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UN LUGAR DONDE EL RELOJ SE CALLA


Esta es parte de la historia de un lobo de mar llamado Marcelo, o Marcielo si les gusta más, pues es con ese nombre como le conocían todos.
Desde muy temprana edad le enseñaron el oficio de pescador, y eso nada tiene de raro sabiendo que vivía en un pueblo de pescadores llamado ReDescalza.
En aquellos lejanos días Marcielo se sentía bien, a gusto, tranquilo, respiraba vida por todos sus poros cuando salían a faenar a mar abierto, a cielo despejado, y cabalgaban sobre olas que les saludaban gruñonas. No hubiese cambiado por nada las caricias de aquellos amaneceres, de aquellos atardeceres en los que la luz jugaba a ofrecerles espectáculos únicos y diarios. Le gustaba el olor a mar, su color, la textura…lo amaba por eso y porque se preocupaba por ellos cada día proporcionándole pesca suficiente para poder continuar disfrutando de su húmeda compañía.
Aquello ya ha quedó atrás, son recuerdos que pertenecen a un bonito pasado pues el tiempo no perdona y todo lo transforma. Las blancas casas habitadas antes por bravos pescadores, ahora pertenecen a gente adinerada que vieron en ReDescalza un lugar ideal no sólo para pasar allí las vacaciones, sino para vivir durante todo el año. Los pescadores fueron vendiendo sus propiedades y abandonando el pueblo a la par que las redes subían cada vez más vacías. Uno tras otro picaron sin remedio el anzuelo del dinero dejando ReDescalza a merced de su suerte. Bueno, todas las casas no habían sido adquiridas por gente de fuera, quedaba la de Marcielo, que aunque tiene muchos pretendientes, aún le pertenece.
Ha pasado mucho tiempo desde aquello pero el pescador continúa visitando a diario a su gran amigo el mar y aunque pocas veces lo hace sobre su pequeña barca, nunca falta a su cita con él.

