DESDE UNA ROCA
El día nació espléndido, la claridad inundaba toda la gran estancia. Como cada sábado deseó que el atardecer llegase lo antes posible para llevar a cabo su ritual. El tiempo se le pasó muy lentamente, burlón, como si se balancease a cámara lenta en su viejo reloj de péndulo que descansaba adornando la sala principal de la vivienda. Por fin el afónico sonido del cu-cu le cantó que ya era la hora de salir de casa. Se puso su chaqueta preferida, esa que durante años le acompañó en un sinfín de ocasiones. Se llevó la mano al bolsillo derecho y se cercioró de que todo estuviese en su sitio.
Lentamente se dirigió a la puerta. Noventa y seis desgastados escalones le separaban del bullicio de la calle. Con paciencia y parsimonia sus pies le condujeron a la bonita floristería que daba color al paseo.
-Buenas tardes, de nuevo me tiene por aquí.-Dijo el viejo sin darse cuenta que la dependiente era nueva.
-¿Qué desea? ¿En qué le puedo servir?
-¿Y Rosita? ¿No está?
-Sí, señor, pero está en el almacén, ha ido a por unas macetas.
-Bueno, da igual, ponme un bonito ramo de flores, de esas que tanto agradan a la vista y al olfato.-
La muchacha lo miró de reojo y empezó a hacerle el ramo. Elegía flores de dudoso aspecto pero que oliesen bien. Mientras la joven mujer se entretenía haciendo la elección, llegó Rosita, una señora de setenta primaveras muy bien conservadas. Le gustaba tanto verse rodeada de plantas que aún pasada la edad de su jubilación, estaba al frente de la floristería con más clientela de toda la ciudad costera.
-Pero ¿Se puede saber qué diablos estás haciendo?-Le dijo Rosita a la muchacha sin saber que el anciano les estaba oyendo, pues aunque estaba a una cierta distancia de las dos mujeres, su oído era muy fino-¿Así tratas a nuestro mejor cliente?
-¿Nuestro mejor cliente?
-Sí, nuestro mejor cliente. Por lo menos hace cincuenta años que viene cada sábado a comprar un ramo de las mejores flores de nuestro establecimiento.
-Lo siento, como iba a suponer que un...
-Creo que aún tienes que aprender mucho en esta vida. Anda, ponle un ramo con las mejores flores que puedas encontrar, no deja, ya lo hago yo.
El anciano salió contento de la floristería sabiendo que llevaba en una de sus manos un ramo con las más bonitas y olorosas flores que se pudiesen encontrar en la ciudad. Caminó paseo abajo sintiendo apenas como el Sol acariciaba su marchita piel. Como cada sábado se sentó en las rocas más alejadas del paseo.
Le gustaba el olor del mar tanto como el del ramo de flores. La fuerza del agua rompiendo contra las rocas provocó que su imaginación hiciese surf por encima de las olas.
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Era el primer día en su nueva vivienda. Atrás quedaban las atenciones de sus padres, su habitación de niña, el perro, los amigos, casi todo. Lo único que se había traído a su nuevo hogar además de sus propias vivencias eran cuatro cajas de cartón dejadas de cualquier modo en una casa alquilada. Se sentó en la dura cama intentando comprender porqué se encontraba allí. Sí, era por su propia voluntad, pero ¿Era normal que un bello documental de un pueblo costero le hiciese tomar la decisión de irse de casa de sus padres a tan temprana edad? ¿Veinte años eran suficientes? De acuerdo, el lugar era una maravilla ¿Y...? ¿De que iba a vivir ahora?
Los ahorros que tenía no le durarían mucho. Se levantó de la cama, miró hacia el mar. El horizonte parecía pintado por un pintor de renombre internacional. Decidió salir a dar una vuelta para aclarar sus ideas. Caminó paseo abajo. Desde lo alto de una roca se puso a mirar la inmensidad del mar. Al rato, no muy lejos de allí adivinó la figura de un anciano. Le observó durante un periodo de tiempo indeterminado. El anciano estaba a punto de tirar al mar poco a poco, flor a flor, sin prisas, como cada sábado, el bonito ramo de flores.
Sin darse casi ni cuenta los pies de la joven la llevaron hacia donde él se encontraba. Al llegar a su altura se dio cuenta que aunque el viejo miraba al mar no lo veía: era ciego. Éste al oír llegar a alguien, le preguntó:
-¿No serás tú una mujer joven, de largos cabellos, de piel suave y de gran bondad...No serás tú una mujer con clase, sincera, simpática, atractiva? Dime ¿No eres tú así?-La mujer, que era sin duda como el viejo la había descrito, se sonrojó.-Si eres tú, tienes que saber que llegas 60 años tarde, pues llevo 60 años esperándote, pero te agradezco que aunque tarde hayas venido. No te puedo ver, pero sí sentir, y siento que eres tú.
Ten, esto es para ti, creía que acabarían siendo una nueva alfombra de flores para el mar, pero no, son tuyas, cógelas. También tengo una carta para ti en el bolsillo derecho de mi chaqueta. Ahora ya podré dormir tranquilo.-Cerró los ojos y murió en brazos de la mujer, que muy sorprendida miraba al mar desde una roca.
Al rato, casi sin darse cuenta, la joven metió la mano en el bolsillo de la chaqueta del anciano. En un sobre más amarillo que blanco por el tiempo transcurrido pudo leer: Para ti, mujer.
Antes de terminar de leer la preciosa carta de amor que el viejo le dedicaba, lágrimas cristalinas mojaban sus bonitas mejillas.
Junto a la carta, en el mismo sobre, encontró las instrucciones para heredar todas las posesiones que él poseía. Si ella quería, no tendría que trabajar en toda su vida. Empezó entonces a entender qué la llevó hasta aquella bella ciudad.
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Siete días después la mujer entró en la floristería, justo a la misma hora en que durante tantos años lo había hecho el viejo.
-Por favor, póngame un ramo con las más bonitas y olorosas flores que tenga.-Rosita, al oír y ver a la joven, entendió en ese preciso momento que nunca más vería a su mejor cliente. Con lágrimas en los ojos preguntó:
-Son para él.
-Sí, son para él.
-Me alegro de que al fin la encontrase, la estuvo esperando durante tanto tiempo que el tiempo se le escapó.
-Lo sé, pero no podía venir antes de haber nacido. Tampoco podía hacerlo sin saber que alguien me esperaba con tanta urgencia, de haberlo sabido…
-Al menos le ha llegado a conocer.
-Sí, pero me hubiese gustado haberle disfrutado por más tiempo, a veces la vida es muy injusta.
-¿Qué hará con las flores?
-Iré hasta las rocas y las tiraré al mar una a una, tal como sé que lo hacía él.
-Sí, decididamente es a usted a quien el viejo ha estado esperando durante tanto tiempo.
-Gracias. Acuérdese de separarme cada sábado un ramo con las mejores flores que pueda conseguir.
-Lo va a hacer por él.
-No, lo voy a hacer por nosotros. Por él y por mí.
-El tiempo no perdona.
-No, ni yo creo que perdone nunca al tiempo.
-La entiendo. Le deseo lo mejor.
-Lo sé, yo también a usted.
-Hasta el próximo sábado entonces, por cierto, mi nombre es Rosita.
-Si, hasta el próximo sábado, el mío es Milagros.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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