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Fausta

Eran las cinco de la mañana. El frío cada vez ardía más y la mama no paraba de sufrir entre sueños entrelazados. Trato de que mi pluma pueda hacer el amor con su recatado papel pero cada vez que está por desvestirse, la mama da un chillido estruendoso y el caliente humo que sale de su gastada garganta llega hasta mi aposento, me abraza y mantiene en un desesperante tormento. Trato de continuar pero esta preocupación no me deja mi alma liberar. ¿Qué hago? ¿Qué me pasa? Era la mama, el sonido de su inevitable y dolorosa enfermedad me acorralaba y me repetía mil y una veces que mi deber era ir hacia ella y darle tranquilidad.

- (Preocupada) ¡Mama! ¡Mama! Despierta mama mía. ¿Estás bien?

Las lágrimas cesaban sin parar de mis ojos, mis párpados no soportaban más tanto llanto, se iban cayendo poco a poco como mi alma contempladora de la tremenda mama enferma. Ya era inevitable, la mama cada vez respiraba más y más lento, su flaqueza y palidez se hacían cada vez más pronunciados. Sus extremidades ya estaban petrificadas. Poco a poco, de la manera más malévola se iban llevando a mi querida mama, lo único que tenía en la vida, la única razón de mí existir siempre había sido; cuidar a la mama, vivir por la mama más no por mí.

De pronto cuidadosamente abrió sus ojos con dulce lentitud. Esos ojos soñorosos, extensos, cristalinos, honestos y siempre esperanzados. Y me dijo…

- Hija ¿qué haces acá mi pequeña picaflor en primavera? Anda duerme que si no se va despedir de ti muy prontamente tu impresionante belleza.
- Pero mama, estabas haciendo ruidos raros y tu corazón palpitaba de una forma extraña como si se estuviera escondiendo de mí.
- No te preocupes mi niña, deja que esta pobre vieja se muera pues ya ni le queda más que vivir.
- Pero mama…
- Pero nada…

De pronto, la mama se elevó de su cama flotando en el ambiente, tenía los ojos color rojo pasión y sus facciones furiosas demasiado marcadas, parecía poseída. ¿A dónde se había ido la dulce viejita? ¿Estaba, en serio, poseída? Furiosa dijo en voz alta y dominante…

- ¡Vete de acá! ¡Déjame morir! No vez que el solo hecho de tenerte aquí sufriendo a mi lado no me deja con mi ciclo de vida seguir. Por tu culpa la muerte no me visita. ¡Largo de acá! ¡Déjame morir en paz que no te pido nada más!

Me quedé petrificada, pasmada, dolida, desesperanzada. No sabía qué hacer. Después de pronunciar estas palabras, la mama cayó sobre la cama profundamente dormida por toda la eternidad. Cogí su fría y esquelética mano, y una gota de mi sangriento llanto cayó sobre el manto floreado. Un segundo después, la mama no volvió a respirar ni a suspirar ni a reír y mucho menos a sufrir nunca jamás. Mis ojos se nublaron de tinieblas, mis manos fueron capturadas por las riendas, mi corazón ya no decidía por mi, sentía que mi alma me estaba siendo infiel con una musa o una perra. ¿Había llegado el fin o, más bien, el principio? Tenía dos opciones dejarme morir o volver a vivir, resucitar y entre irrealidades híbridas volar. ¿Qué hago? Decidí simplemente existir y no existir. Dejarme llevar por mi frenesí sin importarme nada ni siquiera al diablo venderle mi alma.
Fui a mi cuarto, comencé a escribir con las marcas de las heridas en carne viva en mi corazón y mi ausente presencia. Después de horas de plasmar mis caudalosos sentimientos en el azul aposento de mi pluma y mi papel, las espinosas lágrimas secaron mis ojos, desmoronaron mi energía y se llevaron mi conciencia dejándome profundamente en un consolado dormir.

