Muy suavemente cortaba la carne del muslo. El tórax desnudo observaba aquel macabro encuentro. A Jacinto no le importaba. El deseo es poderoso y se apodera, pues, de los débiles. Ella ya no podría nunca engañar. Mentir. Jugar. Estaba tan pálida que daba cólera. Tan fría y muerta, una mujer hermosa. Besó sus labios rosas y acarició sus manos, ásperas. Muertas. Cada incisión me duele más a mí. Jacinto habla solo a veces, es comprensible, dentro de la locura uno piensa en hablarse porque si no, uno pierde toda la razón. Las horas pasan. Cada articulación laxa e ineficaz. Prueba la carne cruda y se tienta de seguir comiendo. Está todo húmedo. Suenan quisquillosos los cartílagos al desplazarse por encima de los huesos. Mira de nuevo el reloj y es tarde de nuevo. Ella no llegará a casa, ni jamás. Se ha acabado todo. Empieza de nuevo el latido de su corazón en su estómago. Se ha terminado. Ha devorado cada centímetro de la mujer que ama. Nadie entiende esto del canibalismo, quizás me metan preso. No me importa, me atormentaré después. Se queda dormido. Total, barriga llena, corazón contento…