Anochece. Las luces empiezan a despertar por doquier. Cuando una llega, saluda a las otras y se queda haciendo la función encomendada, dar colores a las sombras que la rodean.
Sale de su casa contento, lleva apoyadas sobre el hombro un par de cañas y la bolsa de pesca con todo lo necesario para la jornada. Sus veteranas piernas gustan de aguantar un cuerpo que a pesar de sus años se conserva en muy buen estado. Paso a paso se va acercando al mar. Sus ojos azules aún no lo distinguen pero hasta él llega su inconfundible olor anunciándole su proximidad. Una sonrisa surca su semblante, lo hace igual que cuando a un niño le ofrecen un dulce, pero en este caso lo dulce no es el sabor; es el sentir. El mar nunca le ha fallado, siempre a estado en su sitio, incluso cuando no le proporciona pesca, le ofrece algo: compañía, tranquilidad, recuerdos, música…
Enfila el paseo, ahora si, ahora ya puede ver el manto gigante que nunca para quieto. Cómo va a parar quieto, piensa, albergando tanta vida como alberga en su interior. La vida es movimiento, en mayor o menor medida, pero movimiento al fin y al cabo. Sino que se lo pregunten a las estatuas, lo que darían ellas por cambiar de postura, o por poder variar su punto de vista.
A pesar de la baja temperatura, se cruza con algunas personas que aún transitan las frías calles del pueblo marinero. Paso a paso se aproxima a la roca que le hará de banco y de cama como tantas y tantas veces. Sobre ella preparará las cañas bajo la luz de un viejo quinqué. Después sus piernas descansarán colgadas cara al mar dejando que otras partes de su cuerpo tomen el relevo. Acabados los preparativos, la vista se le baña en aguas azules buscando descubrir algún nuevo movimiento. Con el paso de los minutos, se relaja y es como si el tiempo desacelerase su velocidad hasta quedarse quieto, mudo. Ese es el instante en el que al pescador le gusta estar, cuando el reloj se calla porque el tiempo y el lugar hacen un paréntesis idílico, y allí permanecen horas y horas sin que a su cuerpo le pese estar.
Ya es noche cerrada. Su vista se sacude por un momento el agua que la ha bañado, y se dirige al faro que luce potente, orgulloso, majestuoso, mostrando su único ojo de largo alcance. Parece la única vela de un enorme pastel esperando ser apagada por algún niño gigante, piensa, pero no es vela, que es faro, y los soplidos del aire no le inquietan, sabe que su luz continuará iluminando parte de la oscura noche. Todo ocurre bajo la luna que hoy está llena y se muestra coqueta, plena.
Una de las cañas parece haber pescado algo. La mirada del viejo busca el movimiento. Tiene la intuición que hoy la pesca será buena. Se desplaza hasta la caña y empieza a enrollar el carrete sin que le cueste mucho esfuerzo. La sensación que tiene no es la de haber pescado algo, sino todo lo contrario, se siente CAPTURADO.
“SOY LA PRESA ELEGIDA” piensa, pero ¿De qué? ¿Por quien? Ansiaba ver el contenido de su captura más que otra cosa en el mundo. Su sorpresa fue mayúscula al ver que había pescado una red que no contenía nada. Se la guardó. Desde que empezó a pescar siendo un muchacho se guardaba todo los objetos que el mar le ofrecía. Cómo poder rechazar un regalo de tan buen amigo. Transcurrió la jornada sin más novedades. Había dormido lo justo y necesario. El amanecer le acompañaba hacía su casa pisándole los talones cuando se acordó de algo, era su cumpleaños y eso le gustaba celebrarlo comiendo pastel de chocolate relleno de mermelada de fresa. Entró en la panadería que desde años visitaba muy esporádicamente.
-¿Desea algo el señor?
-Sí, un pastel de chocolate relleno de mermelada de fresa.
-¿Para cuantas personas?
-Para dos.
-¿Quiere velas?
-Si, póngame un uno, un CUATRO (cuarto) y un cero.
-¿Conoce usted a alguien que cumple 104 años?
-No, hija no, no conozco a nadie de esa edad.
-Bueno señor, que disfruten el pastel.
-Eso haré, señorita-Dijo Marcielo mientras abandonaba el establecimiento.
Llegó a su casa. Bajó lentamente las escaleras que conducen a lo que algún día fue un garaje para coches, pero que hoy hace la función de museo de pesca particular PARA Marcielo.
Encendió la luz, la estancia es muy oscura. Buscó un lugar para exponer la red. Al final decidió colgarla en una esquina de su museo, tocando a dos paredes. Tenía la costumbre de ponerle un nombre a las cosas pescadas:
“Botella de plástico llena de agua de mar salada, Zapatilla para peces deportivos, Paraguas jubilado acompaña aguas, Lamparita de noche huérfana de luz, Lata de Coca-cola para estrellas de mar…”
Buscaría uno para la red. Se preparó algo para comer, hoy le tocaba verdura pues su amigo el chef marino se lo había sugerido al no ofrecerle pescado alguno. Al ser su cumpleaños quiso acompañar la verdura con algo de vino, pero no lo bebería con ella, sino después de ella y antes del pastel. La verdura ya había desaparecido del plato cuando quiso bajar a ver su nueva captura. Abrió la puerta y antes de darle al interruptor vio sorprendido como de la red procedía una extraña luz blanca. Se quedó mirándola por un rato, fascinado, hasta que después cerró la puerta y volvió a subir despacio las escaleras. Se sentó a la mesa frente al pastel y al vaso de vino, bebió un sorbo de éste pensando en el líquido mar. Cogió entonces la vela que representaba el uno. Le recordó al faro, la encendió, pensó entonces en la de forma de cuatro.
Se adivinó sentado sobre la roca con las piernas colgando, la encendió. Colocó la vela que representaba al cero y en ella reconoció a la luna llena, la encendió. Quiso concentrarse en pedir un deseo antes de soplar las velas, pero su mente pensó en el pastel ¿Qué podía representar un pastel para dos personas bajo un faro, un hombre sentado y una luna llena? Si, sabía la respuesta. El pastel representaba el tiempo vivido, y ¿Por qué eran dos raciones para él en vez de una? Muy sencillo, cumplía ciento cuarenta años. Un día, hace ya mucho tiempo de eso, descubrió por casualidad que sobre la roca que pescaba, el reloj se paraba, se detenía, se quedaba mudo por las noches. Desde entonces decidió pasarlas allí.
Es tiempo extra que no sabe si se lo proporciona su amigo el mar, el propio lugar, el tiempo, o el conjunto de los tres. Se volvió a acordar de la red, de la luz blanquecina que había atrapado pero que con la luz solar no se apreciaba. Ya está, la llamaría: La red que capturó parte de luz de una luna llena curiosa.
Pensó en el deseo y sopló las velas.
En días sucesivos dibujó un pequeño mapa que metió en una botella junto a una larga nota. El mapa indicaba el lugar donde el reloj se calla. Un día cualquiera, sin que fuese diferente a los otros, lanzó la botella a su amigo el mar para que contase su secreto a quien él creyese oportuno….

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Ilusionado salí aquél día a pescar. Había estado años esperando ese momento; lanzar desde mi barca una red esperando recogerla llena de frutos del mar…Sorprendido quedé al descubrir que mi pesca era una botella de vino vacía sellada por un corcho. Al ser de vidrio transparente descubrí que su interior guardaba algo. Al abrirla HALLÉ el mapa de un lugar y una nota firmada por Marcielo. Antes de contar la historia quise comprobar si el secreto que guardaba aquella botella era cierto, para lo cual tuve que esperar un tiempo prudencial. Pasado ese tiempo les puedo decir que la historia es cierta, pero déjenme que conserve el secreto, la roca no es muy grande y en ella no cabe mucha gente. Por cierto, el resto de la historia se la he podido contar gracias a un cúmulo de casualidades, pues unos días antes de salir a la mar con mi nueva barca había adquirido la casa de Marcielo sin saber que él mismo y sin habernos conocido, me contaría su secreto vía mensajero amigo.
En su museo descubrí algunos escritos que hablaban de él y de su larga vida, pero ninguno que nombrase el lugar secreto que la botella me contó.

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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ

Texto agregado el 28-05-2007, y leído por 140 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-05-2007 No es mala la idea, pero sobran muchas frases descriptivas, creo yo, inecesarias, y falta algo de chispa que encienda al lector. Buen material para corte y confección. Un saludo marxtuein
29-05-2007 Tu cuento es de lo más encantador. Pleno de imaginación. 5* kone
29-05-2007 Me ha gustado Latimer
29-05-2007 **** chapoo
 
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