A las doce sonó el timbre de la enorme casa misteriosa. Me levanté pensando que seguía viviendo entre sueños y maltratada por el sufrimiento fui a la puerta para con miedo abrir. Todo estaba oscuro, las cortinas estaban cerradas y la casa parecía tener vida propia. Decidí cerrar los ojos y con mi memoria y buena suerte las escaleras bajar, los pasadizos recorrer hasta la tremenda puerta llegar.

- ¿Quién es?
- Yo Faustita mía.
- ¿Mama?

Sorprendida y lapidificada abrí rápidamente la puerta de madera. De pronto, no vi a mi dulce mama, vi su cuerpo con un aspecto fúnebre y espantoso. Estaba completamente empapada, el cielo estaba lúgubre y negro como los ojos de lo eterno, y los rayos caían sin cesar. El rostro de la mama estaba destrozado como si fuera un muerto viviente y de pronto sacó de su tez la sonrisa más maníaca que había visto en mi vida. Era la misma imagen del padecimiento. Anonada traté de gritar pero la voz no me salía. Lloré y lloré hasta que por el susto y la pena temblando me desvanecí y ligeramente al piso caí.
Unos minutos después. Recobré la memoria, al despertar giré suavemente mi cabeza hacia la izquierda y veo a mi lado a mi querido Mariano, preocupado, me acariciaba la mano mientras jugaba con mi desordenado cabello. Lo miré desconcertadamente a los ojos, no sabía que decirle. Hace mucho tiempo que no lo veía pues desde que la mama se enfermó del mundo desaparecí, me perdí y no dejé que me volviera a percibir. Calmado, aunque extrañado, me miró y dijo…

- Fausta, cariño, ¿estás bien?
- Creo que sí. Pero me duele mucho la cabeza.
- Claro amor mío, si haz tenido un terrible desmayo.
- No, no, no. Yo vi a la mama en la puerta. Estaba ahí parada como un fantasma en pena atormentándome como siempre.
- ¿Qué dices?
- En la madrugada, de la forma más extraña, falleció la mama. Y ahora vino para afligirme.
- ¿Qué hablas Fausta? ¡Estás delirando! El que estaba parado en la puerta era yo. Vi como reaccionaste, parecías como si estuvieras dormida despierta. Estabas alucinando.
- ¡No! ¡No! Yo la vi.
- ¡No! Fausta ¡No!
- Abrázame.
- Ven acá. Espera, ¿cómo que tu mama murió? ¿cómo así? ¿Qué le pasó?
- La mama ya estaba enferma desde hacia mucho tiempo, más o menos desde abril. Poco a poco se fue muriendo hasta que no aguantó más.
- ¿Es por eso que desapareciste tanto tiempo y ni me llamaste después de nuestra última noche juntos?
- Algo así.
- ¿Por qué siempre haces lo mismo Fausta? Siempre quieres hacer todo por ti misma pues te digo que no se puede, eres un ser humano, no puedes hacerlo todo. ¡Eres una egoísta! Haces daño a los que te aman y te haces daño a ti misma.
- ¿Me amas? A caso, ¿me amas? Por favor Mariano…
- Sí, te amo. Te amo como pareja, te amo como un hombre ama locamente a una mujer y recién cuando pensé que te estaba perdiendo fue cuando me di cuenta y vine aquí a confesarte lo que siento para que por siempre estés junto a mí. ¡Feliz! Ya lo dije pues.
- (confundida) ¿Hablas en serio Mariano? Tú sabes que yo siempre te he amado como nunca he amado a nadie pero siempre pensé que para ti yo solo significaba algo sexual, una descarga a tus problemas.

De pronto Mariano se acercó, me tomó de la cintura y plácidamente me besó. Luego me dijo…

- Pues no es así, nunca fue así. En algún momento por miedo a enamorarme y ser decepcionado eso quise creer, pero estos largos meses en que desapareciste, reflexioné y al darme cuenta que la soledad era horrible e inmensa sin ti, y que si no hacia algo te podía perder, me di cuenta que hace varios años que en secreto estoy enamorado de ti. Que te amo con locura, pasión, cariño y ternura Fausta.
- Ven a vivir acá.
- ¿Qué?
- Ven. Múdate conmigo, demuéstrame que me amas tanto como para estar preparado a estar comprometido.
- (riéndose) Escéptica te haz vuelto…
- La vida así me hizo…
- Está bien. En un par de horas regreso, espérame aquí.
- (irónicamente) Igual no tengo a dónde ir.

