Duermen.
Fuera, se escuchan todos los sonidos de la noche,
y el campo descansa, tranquilo. Uno a uno, los minutos van cayendo, y cada hora que pasa me aleja de la niñez. Atrás queda ya mi adolescencia, mañana seré un hombre.
Dentro, duermen.
Desde que tenía tres o cuatro quiero ser torero. Otros, mis amigos, jugaban con el balón, y soñaban con marcar goles, con estampar sus nombres en las camisetas, con convertirse en objetos de deseo de las chiquillas.
Yo no.
Siempre he tenido la mente puesta en el toro. Hablaba de verónicas como otros hablan de futbolistas, pedía capotes como regalo en Navidades o cumpleaños, entrenaba muy
duro y a diario.
Mi etapa como novillero, tan bonita, ha llegado a su fin. Estoy preparado. Mañana tomaré la alternativa, y toda mi familia, que tanto me ha apoyado, acudirá a la plaza a presenciar tan bello ceremonial. Estoy nervioso... La Luna,
que siempre me ayuda, me regala su sonrisa de plata.
La Luna y yo...
Aquí, la noche parece eterna. A veces creo que avanza, rápida, hacia la madrugada. Otras, se me hace larga, y quiero que amanezca ya, y ansío el sol, el día, el momento de la verdad.
Mi padrino, el torero que más admiro...
Quiero dormir, y no puedo, y permanezco aquí, quiero también disfrutar esta sensación, atesorarla, recrearla mañana cuando regrese al hotel y todo haya pasado, dime, Luna hermosa, ¿sabes tú si saldrá todo bien?.
Qué triste la soledad del torero...
Qué miedo...
Tengo miedo de lo que pueda pasar, de lo que pase, de lo que no pase, de mí...
Y, sobre todo, tengo una tremenda ilusión...