Llegaron entonces los orícteropos
drenando de sus carnes su sangre,
haciéndome sorber de ellas sabores inquietantes
se sacrificaron a mis fauces.
Desde ellos los adictos a su cuerpo
se me hicieron entendibles
en todas las regiones que escarbaron
esas bestias exquisitas.
Casi toda fama tiene su razón
Eso soñó Ezequiel De Fuego,
coleccionista de estampitas
importadas de las selvas
y los datos angustiosos,
que no alcanzó a conocer
antes de que en las corneas blanquecinas
se borrara todo
Orycteropus afer amen
buenas carnes amén
¡Tubulidentata cumbia sabor!
Texto agregado el 30-05-2007, y leído por 311
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