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El abrazo fue cálido, pero inquietante. Tal vez por no poder recordar de quien se trataba. No era un desconocido, lo había saludado por su nombre.

-¡Ricardo, viejo querido, tanto tiempo!

Estaban en plena avenida, en medio del tráfico y la multitud, sorteando el ruido de la ciudad a hora de almuerzo. Sol, luces, semáforos, una serie de elementos familiares mantenían aquél inusual encuentro dentro del plano de lo seguro. Ricardo lo estudió de pies a cabeza, repasando el listado de compañeros olvidados, colegas ocasionales, amigos de amigos. Las facciones no le resultaban familiares en absoluto. Tenía el pelo corto, llevaba abrigo, en su cabeza se asomaban algunas canas.

-¿Qué cuentas de nuevo, Ricardo? ¿Cómo va todo?
-Bien, estoy bien, gracias – respondió pausadamente, intentando ganar tiempo. El individuo le sonreía hasta enseñar las encías, y le daba constantes golpecitos emocionados a las espaldas.
-¿Y cómo ha estado Estela?

Ricardo, quien hasta ese instante estaba pensando en la forma más decorosa de indicarle su error, retuvo sus palabras y guardó silencio; si el tipo conocía a su esposa, era alguien más cercano de lo que pensaba, tal vez algún pariente lejano de ella. Insistió en sus esfuerzos por recordarle, infructuosamente.

-Estela está bien, en casa..
-Con los niñas, eh?
-Si, con los niñas....
-Supongo que uno les sigue diciendo así aunque tengan veinte años...-interrumpió con una carcajada, guiñando el ojo.

Ricardo pasó el dedo índice por alrededor del cuello de su camisa, estirando levemente uno de los extremos. El individuo seguía sonriendo, esperando una respuesta; no parecía apurado.

-¿Cómo van las cosas en la inmobiliaria? Imagino que mucho mejor desde que te dieron ese ascenso, ¿no?
-Si...Mejor.
-Me alegro. Te lo merecías. Ese proyecto que encabezaste ¿cómo era que se llamaba? ¿Villa verde?..
-Valle verde – respondió Ricardo, dejando escapar un tic, corto pero brusco, que le torcía el cuello tenuemente hacia la derecha.
-Ése mismo, Valle verde. Estuvo muy bien que te lo reconocieran, porque todos sabían lo que te deslomaste para sacarlo a tiempo. Con lo bien que se vendió....ese 10% de comisión que te dieron no pagó todas las noches que te desvelaste en la oficina.

Ricardo sintió la urgencia de retirarse. Los esfuerzos por recordar al hombre que le conversaba tan afablemente no resultaban. Una corriente de aire frío se presentó y tímidamente fue envolviéndolo. La forma en que aquél desconocido le enseñaba hasta los colmillos con su sonrisa marcada, comenzaba a producirle malestar y desconcierto. Lo miró a los ojos y se despidió con cortesía:

