Alcanzó la tabulada edad senil esa misma mañana, alrededor de las 10 y media. Suspiró varias veces después de esa hora y en un alarde de generosidad su jefe le dio fiesta en el trabajo. Accedió, pero opuso resistencia.
Al final consiguieron sacarlo del taller entre todos, darle algo de dinero y convencerle para que utilizase bien ese día para poder recordarlo en un futuro.
Caminó tranquilamente por las calles de su anticuada ciudad con traje de modernidad mal puesto. Se le hacía extraño ver la ciudad por la mañana, una visión inmaculada para sus ojos pues hacía mas de veinte años que no caminaba paulatinamente un lunes que fuese laborable.
Observaba a las personas que se le cruzaban con detenimiento, tanto que recibió miradas de todo tipo: asustadas, amenazadoras, felices, amables y con desprecio. ?Detrás de cada par de ojos una vida. ¿Detrás de los míos una?? pensó.
Su cara connotaba una vida hastiada, demasiado tiempo para alguien que quería haberse ido mucho antes. Acabó en un bareto cutre de un callejón cerrado y bastante sucio.
Entró en el pequeño espacio y observó: un camarero que veía la televisión sin prestar mucha atención a sus clientes, porque eran básicamente dos borrachos sin trabajo caídos en la barra.
- Una cerveza por favor ? pidió con voz queda.
El camarero ignoró aquel vuelo de mosca que azotaba sus oídos distrayéndole de cuán interesante programa de insultos y falacias. Él golpeó a la mesa con fuerza tornando su rostro en un amenazante cuadro.
- He pedido una cerveza.
- Tranquilo hombre ? algo enojado ? aquí tiene.
Colocó una fresca rubia ante sus ojos medio cerrados. La cogió y la engulló sin dar una oportunidad de defensa al licor de malta que rozaba su gaznate. Un minuto después otra petición de cerveza acompañada por un fuerte aliento a rubia y otro duelo que acabó en victoria del ser humano.
El camarero observaba alterado la asombrosa capacidad de su más reciente cliente, pero no se hizo preguntas, tan sólo pensó en su actual buena racha económica.
Mientras tragaba la tercera botella decidió cambiar de licor pues la monotonía de sabor ya le contrariaba el gusto.
- ¿Tiene whisky? ? con un leve acento ebrio.
- Claro.
- Ponga algo por aquí.
- ¿Tiene para pagarme?
- ¿Tiene bastante? ? sacó el dinero que le habían dado sus compañeros a relucir y lo dejó en la mesa ante los abiertos ojos del camarero que sacó rápidamente su mejor botella.
- ¿Cuánto quiere señor?
- Cuando me caiga al suelo pare.
- Como diga, ¿quiere alguna tapa?
- ¿La he pedido?
- No.
- Entonces.
El whisky recibió la acometida con resistencia pero sus fuerzas menguaron hasta la mitad. Tambaleándose decidió no tomar más. El camarero se decepcionó al encontrar el límite de su cliente más rentable del día pero recogió los billetes en un rápido acto digno de un ladrón de guante blanco.
Salió del bareto como pudo. Apoyándose en todo lo que encontraba. Caminando sin dirección. Provocando cambios de acera. De su boca salían palabras que no controlaba. Iban desde insultos hasta bromas o críticas.
Se encontró varias veces en una mala situación, con el suelo en las narices y las extremidades ausentes. Pero tras un rato de descanso conseguía levantarse. Ya su caminar ebrio no era tan marcado, controlaba su equilibrio, que no sus palabras.
Llegó sin saberlo delante de un edificio alto, con puertas automáticas y un gran reloj en el cual no supo descifrar la hora. Se dio cuenta de que era una estación y se dirigió a las máquinas de billetes. Pero no conseguía encontrar dinero y si lo conseguía le era imposible encontrar la forma de que aquella estúpida máquina escupiese un billete.
- Jodido aparato inútil ? una patada golpeó la parte baja de la máquina ? no sirves para nada.
Un regidor se acercó a ver que pasaba ante tamaña congregación de jóvenes sin escrúpulos que exponían sus grandes carcajadas ante el pobre ebrio.
- Perdone, ¿puedo ayudarle?
- Quiero un maldito billete.
- ¿Hacia dónde?
- No se, donde sea.
El regidor escogió el primero, que marcaba Barcelona y ayudó al hombre a meter las monedas y utilizar el billete en las puertas. Ahuyentó a los jóvenes que buscaban más espectáculo de su actor favorito recibiendo abucheos e insultos.
Caminó hacia las escaleras y bajó hacia el andén donde espero el tren sentado en un banco que, sorprendentemente, sólo ocupaba él.
Llegó el tren y entró el primero, se sentó en unos de esos asientos azules algo cómodos pero, por otra parte, demasiado rígidos. Nadie se sentaba cerca de él. Varios jóvenes con anchas ropas hicieron un ademán de acompañarle pero giraron rápidamente.
