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EL HOMBRE DEL TABURETE


Omar abrió los ojos a un nuevo día mientras su mujer aún dormía. La miró con el cariño de quien ha vivido toda una vida al lado de la persona a la que ama. Se levantó de la cama con esfuerzo e intentando no hacer ruido. No le pesaban los sesenta kilos, no, le pesaban más sus ochenta años.
Se acercó a la ventana. Un halo especial parecía coronar aquel amanecer, al menos para Omar que se lavó y desayunó pensando en que quizás ese halo de luz era una señal para intentar resolver una duda que desde hacía tiempo le acompañaba en sus momentos de soledad.
Se sentó en su sillón recostado su cansada espalda. Apoyo sus delgados brazos, mientras aún continuaba dándole vueltas al tema. Al poco pensó: ¿Cómo voy a resolver esa duda que me acompaña estando tan cómodo como estoy en mi sillón preferido? Se levantó y se sentó en una silla de madera que carecía de apoya brazos. Ahora no estaba tan cómodo como en el sillón, pero aún podía apoyar su espalda en el respaldo de la incómoda silla. No, pensó, creo que no es una duda que pueda resolver yo sólo, he de hacer algo para llamar su atención. Su mujer entró en la sala de estar cuando Omar estaba a punto de abandonar la casa.

-¿Dónde vas a estas horas?
-Voy a comprar un taburete.
-¿Un taburete? ¿Para que diablos quieres un taburete?
-Pues para lo típico, para sentarte, para enfilarte a algún lugar que esté alto, para apoyar los pies mientras vemos la tele, para resolver una duda que se me presenta cada vez que estoy sólo ¿Quieres que compre uno para ti, también?
-¿Para qué has dicho que puede servir un taburete? ¿Para resolver una duda que se te presenta cada vez que estás sólo? ¿Quieres que hablemos sobre ello?
-No, no hace falta, son cosas mías.
-De acuerdo, de acuerdo, tú sabrás. Veo que ya has desayunado.
-Sí, hoy me he levantado muy pronto. Bueno, me voy a comprar el taburete.
-No tardes mucho.
-Descuida.

Le costó mucho encontrar un taburete a su gusto, pero al final dio con él. Era un bonito taburete de madera. Lo estudió por todos lados, no quería llevarse uno defectuoso. Se sentó apoyando todo su peso para comprobar que las patas fuesen iguales y no bailasen. Después de la comprobación, se atrevió a ponerse de pie sobre él. Sí, le servía sin duda. Compró el taburete y salió de la tienda dispuesto a buscar el lugar adecuado para llevar a cabo su plan.
Se fue directo al paseo y colocó el taburete bajo la gran y confortable sombra de un árbol centenario. Se subió sobre el taburete, cerró los ojos con la intención de llamar su atención.
Al poco rato oyó la voz de un niño:

-Señor ¿Qué está haciendo? ¿Necesita ayuda?
-No, hijo no, no necesito ayuda. Sólo necesito resolver una duda ¿Qué haces subido a ese árbol?
-Esconderme de mis miedos.
-¿De tus miedos? ¿Tienes muchos?
-Muchos no, más bien uno.
-¿Cómo se llama SU miedo?
-Mi miedo se llama examen de matemáticas.
-¡Ah! Va de probabilidades ¿Tienes miedo de no aprobar?
-No, aprobar aprobaré seguro.
-Entonces ¿Qué es lo que te preocupa?
-No sacar un diez.
-Ja, ja, ja ¿Eso es lo que te preocupa? ¿Realmente te importa sacar un nueve o un diez? Pues por lo que dices, tienes que ser un estudiante brillante.
-A mí me da igual tener un nueve o un diez, pero a ellos…
-¿A ellos? ¿A quiénes?
-A mis padres, a mis amigos.
-¿Crees que les defraudarías sacando un nueve? Sería terrible, tus padres dejarían automáticamente de quererte y tus amigos te dejarían de hablar.
-No, no es eso…
-¿Tú te defraudarías a ti mismo sacando un nueve?
-No, he estudiado lo que debía.
-¿Quieres un consejo?
-Bueno.
-Chico, sé tu mismo. No sufras por lo que puedan pensar los demás sobre ti. Si tú crees que has hecho lo que debías ¿Qué más puedes hacer? ¿Lo que no debías? -Le dijo Omar. El niño saltó del árbol. Su cara mostraba una gran sonrisa. Era como si le hubiesen quitado un gran peso de encima. Se puso delante del anciano que aún continuaba sobre el taburete con los ojos cerrados.
-Señor, gracias, me ha ayudado mucho. Espero que a usted se le solucione el asunto que le hace estar subido sobre un taburete en plena calle.
-Gracias chico.
-Adiós, señor.-El muchacho se fue corriendo hacia su casa dejando enredado su miedo entre las ramas de aquel gran árbol.

Pasaron varias personas por delante del anciano. Incluso se ofrecieron a ayudarle, pero él necesitaba otra clase de ayuda, un pequeño empujoncito de alguien importante.
Omar cambió el taburete de sitio. Lo puso bajo el Sol, al lado de un banco, delante de unos niños que jugaban a la pelota.
Al rato gotas de sudor atravesaban su rostro, pero él continuaba de pie sobre el taburete dispuesto a no dejarse vencer por el cansancio hasta que no tuviese su duda resuelta, después ya tendría tiempo para descansar.