-Fue muy bueno verte. Tengo una reunión, Estoy un poco atrasado...
-¿Cómo? ¿Ya te vas a ir? Tanto tiempo sin vernos y no me dedicas ni un par de minutos...
-Me encantaría poder quedarme a conversar, quien sabe otro día...
-¿Otro día? ¿Me estás diciendo que te gustaría que nos volvamos a ver, una vez más?
-Pero claro que sí, porqué no.
-Entonces..¿ Tú me llamas?
Ricardo titubeó por un instante.
-Sí, yo te llamo.- respondió, girando su cuerpo hacia el lado opuesto, disponiendo a marcharse. Quiso responderle con una palmadita en la espalda, como una de esas tantas que el otro le había dado segundos atrás. Sin embargo, el individuo detuvo su mano a medio camino, impidiendo su marcha.
-¿Y tienes mi número? –le preguntó, fijando su mirada en los ojos de Ricardo. Esta vez no estaba sonriendo.
-No, yo manejo muy pocos números telefónicos, pero estoy seguro que Estela lo tiene.
-Seguro. Estela los tiene todos ¿no?
-Claro, claro- respondió Ricardo algo nervioso, zafando su brazo de las manos del otro, quien ahora lo miraba serio y desafiante.
-Dime, Ricardo, cuando le cuentes a Estela que te encontraste con alguien en la calle...¿con quién le vas a decir que te encontraste?
-Perdón, no entiendo la pregunta.
-Pues es una muy simple. Cuando veas a Estela y le cuentes, “mi amor, adivina con quién me encontré hoy en la calle” y ella te diga “no tengo idea” ¿Cuál va a ser tu respuesta?...
-Pues...
-¿Sabes mi nombre, Ricardo?
Ricardo guardó silencio.
-No es muy cortés de tu parte ¿no crees? Digo, yo aquí, al día con todos los pormenores de tu vida, cada ínfimo detalle, y tú ni siquiera sabes como me llamo...
-Creo que será mejor que me vaya –interrumpió Ricardo, engrosando la voz – Siento este malentendido, pero...
-¿Malentendido? Aquí no hay malentendidos, amigo mío. Yo sé perfectamente bien quién eres, qué haces y qué escondes. En cambio tú no tienes idea de quién soy, porqué te conozco o cuales son los motivos que me llevan a hablarte. Y eso puede verse de dos puntos de vistas: por un lado es una grosería, y por otro es una ventaja.
-¿Una ventaja? –preguntó Ricardo, algo intrigado -¿Qué ventaja puede significar eso para mí?
-No, no para ti. Es una ventaja para mí –respondió el otro y volvió a sonreír, imprimiendo un rastro de oscuridad a su gesto.
-Bueno, creo que eso sería todo. Hasta luego – respondió Ricardo y dio media vuelta.

Caminó unos pocos pasos y sintió una voz a sus espaldas.
-¿Cómo se llama tu hija menor? Camila, ¿cierto?
Ricardo se detuvo, pero no se dio vuelta. El otro siguió:
-¿Te has fijado que cuando tomas con fuerza a Camila por las muñecas, éstas quedan moradas de inmediato?
Ricardo se dio vuelta y lo tomó por el cuello.
-De qué estas hablando, mierda...
El otro solamente sonrió. Aplicando más fuerza que su oponente, se zafo de sus brazos y se ajustó el abrigo.
-Calma, Ricardo. No perdamos la compostura aquí en la calle, frente a todas estas personas. ¿Qué van a pensar? ¿Acaso no es eso lo que siempre te ha importado?
-Corta las estupideces. Dime inmediatamente qué pasa con Camila.
-Irónico que ahora estés tan interesado en hablar conmigo. Hace un minuto no veías el momento de poder deshacerte de mí.
-Si no me respondes, ahora mismo voy donde esos carabineros que están ahí en la esquina...
-Camila puede estar bien o mal, eso depende de ti. Dime, Ricardo ¿te consideras un buen hombre? Por que si eres un buen hombre, que no tiene nada que esconder, entonces Camila está en su casa, viendo televisión como siempre hace a esta hora, cuando llega de clases.
-Pues yo soy un hombre intachable – respondió, mientras marcaba el número de su hija menor en el celular. Un mensaje de buzón de voz apareció. Alterado, marcó el número de su esposa, el que dio el mismo mensaje. Llamó a su casa, y el teléfono sonaba ocupado.
-Una inconveniente coincidencia, por lo que veo. Parece que tendrás que confiar en lo que yo te diga.
-¿Quién eres?
-Quién soy yo no importa. Lo importante es por quién estoy aquí.
-¿Qué es lo que quieres? ¿Plata?
-Venganza.
-¡Con mi familia no! Si tocas a alguna de mis hijas, o a mi mujer...
El otro le abrazó por un costado.
-Está muy bien que defiendas a tus mujeres, Ricardo. Eso te ayudará a entender porqué estoy aquí, y porqué te va a suceder lo que te ha de suceder. Convengamos en que te lo buscaste, tú mismo has confirmado cuáles son las consecuencias de tocar a las mujeres de otros...

Ricardo palideció. ¿Sería por Irene? ¿Por Carolina? ¿Teresa? Eran tantas, y podía ser cualquiera; al fin y al cabo, todas habían sido las esposas de alguien en ese entonces. Volvió a intentar con el teléfono, infructuosamente.