Apenas Mariano partió, fui emocionada con el corazón en la boca y en mis manos mi preciada alma, a arreglar toda la casa. Le di un aspecto cálido y afectuoso. La cambié totalmente, pasó de ser un cementerio tenebroso a ser un castillo de hadas. Luego de unas horas terminé con toda la inmensa casa, esto me había distraído y ya no pensaba en la mama. Fui a dormir.
Me desperté en la tarde y vi a la mama caminando por el pasadizo con su bata de seda blanca que decía “tus padres te llaman”. Asustada me metí al cuarto, cerré la puerta con llave. Me zambullí en la cama, tomé un par de tranquilizantes y me eché a dormir.
En la noche llegó Mariano. Vivaz le abrí la puerta y lo hice pasar al pintoresco comedor donde había una gran cena preparada durante horas por mí. Asombrado me dijo…

- ¿Todo esto lo haz hecho tú sola?
- Hey, de alguna manera tengo que vivir ¿no?
- Bueno sí, ¡pero esto es un banquete!
- La práctica hace al maestro amor mío.

Ambos nos reímos, la estábamos pasando tan bien. Parecíamos vivir en una irremediable fantasía. Llenos de pura dicha comimos, conversamos, nos reímos, parecíamos dos almas gemelas, los pedazos de rompe-cabezas que encajan perfectamente, totalmente hechos el uno para el otro. Apenas terminamos de comer subimos al cuarto. Yo estaba demasiado cansada así que me eché en la cama. Él se puso de espaldas a mirar por la ventana. Se le notaba extraño, lo conozco tan bien que pude percibir que algo se estaba reprimiendo y que me lo quería decir. Esperé un buen rato a que se animara pero no dijo ni hizo nada, solo se quedó parado como una estatua con la mirada firme en la luna blanca, ni siquiera parpadeaba. Llegó un momento en que no aguanté más tanta intriga mi iba a matar, así que opté por preguntar…

- Amor ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan pensativo y con cara de preocupado? ¿Hay algo que me quieras decir?
- Hice el amor con Susana.
- ¿Qué?
- (llorando, agitado) ¡Hice el amor con Susana, tuvimos sexo! ¡Qué tan difícil puede ser eso de entender!

Estaba confundida, mi corazón se petrificó mientras la noticia rasguñaba con tierna sobriedad mis puros sentimientos.

