“En un mundo en el que los muertos entierran a los vivos, los que callan ofician de sepultureros; los que se rebelan mueren siempre demasiado jóvenes para llegar a tiempo a todas las liberaciones.”
(Santiago Alba)
En este mundo que parece arrastrarnos a la oscuridad,
para que desaparezca la visión de lo posible.
En este espacio ancho y grande en el que germina tanta vida.
En este mundo que parece condenarnos,
anulando el peso de la conciencia, para esclavizarnos,
borrando todas las huellas de la historia y la intrahistoria.
En este mundo, universo de hechura divina también,
que palpita con el corazón, dándose de sí en tiempo y hora.
En este mundo delirante, sin sustancia y sin sustento,
y sin embargo, campo y centro de vida, tan inmenso...
¡Tan inmenso!
En este mundo múltiple donde se pesa, se paga y se mide
el nacer, el vivir, el amar y el morir.
En este mundo sin conocimiento, comprensión ni razón...
Indiscernible.
Tan pleno de traiciones, en total desconcierto, y muriendo de contradicciones.
En este mundo –digo – guardián de la ambición,
hay que alzar la voz,
no quedarse callado frente a la verdad, frente al
dolor y la injusticia,
para no morir de nuestra propia soledad, clausurados y olvidados,
porque la vida no le pertenece al que, por azar,
al mundo viene,
sino a aquel que, defendiéndola, muriendo,
la trasciende.
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