Navegaba lentamente por los cauces de la vida,
huía de toda tormenta, acercándome, cauta, a lugares libres de peligro,
sentía en mí la libertad del deseo, no me prendian ataduras.
Hasta que un día, por desgracia, o por simple destino, me amarré a puerto sin saber porqué,
y allí estaba, mi nuevo mundo, y allí, estabas tú.
Comencé quizás, a sentirme más viva, más llena de ilusión,
y pensé que la decisión, no había sido del todo mala,
ya que estaba completandome a mí misma, rescataba en tierra, partes de mi olvidadas.
Mi libertad se tornó en vicio a tu lado, y mi dependencia a ese nuevo mundo me hizo olvidar vidas pasadas,
ya nada importaba, parecía mi travesía haberse acabado en un solo gesto,
tú eras mi única misión.
Me olvidé de mi misma, de mi barco, de mi mar eterno de ilusión,
y me metí en un oscuro camino sin final.
Tu responsabilidad te pudo, demasiado quizás para un sólo hombre, para un sólo guerrero,
una vida en tus manos.
Comprendí que había fracasado, que no podía olvidar el resto,
que debía completarme y no limitarme,
y comprendí cual había sido lo que me había implusado a anclar.
Me sentí sóla, absurda condición el no ser autosuficiente,
pero así es, entendí que la soledad es un estado mental al que nos vemos arraigados en determinadas etapas de la vida, en diversas situaciones, pero que se puede vencer, con una estabilidad adecuada.
Ví que podía amar sin olvidar mi persona, que podía amar desde lejos,
desde el mar o desde el cielo,
que podía quererte y no verte,
y que podía utilizar mis sentidos para no sentirme sola.
Así volví a mi mar,
a mi mar de lágrimas, de sonrisas y de ilusiones.
A mi mar en calma.
Y así, amé a mi mundo y a todo lo que me rodeaba,
agradeciendo cada paso que daba, sin que nada me quedara atrás.
Algún día, volveré a tu mundo,
pero entonces, no me dejaré el alma en el mar.
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