- ¿Cuándo?
- Ayer.
- ¿Qué? O sea, ayer tuviste sexo con mi mejor amiga y ahora vienes con toda raza a decirme que me amas desde hace años y que estás enamorado de mí. Eres una rata Mariano.
- No, no es así. Fue un accidente, te lo juro. Déjame…
- ¿Explicarme? ¿Cómo pasó? Hazlo.
- Desde que no volviste a llamar Susana y Victoria iban seguido a mi departamento para tratar de defenderte y explicarme cosas que nunca entendí sobre ti. Ayer Susana se apareció a las doce de la noche llorando en mi casa, me dijo que había tenido una fuerte pelea con Victoria y que ésta la botó de su departamento. Entonces, como ella me había apoyado antes, la hice pasar. En ese momento ella no quería hablar, así que prendimos la televisión para ver un par de películas cómicas. La animé un poco y unas horas después me dijo que ya estaba dispuesta a hablar. Fuimos al bar. Comenzamos la conversación entre tragos. Las horas pasaron, ambos estábamos lamentándonos por nuestros desamores, el trago y los relatos no se acababan. Luego me levanté al día siguiente y miré tu foto en mi velador. Volteé y vi a Susana descansando desnuda en mi cama. No entendí lo que pasaba, no recordaba nada más que el bar y la conversación. Me fui al baño y cuando salí ella me dijo “yo sí me acuerdo, pero esto nunca pasó” y confundida se fue corriendo. Luego recordé algunas cosas como, como la acariciaba sin sentimiento, la besaba fría y calculadoramente. No sentía nada más que un consolado placer falso. Me di cuenta que esa noche mientras le hacía el amor a ella pensaba en ti, creía que eras tú. Por favor perdóname, estaba borracho. No sabía lo que hacia.
- ¡Cómo pudiste! Victoria y Susana son pareja y tu bien lo sabes. Son mis mejores amigas y siempre nos han apoyado en todo. Si te perdono pero no me vengas con mentiras que eso de “estaba borracho y no sabía lo que hacía” es cuento viejo. De toda forma ya pasó, y lo hecho, hecho está ¿no?
- Yo no quise…
- Shsh, calla. Acércate y hazme el amor. Demuéstrame como es hacerlo con puro sentimiento.
Mariano se acercó consolado y calmado por mi momentáneo perdón dicho para no sufrir, ya estaba cansada solo quería vivir, o como decía la mama “mi ciclo de vida seguir”. Nos besamos con intensa pasión. Sus ojos brillaban. Los suspiros se entrelazaban. Fue desvistiéndome poco a poco, con ternura y elegancia. Me acariciaba con placentera sensualidad, sus manos eran mi elíxir, su cuerpo mi terreno, su alma y su corazón ya eran míos por toda la eternidad. Después de unas horas de gloriosa experiencia nos dormimos juntos, abrazados, con las piernas entrecruzadas y las narices frías frente a frente, con las musas a nuestros lados.

Como a las tres de la madrugada, sentí pasos en el pasadizo. Abrí la puerta del cuarto y volví a ver a la mama caminando por el pasadizo, repitiendo las mismas palabras “tus padres te llaman, tus padres te llaman”. Fui al cuarto de la mama, cogí su cuerpo difunto, lo envolví con la alfombra persa, la llevé al jardín, cavé un gran hoyo y ahí la enterré para que no molestara más. Pero fue inútil, apenas subí al cuarto, mientras caminaba, la mama pasó por mi lado y me dijo…

- No te salvarás esta vez, tus padres te llaman. Nadie te ama, eres una perdida y pobre alma en llamas.

No dije nada, mis sentimientos se habían apartado de mí. No sentía, estaba como muerta, era sólo un objeto y nada más. Abrumada, confundida, dolida y en un estado sonámbulo, fui a la cocina, cogí el cuchillo de carne más grande y filoso, y me dirigí hacia mi cuarto donde estaba Mariano. Apenas entré fui corriendo hacia Mariano, me senté encima de él y lo comencé a acuchillar pervertidamente hasta el diminuto cansancio. Cuando ya estaba el pobre completamente muerto y desangrado, volví en razón y la locura me invadió por completo, la hermosa desdicha asqueaba mi ser, me estrangulaba con emoción, la felicidad se reía de mí. Cuando estaba en medio del desamparo y el sufrimiento la puerta de mi cuarto se abrió y el alma de la mama lentamente entró. Me miró de tal forma que pude darme cuenta por fin que ese fenómeno que corría por mi casa todas las noches no era mi mama bella, era el diablo en bruto. Me dijo…