-¿Estás aquí por encargo? ¿Quién te mandó? ¿Qué le hicieron a mi familia? Voy a denunciarte a carabineros ahora mismo...
El individuo sacó una llave del bolsillo de su camisa.
-¿Ves esta llave, Ricardo? Hay una caja que te será entregada en tu casa en una hora más, si es que te portas bien. A mí ya no me verás nuevamente, yo solamente soy el emisario. Y cuando veas lo que hay al interior de esa caja recordarás a la persona que destruiste, y comprenderás cuál ha sido el castigo elegido para ti. Te van a cobrar a la antigua..¿Cómo era el dicho?..¡Ah! “Por donde pecas, pagas”. Eso.

Le entregó la llave a Ricardo; éste le sujetó la manga del abrigo, amenazando no dejarlo partir.
-Veo que te has entusiasmado con nuestra charla, Ricardo. Siento decirte ahora que yo soy el que debe marcharse. Vuela ahora a tu casa, vuela; en una de esas alcanzas a llegar antes que el emisor entregue la caja.

El otro se dio vuelta e inició su marcha; Ricardo, aún absorto, lo observaba retirarse. El individuo se dio vuelta una última vez y lo miró de frente:
-Para tu información, nos vimos en tu fiesta de matrimonio. Yo estuve en esa celebración, aunque por motivos externos a tu boda. Supongo que esa es otra ironía del destino.

El emisario desapareció en medio de la gente, mientras Ricardo permanecía inmóvil en la vereda; miraba a los cuatro lados buscando algo familiar, algo a lo que aferrarse. El sol comenzó a palidecer ante nubes gruesas y oscuras, el aire se tornó más helado. Como si hubiese despertado en ese instante, corrió hacia su casa, con el aliento paralizado, el pecho en erupción, las piernas deshechas.

Aunque tenía su auto cerca, no tuvo valor para manejar; llegó en taxi a casa, temblando, marcando números repetidamente en su teléfono, hasta romperlo contra el suelo en un ataque de ira.

No se veían rastros de atraco o forcejeo; el exterior se veía limpio, a salvo.
La idea de que todo no pasara de una mala broma le vino a la cabeza por un instante.

Abrió la puerta; gritó por Estela y las niñas; ninguna estaba en casa; al igual que al exterior, adentro todo se percibía en orden y sin rastros de violencia.

Junto a la escalera principal, al lado de la mesa del teléfono, una caja amarilla, con un gran lazo azul y un candado metálico.

Ricardo tomó la llave en sus manos. En esos segundos que le tomó ir desde la entrada hasta la caja, recordó a Estela, la última vez que habían dormido juntos, hacia tanto tiempo; a sus niñas, la fragilidad de la menor, de Camila, que se magullaba ante cualquier golpe; recordó a las mujeres con las que había sido infiel: Irene, a Carolina, a Sara, y más que nada a Teresa, por lo que había sido capaz de hacer cuando él cortó su relación; nunca pensó que llevaría adelante aquellas amenazas. No le sorprendió, por tanto, ver una foto de ella en su ataúd, adosada en la parte superior de la caja.

Tomó la caja entre sus manos, para tomarle el peso; la agitó levemente para ver como sonaba. Temía saber lo que se encontraba en su interior. Las imágenes en su cabeza se atropellaban: Estela, Teresa, Camila. El emisario. Un pequeño mensaje estaba escrito con plumón diagonalmente sobre la caja, pero la ansiedad y las lágrimas le impidieron leer lo que éste decía.: “Ningún padre perdona la muerte de su hija”

Juntó fuerzas para sacar el candado y soltar el lazo azul. Se secó las mejillas y dejó escapar un gemido.

Abrió la caja.

Texto agregado el 30-05-2007, y leído por 143 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-06-2007 creo que la relacion de ideas varia un poo, el relato se hace algo lento y extenso.. quizas falta algo de intensidad en la descripciones emocionales... un beso paloma_del_sur
01-06-2007 Me dejaste intrigada. Buen texto se maneja en tener la atención del que lee. Sus 5* lovecraft
 
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