Militia est vita diabolis super inferix
Prefacio.
Escribía Kenshiro lo siguiente: “Qué tontos que fuimos los hombres cuando nos empecinamos en pensar que los dioses y los demonios eran creaciones de nuestras limitadas mentes. Creímos que por la existencia de muchos infiernos y otros tantos demonios, lo lógico era que cada civilización, cada cultura, se creara su propia realidad. Sin embargo, no es eso lo que pasa, lo que pasó”. Atendiendo al extraño aunque acertado comentario del japonés, he aquí lo que se escribirá en adelante: la realidad es que la gran variedad de deidades y demonios que habitaron sus respectivos infiernos mantuvieron una lucha constante, una guerra en la cual se disputaron la acumulación de adeptos. Esta lucha siempre fue como una especie de Guerra Fría: maquinaciones acá, traiciones allá y sabotajes acullá. Pero eso se terminó. Una gran batalla tuvo lugar entre los infiernos, no importa cuándo pasó esto, lo que importa es cómo pasó. Esta no fue una guerra entre el bien y el mal, sino que fue una desesperada lucha entre muchos males.
Las fuerzas demoníacas se cansaron, aparentemente, de las convencionales acciones y se volcaron de lleno a una única acción: la guerra lisa y llana. Antes de esta batalla vimos los aislados intentos de las distintas fuerzas infernales de quedarse con el poder. Supimos, a través de un informe del Árabe Loco, de los Antiguos tratando de alcanzar la Tierra. Todo eso terminó cuando los gobernantes infernales se dieron cuenta que para poder luchar contra el bien, primero había que unificar todo el mal. Así lo hicieron, mas una vez que ya no existía el bien, quedaba la cuestión de quién se quedaría con el poder.
Unificar el mal en su totalidad es una buena estrategia, sin embargo es muy difícil que la soberbia de los gobernantes infernales permita una unificación pacífica. Ciertamente, eso es lo que ocurrió: todos y cada uno de los reyes del mal pretendían ser jefes.
Aquí comienza la historia –en algunas partes inventada y en otras exagerada por la pluma de un servidor– de la gran batalla que libraron los infiernos, luego de haber eliminado al Cielo. Una batalla que estremeció al mundo y a las estrellas. Una batalla en la que nadie quiso quedar afuera, en la que las fuerzas divinas no participaron. Una batalla en donde el bien no tiene lugar ni tiene acción. La batalla de los infiernos.
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