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El Precio del Rosa Pastel

Claro que todavía recuerdo cómo le pedía esos inútiles billetes a mi madre. "Quinientos pesos, mamá, quinientos es todo lo que necesito." Claro que todavía recuerdo lo que me respondía: "Sí, niña, ya sé cuanto necesitas. Pero entiende que la crisis no está como para gastar en tonterías." Todavía recuerdo y todavía me duele. El dolor es aún más grande que el que me dejan los tacones después del trabajo.

"Pero no son cosas tontas, es para el vestido. El que vimos en el aparador, en el centro, junto al local de tus medicinas. ¿Te acuerdas? Mamá, son solo quinientos y me lo separan." Yo rogaba, yo quería ese vestido para mi día especial.

"¿Quieres que te cambie el nombre? Ahora vas a ser Guadalupe Quinientos Pesos. ¿Está bueno?" Pero después de esos comentarios rompesueños yo ya no sabía que responder. Y por toda la semana, mi nombre fue Quinientos Pesos.

Pero es que ese vestido no era bonito, era precioso. Era el vestido perfecto con holanes rosas, lentejuelas y bordado en la falda larga. Ya teniendo el vestido no me importaba que bloquearan la calle de la vecindad para mi fiesta de los quince, tampoco me importaba que los amigos borrachos de mi mamá quisieran bailar conmigo. Sólo me importaba que mi cuerpo, con curvas que apenas se notaban, estuviera en el rosa pastel del vestido.

Todavía recuerdo lo que pasé para conseguir el dinero. Le pedí a mi madrina, a mi vecina, a Don Paco el de la tiendita, pero aún así no tenía ni siquiera cien pesos. Después de eso y de pensar la tonta idea de pedirle dinero al señor que se hacía llamar mi padre, decidí pedirle ayuda a mi prima. Ella conseguía dinero de quién sabe donde para lo que fuera.

"Ay, Lupe, pero quinientos pesos es mucha lana." Mi prima era mala, a veces me daba la impresión de que era sucia, era tan diferente a mí que me llamaba la atención. Se fumaba un cigarro escondiéndose del mundo como si le tuviera miedo, yo no entendía a que le temía tanto. No era mucho mayor que yo, tenía unos 19 años y ya vivía sola, nunca supe como le hacía y ella nunca quiso explicarme de donde sacaba para sus gastos.

"No sé si pueda conseguirlos yo sola." No podía dejar que mi última esperanza de tener una fiesta de quince años bonita se perdiera.

"Yo te ayudo, nomás dime que tengo que hacer." Me ofrecí, sin saber realmente en que juego peligroso me estaba metiendo. Mi prima sacaba humo con tren, fumaba en vez de comer, estaba flaquísima, no era hermosa, pero no era fea. "Bueno, va. Tu vente a las 7 con tus mejores trapitos y conseguimos tus quinientos varos. ¿Te parece?" Pues claro que me parecía. De ahí me fui hacia mi casa, con la idea en la cabeza de conseguir el dinero y de sacar una que otra blusa bonita del clóset de mi mamá.

"¿Donde andabas?" Recibí como saludo. "Fui con mi prima, ya te había dicho." Respondí. "Te dije que no quería que la vieras." Me sentenció. La tenté a seguirme regañando con mi mirada enojada y recibí una afectuosa cachetada de su parte. "Yo también te extrañé, mamá. Qué bueno que te fue bien en el trabajo." Dije antes de llorar.

"No me contestes, no la vuelvas a ver, no me veas así, no te hice nada. No te salgas de la casa, no llores. ¿A donde vas?" Creo que esa fue la última vez que escuché su voz. La última vez que vi su cara fue antes de azotar la puerta mientras salía.

Corrí, corrí hacía donde no veía nada. Todo se obscurecía en esa colonia en cuanto el sol se empezaba a meter. Corrí y choqué con el gentío de la misa de las 6. Me persigné, caminé con dirección a perder una hora y lloré sola y desconsoladamente. Le iba a demostrar a mi madre que podía conseguir el vestido sin su ayuda. Me dieron las 7 y fui a casa de mi prima. Toqué la puerta y me sentí pequeña cuando la vi abrir con un vestido tan cortito que me daban ganas de taparla con la cortina de la ventana. Me sentí pequeña, aún cuando ya iba a cumplir quince.

