En la mesa de aquel palacio rebosaba la comida, muslos de pollo chorreantes de grasa, racimos de uvas por doquier e infinitos manjares que comenzaron a desaparecer a lo largo de la noche. A medida que pasaban las horas, los esclavos traían enormes barriles con el mejor vino de toda Atenas y se llevaban los que la multitud de patricios acababan de consumir. Las muchachas y los muchachos comenzaron a alegrarse presa del alcohol mientras los más mayores, que también tenían las mejillas sonrosadas, poco a poco se acercaraban a estos. Fue la mayor bacanal de la historia de Grecia y en ella estaba, como no, nuestro querido Dionisio.
Comió como el que más y bebió como solamente un dios puede beber, siendo, como fue siempre, el alma de la fiesta. Aunque, y esto no aparece en ningún escrito, no estaba del todo contento. Cuentan que hubo una joven ateniense cuyo nombre no recuerdo, que al parecer, tenía enamorado al dios del vino.
Al parecer Dionisio estuvo detrás de ella durante toda la bacanal, pero ella estaba enamorada de un joven ateniense y todas sus miradas iban dirigidas hacia él. Entonces, Dionisio decidió emborracharle de tal manera que la joven se sintiese decepcionada, pero pasó que al invitarle a tanto vino y brindar con el muchacho tantas veces resultó que el que acabó beodo perdido fue el mismo dios, que termino inconsciente, y al comparecer ante su padre, Zeus, éste le dijo:
- Nunca intentes jugar con el amor, pues es una flecha que si la intentas redirigir, te hace más daño.
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