hablaba despacio no queriendo interrumpir el suave sudor de una noche de jazz. santiago debajo de la mesa, el humo en una mano. hablaba despacio porque quizá no quería mutilarle el corazón carcomido. porque la ciudad entera se extendía por el calor, por la voz que se vive a destiempos innecesarios en una recta lineal secuencial que enmarca toda la incertidumbre que por dentro revuelve este espacio temporal en la cabeza al antojo propio.
yo estaba en ese lado de las cosas. en ese lado que se evita porque es incómodo, porque hace pensar en tanta distancia sintética emocional que se lo come todo. yo estaba ahí, sentada con una mano en la rodilla y la otra por encima de la mesa y alrededor todo era monóxido de carbono, Ellington cubriendo todo lo que podía cubrir. él cerrando sus ojos de vez en cuando tratando de especular este juego vertiginoso del susurro en la oreja y su sabor a cerveza en la boca, el pasado silente, los días en la lejanía.
tengo que decirle que ya no lo quiero, que nunca lo quise. que no soy él en tanto él sino mas bien una cruda imagen pegada en un panel de corcho en el muro deslavado. tengo que decirle mientras todo eso, mientras la verticalidad de las sílabas sin pronunciar se asomen en el borde desteñido de mi boca, que todo esfuerzo diario es como un sismo que remueve el centro medio y y sólo queda un estertor.

ojalá Davis nos pudiera exorcizar.