"¿Por qué vienes así, donde está tu ropa, por qué lloras?" Ya ni chance me dio de explicarle porque me metió a la regadera y me gritó que me bañara y que tuviera prisa. Me sequé las lágrimas para mojarme la cara con agua helada. Salí enredada en una toalla diminuta que se me atoró en la puerta y para rematar entré al cuarto, entre prisa y prisa, como Dios me trajo al mundo: escurriendo y titiritando de frío.

Mi prima me dio una de esas miradas sucias que tanto la caracterizan y se dibujó una sonrisa burlona que hasta me dio vergüenza que me viera así. Pero tenía razón de verme así, mis quince años ya estaban a la vuelta de la esquina. "Toma, ponte esto pero rápido porque todavía falta maquillarte." El juego se hacía mas complicado en cuanto ella me prestó un vestido que más que vestido parecía blusa. Ahí como pude lo estiré y me vestí.

"¿Cuándo cumples tus quince?" Me preguntó mientras cepillaba mi cabello. "En dos semanas." Respondí entre estirones de pelo. Me peinó, me limpió, me maquilló y me embelleció, según ella. "¿Ves? A todas nos hace falta una manita de gato, de vez en cuando." Me dijo que me veía como una muñeca de aparador, pero yo me sentía tan vulgar como una de trapo.

Ya cuando estábamos listas caminamos hasta donde los postes de luz comenzaban a hacer corto circuito, era la primera vez que yo iba a un lugar tan abandonado, tan desolado. "Cuando se acerque alguien y te pregunte tu nombre, tu le inventas uno. Si te pide que te subas al carro, lo miras bien y luego escoges si te subes o no. Te quedas callada el resto del rato que estés con él, a menos que él te pida lo contrario. Ya cuando se vaya a ir, le dices que no se le olvide lo acordado, luego luego te vienes para acá y ya tienes tu dinero." Todo se veía bien sencillo y yo estaba con una sonrisa tonta porque estaba bonita, limpia y por fin iba a conseguir el dinero.

Me paró al lado de un poste, me acomodó, me dio la bendición y se fue para otro poste frente a mí. Se puso a platicar con quién sabe quién.

Y pasó casi como ella dijo que pasaría; un señor en un coche se acercó. Le dije que me llamaba Lucero, me subí al carro, me llevó al hotel y me tiró en la cama. El vestido se hizo todo arrugas, yo sólo pensaba en que al rosa pastel eso no le pasaría. Los holanes cubrieron mi cabeza, las lentejuelas brillaban en mis ojos. Me tocó las piernas y fue cuando el miedo me invadió, comencé a temblar. Me levantó el vestido hasta la cintura, me besó mientras yo seguía temblando. Me tocó, lloré y el rosa se desvanecía a un negro horrible. Se subió en mí y me abrió las piernas hasta lastimarme. Entro en mí, las veces que quiso, fui suya su antojo. Se robó mi inexperiencia para entregarme un par de gemidos repulsivos. Ya no había ni rosa ni negro tenía el color rojo enfrente, en medio, sobre de mí, en todas partes. Mientras me esforzaba por no abrir los ojos y ver el tipo encima de mí; me movía, pataleaba. Me dijo que gritara y grité. Me bajé la falda, el se subió los pantalones. Salí del cuarto de hotel, y corrí con quinientos pesos adentro de mi brassiere.

Llegué al mismo poste, me paré al lado de él. Me dolían las piernas, me limpié la sangre. Mi prima se había ido del poste de enfrente, así como el rosa pastel se fue de mi cabeza. Ya no tenía importancia, otro tipo se acercó en su carro, me preguntó como me llamaba y cuando logré entender el juego, del cual sigo siendo viciosa, le respondí: Guadalupe Quinientos Pesos. El soltó la carcajada y me abrió la puerta del coche.

Texto agregado el 30-05-2007, y leído por 386 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
31-05-2007 Un cuento que cautiva, desgarrador como la inocencia pura y clara se degrada por una pequeña ilusión... me gusta el lenguaje directo del cuento... Te felicito me has conmovido . 500 estrellas Legnais
 
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