-Antes vine y estabas bajo la sombra de un árbol. Ahora te veo sufrir bajo un fuerte Sol que parece estar derritiéndote ¿Qué pretendes?
-Llamar su atención.-Dijo Omar, que continuaba con los ojos cerrados.
-¿Mi atención?
-No, la suya no, no se moleste. De quien quiero llamar la atención es del de arriba.
-¿Del de arriba?
-Sí, de Dios.
-Vaya forma de referirse a un ser supremo. Y ¿se puede saber qué es lo que quieres de él?
-Verá, de niño no tenía ninguna duda sobre su existencia, pero entonces tampoco la tenía de los Reyes Magos, ni de Papa Noel. Más tarde no tenía duda sobre su existencia, mejor dicho sobre su no existencia. Habría puesto la mano en el fuego por ello. Después, a partir de los treinta, mis dudas crecieron, y se puede decir que desde entonces han ido en aumento. En aquella época estaba a un cincuenta por ciento, más tarde el porcentaje pasó a ser de un setenta y cinco y ahora que estoy a punto de dar el gran paso, de irme para siempre a no se dónde, es cuando se ha convertido en un noventa por ciento.
-¿Por qué crees que a medida que se acerca la hora de tu muerte piensas cada vez más en la posibilidad de la existencia de Dios?
-Tal vez por mi deseo de que no todo acabe con el último suspiro ¿Qué sentido tendría aprender, acumular conocimientos, experiencias, si después todo cae en saco roto? ¿Qué sentido tendría siendo el universo infinito como se dice que es?
-¿Hay alguna otra razón por la que creas que Dios existe?
-Sí, claro. Por el universo en sí. Por el amor, los animales, los ecosistemas, el día, la noche, el mar, la perfección imperfecta del ser humano…Demasiadas coincidencias para que nosotros estemos aquí. Parece todo diseñado por un ser supremo, aunque no SÉ si uno o varios, eso tampoco lo tengo claro. Es todo como un gran puzzle en el que cada pieza tiene su lugar correspondiente.
-Parece ser que casi estás convencido de su existencia. Diría que sólo te hace falta un pequeño empujoncito.
-Lo que no entiendo es lo de los cinco sentidos ¿Por qué cinco sentidos pudiendo ser por ejemplo siete?
-Sí, como los siete colores del arco iris ¿Verdad? Quizás él ha pensado en dejar varios sentidos para que los seres humanos los puedan descubrir.
-Por cierto ¿Quién es usted? –Preguntó Omar manteniendo los ojos cerrados ¿Por qué no me contesta?

Omar abrió los ojos y se encontró estirado sobre el banco. El taburete estaba a su lado. Miró la hora y pensó que era tarde. Se levantó con mucho trabajo. Cogió con su mano derecha el taburete y se acercó hasta donde los niños estaban jugando con la pelota.

-Niños.- Les preguntó- ¿Me habéis visto hablando con alguien?
-No, señor.-Contestó el que estaba jugando de portero. Le puedo asegurar que no ha hablado con nadie desde que se subió a ese taburete. Después se estiró en el banco. Supongo que se quedó dormido.
-Gracias, gracias.-Les dijo a los niños, y empezó a andar en dirección a su casa.
A medio paseo un niño que montaba en bicicleta le preguntó:
-Señor ¿Ya ha resuelto su duda?
-¿Quién eres tú?
-¡Ah claro! No me reconoce porque no me vio. Soy el del árbol.
¿Ya ha resuelto su duda?
-No lo sé, chico no lo sé.
-Entonces ¿Por qué se ha bajado del taburete y ha abierto los ojos?
-Ahora mismo no te sabría decir, estoy algo confundido. Quizás esperaba alguna señal de cualquier tipo.
-Es bonito su taburete ¿Es nuevo?
-Si, lo compré esta mañana para que me ayudase en mi propósito, pero parece ser que no he obtenido los resultados que esperaba.
-Señor, no pierda la esperanza, el día aún no ha terminado.
-Lo sé hijo, lo sé. Cuídate.
-Lo haré, señor y gracias.
-De nada chico, de nada.

Omar entró en su casa.

-Ya era hora de que aparecieses. Me estaba empezando a preocupar. La comida casi está terminada ¿Tienes hambre?- le dijo a su mujer-
-No mucha, la verdad.
-No traes buena cara. Supongo que el comprar el taburete no te ha resuelto la duda.
-No, la verdad es que no.
-Déjame ver ese taburete. Ya lo has probado bien.-La anciana se sentó sobré él.-La verdad es que no baila y la madera parece buena. Esa señal que tiene ¿La has hecho tú, o ya estaba hecha?
- ¿Señal? ¿Qué señal? –Preguntó Omar sorprendido recordando que compró el taburete sin ningún tipo de señal.
-La cruz que hay en la parte posterior.
-Ja, ja, ja.-Rió el anciano mirando hacia el cielo-. El viejo pescador pescó un pez gordo, ja ja, ja, y sin red. Sabía que lo del taburete me daría buen resultado.
-¿Lo del taburete? ¿De que pez gordo estás hablando?
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ

Texto agregado el 28-05-2007, y leído por 324 visitantes. (0 votos)


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