- Estáis mejor de pie, ¿eh? ? los chavales se miraban sorprendidos y algo aturdidos ? ¡no hay respeto!
Una señora cercana a la situación observaba con cara de asco al hombre que acababa de gritar.
- En los tiempos Franco esto no pasaba. Cuando mi hijo venía de la escuela diciendo que su maestro le había pegao, yo le endiñaba otro bofetón, pa? que aprenda. Ahora van como quieren, ¡no hay respeto por na?! Niños malcriaos que no hacen na, sus padres hacen todo y ellos viven como reyes, joder, en mis tiempos eso no pasaba.
La señora se levantó y se fue a sentar varios bancos más atrás. Los chavales disimulaban una sonrisa mientras se quitaban los auriculares para escuchar el monólogo de aquel hombre.
- No existe educación alguna, puede que sean mejor en to?, pero no tienen modales, ¡no tienen respeto! ? levantándose y señalando a un hombre cercano a él. - ¿Yo? Yo tengo un hijo que me dice que no quiere ni trabajar ni estudiar. ¿Tu te crees? Yo me he deslomao toda mi puta vida para darle lo que tiene y ahora no quiere hacer nada. Maldito cabrón.
Los chavales reían alto, el hombre no se inmutaba y se levantaba y se sentaba continuamente como si hablase a alguien. Con ojos marcados al horizonte hablaba y hablaba sin cesar.
- Ahora no hay consideración, gente que se muere en las calles y aquí estos niñatos con todo. Yo he visto en Terrassa, en Terrassa si, una mujer dos horas muriéndose y nadie ayudando, joder, tardaron dos horas, dos horas si, en venir una ambulancia y la gente sólo miraba. Y toda esa gente que se muere de hambre. ¡Y la gente se manifiesta por el fútbol!
El tren paró para recoger a gente y ésta esquivaba al hombre pasando a otra fila de asientos sin disimular.
- Eso eso, no sentaros aquí y iros más pallá. ? carraspeó - La gente discute por el fútbol, ¡por el fútbol! Gente que cobra un millón, dos millones, tres millones por dar patadas al balón y se quejan. ¡Que vayan a trabajar a la obra! Por eso se manifiestan, y no por la gente que se muere, hay que manifestarse por la familia, por tus amigos, por los que quieres, y no por gentuza rica. Y luego seguro que tienen a las mujeres fregando suelos sin pagar un duro por una asistenta.
Continuaba hablando ante las atónitas y complacidas miradas de los otros viajeros del tren ante un espectáculo nunca visto anteriormente. Los chavales reían y comentaban lo que decía el hombre. Varias mujeres tapaban sus caras en gesto de desprecio. Alguna gente reía abiertamente. Otros simplemente le ignoraban pero él no se inmutaba y seguía hablando.
- Yo no voto a ninguno de esos, todos mentirosos. ? señalando carteles de la campaña electoral - El único al que yo votaría esta muerto, yo no voto a ninguno, ¡a ninguno! ¡Na más que prometen y luego no cumplen na! Malditos mentirosos, joder... ? suspiraba y respiraba fuertemente mientras su tono de voz se reducía.
Llegó el tren a la estación donde el recorrido finalizaba y todos bajaron del tren comentando el hecho con sus acompañantes. Él salió más tranquilo, menos ebrio pero aún hablando, dirigiéndose a gente que no conocía de nada, replicándoles hechos que no sabía si eran culpables de ello. Dedicó unos gritos al gran público hasta que su voz y sus fuerzas no dieron más de sí y calló.
Salió a la calle con más pena que gloria y caminó entre el gentío. Se dejaba atropellar por la masa unidireccional, chocaba a veces con sus hombros, con gente que caminaba sin pensar, sólo mirando al frente. Llegó a la rambla y comenzó a bajarla con la mente en blanco, aún la borrachera le dominaba un poco y el cansancio hacía mella en su cuerpo. Se sentó en el primer banco que encontró y con la mirada situada hacia el infinito descansó.
?Maldita sea, ¿qué coño soy? ¿Quién soy? Joder, no tengo nada más que hacer aquí? una lagrima acariciaba su curtida piel. Se dejó caer en el banco mientras observaba las vidas que pasaban ante él como coches pasan ante las señales de tráfico. Era uno más, en su sesenta y cinco cumpleaños había sentido el cansancio de la vida, se había desfogado.
Ahora yacía en un banco de la rambla de una ciudad que no conocía casi y con una cantidad suficiente de alcohol en sangre como para controlarle. La lágrima se opuso a la gravedad y se quedó en la mejilla formando su imperio. La noche se acercaba, el sueño con ella. La vida de aquel hombre sin nombre ocupaba un número más en algún archivo, para él solamente ocupaba un banco en una calle transitada.
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