- Ya te diste cuenta pobre desgraciada. Tan bruta eres mi bella Fausta que no te reconoces a ti misma, no reconoces a tu propio padre, a tu máximo creador.
- (confundida, asustada) ¿Qué hablas? No te entiendo. Tú no eres la mama, tú eres el diablo mismo. ¿Qué quieras de mi maldita bestia inhumana? ¿Qué mierda quieres?
- ¿Qué quiero yo Fausta? Más bien pregunto ¿Qué quieres tú? No vine acá a atormentarte ni mucho menos a fastidiarte. Vine a ver si querías que te devolviera el favor que me hiciste hace años atrás.
- ¿Favor? ¿A qué te refieres?
- Tú mataste a tus queridos padres cuando tenía cuatro años Fausta, o ¿Es que ya no te acuerdas? Qué fácil es olvidarse de lo que uno quiere ¿no? Cumpliste mi deseo, mataste a esos idiotas que te adoptaron al encontrarte llorando en un cementerio cuando eras apenas una bebé inútil e indefensa. Pero te di un don como todo padre da algo bueno a sus hijos, la inteligencia máxima, prematuramente. Dicté a tu corazón que regresaras a mí, te hice matar a tus padres, cosa que tu también querías y disfrutaste con fervor, pasión y extensa diversión Faustita mía.
- ¡No! ¡No! Eso es mentira, tú solo quieres atormentarme, por eso me dices todo esto.
- Fausta, reacciona hija. ¿A quién le echaron la culpa de la muerte de tus padres? ¿No fue, a caso, a tu nana Delia? Tú bien sabes que ella era incapaz de hacer algo así. Tu abuela ya estaba empezando su enfermedad y, por lo tanto, no tenía la fuerza suficiente ni para levantar el brazo. Solo tú podías realizar ese acto y con que perspicacia lo hiciste, parecías experta. Digna hija mía los estrangulaste y lo disfrutaste. Admítelo, te encantó matar a esos pobres seres que te amaban hasta más no poder. Te fascinó, sentías más y más placer cuchillada tras cuchillada.
- Sí, pues, sí. Lo sentí, lo sentí. Pero fue tu culpa, tú me hiciste así. Ya me cansé, quiero vivir como un ser normal. Ya llegué, por fin a amar. ¿Quieres devolverme el favor? Pues entonces restaura el cuerpo de mi amado y revívelo.
- Dicho y hecho. Tu palabra es una orden. Duerme que mañana todo cambiará. Ah! Pero dos cosas debes saber, una que algún día te van a abandonar los sentimientos y las emociones y exterminarás a todo aquel que amaste. Y dos, no puedes tener hijos pues si los tienes, estos no serán como tú. No tendrán la oportunidad de amar aunque sea por un tiempo, solo tu maldita mama pudo ayudarte en eso. Si tienes un engendro, éste será maldito y no tendrá ni un solo sentimiento ni la más mínima bondad ni para contigo. Lo matarás o te matará. Ahora, ¿Sigues queriendo que resucite a tu amado?
- (aguantándose el llanto) Haz lo que tienes que hacer y lárgate de mi vida para siempre nada más.
- Está bien. Duerme mi maldita hija querida, duerme que tu padre todo lo solucionará.

El diablo salió. Automáticamente, me quedé dormida. A la mañana siguiente, me levanté desesperadamente para ver a Mariano. Éste no estaba en la cama, lo primero que pensé fue “se lo llevó el diablo”. De pronto apareció mi amor con el desayuno en una bandeja de plata decorada con una rosa roja y unos finos chocolates suizos. Por suerte no recordó nada. Unos meses después, comencé a sentirme rara, como poseída o algo así.
Durante varias noches tenía sueños muy extraños con niños que me hacían la vida imposible. Me di cuenta, en una noche que salí a caminar por el amplio jardín oscuro, que estaba embarazada y que algo o alguien abrumadoramente me llamada. Apenas volví a la casa desperté a Mariano para darle la noticia y él muy confundido me dijo…

- Amor, yo soy estéril. A menos que me hayas sido infiel, no podrías estar embarazada.
- Mañana iré a hacerme unos análisis por sea caso.
- Iremos juntos amor.

A la una de la madrugada, mi vientre había crecido increíblemente. En un par de horas se había convertido en un vientre de un bebé de un mes a uno de un bebé de nueve meses. Comencé a sentir, de pronto, que el bebé ya quería salir. ¿Qué hice? Solo puedo decir que la mañana siguiente nunca llegó para mí, pero no pude conmigo misma y para Braulio, mi hijo, sí.

Texto agregado el 30-05-2007, y leído por 128 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-06-2007 Me pareció una mezcla de muchos otros cuentos. Goethe conoce a Lovecraft, por decirlo de alguna manera. eduz
 
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