y almorzar todos juntos. Durante nuestra estadía no paramos de viajar y pasear por todo el Cuzco. Cada viaje que hacíamos era más y más dicertido. Nos fuimos a Machu Pichu, al museo de Arte Precolombino, a las calles de las pizzas, a Pisac, a Sacsaihuaman, vimos la piedra de los doce ángulos, a diferentes discotecas y pubs, en fin, recorrimos cada esquina del Cuzco con la mejor guía de todas, mi hermana.
De pronto, llegó el día más esperado mi cumpleaños. Ese día mi hermana me contó de unos juegos nuevos de deportes de aventura que habían inagurado hace poco en la ciudad y me dijo si quería ir a probar alguno. Primero me dió cierto miedo, pero poco después decidí intentarlo. Cuando llegámos me enseñaron uno de los juegos más suicidas de todos, el famoso Bunjijump. Se tratába de un ascensor que te sube 144 metros suspendido en cables de acero agarrados a las dos lomas vecinas. Al verlo me quedé petrificada pero decidí no pensarlo más y tomar el riesgo. Mi miedo era infernal pero peor aún era el miedo de mi padre. El pobre parecía estar peor que un venado a punto de ser cazado y degollado. Impulsivamente me subí al ascensor ya con todos los arnes puestos y casi sin darme cuenta estaba ya viendo a todos como si fueran hormiguitas, mientras me reía al escuchar a mi papi gritar desesperadamente "ya, ya baja. Ya demostraste mucho valor al subir. No es necesario que sigas". Me pasé 15 minutos pensándo, con el miedo bien puesto encima. Mi hermana, que había subido sólo para acompañarme, me tratába de tranquilizar pero yo era un caso casi perdido. De pronto, cerré los ojos y comencé a caminar hasta el borde pero pensándo en que aún había más camino por recorrer. El problema es que no era así y cuando menos me lo esperé, me tiré.
Al sentir el viento helado que pasaba por mi rostro, abrí los ojos. Cuando ví que estába calléndo, la sorpresa y la adrenalina eran tan fuertes que grité tanto que hasta llegué a sentir que el corazón se me salía por la boca. Mientras tanto, mi papá se mordía las uñas, y mi mamá, mi hermana, mi cuñado y mi sobrina se matában de la risa mientras yo rebotába como un yoyo al aire, ellos gritában "Hey, hey! por fin!". Y yo, después de toda esta descarga de adrenalina estába feliz, relajada y muerta de hambre. Después de toda esta aventura me fui en la noche a bailar con mi hermana. Fue increíble, por primera vez sentí que ya no era la hermanita chiquita y punto, si no que también éramos amigas que podíamos salir juntas y compartir momentos felices y divertidos, conversaciones interesantes y mucho más.
Dos días después tuve que aceptar que teníamos que volver a Lima, pero no me importó tanto porque por fin había llegado el día más esperado.
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