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Hoy se cumplen seis meses desde que te vi por última vez. Recuerdo tus ojos inexpresivos, tus mejillas rojas a causa de la fiebre, la respiración agitada, las sondas conectadas a tu cuerpo que dejaban ver tu orina roja.

La primera ocasión escuchaste que estabas muerto. Sin embargo, te negabas y creías que era tan sólo una recaída. Tu cuerpo se enfrió, el dolor se apoderó de tí, perdiste el habla, tus fuerzas, tu vida entera.

Ignoro lo que pensabas, pero me atrevo a imaginarlo, tu vida paso ante tus ojos, y se convirtió en un retazo de obras buenas y malas, de posibilidades que no fueron y que ya nunca serían. Demasiados errores, era necesario rectificarlos, pero ya no había tiempo. Tus fuerzas fallaban.

Humillado y triste, angustiado y dudoso, necesitabas ayuda para comer, para ir al baño, para hablar, para vivir. Te angustiaba el reconocerte en ese estado, el no poder comunicarte, el pensar en tus hijos, en tu esposa, en su futuro y en tu aterradora ausencia.

La doctora te atendió, escuchaste llantos, gritos, súplicas, y una y otra vez como si se tratase de una condena tortuosa y eterna escuchabas las palabras que tanto temías: Ya murió. De repente una voz lejana y esperanzadora –traigan oxigeno, aplíquenle una dosis de epamil, aun se puede salvar-entonces aun estabas vivo, pero tan sólo era un primer coqueteo de la muerte.

Fue un susto, sólo eso, de nuevo te quedarías en el hospital, soportarías los quejidos de otros causados por sus propios dolores y el suplicio de sentir los tuyos. La frialdad de las enfermeras, la comida insípida y fría, las visitas inoportunas de aquellos que al verte sentían lastima y empezaban a llorar, quizás conmovidos por aquel patético cuadro en el cual tú eras el personaje principal.

Luego, la imposibilidad del movimiento, el dolor de respirar, escuchar sin poder hablar, siendo testigo mudo de una tragedia que giraba alrededor tuyo y de la vida que dolorosamente perdías.

Estuviste en coma durante dos días, todos te visitaron, lloraron a tu lado, recordaron antiguas experiencias que habían vivido contigo.

Necesitabas hablarles, decirles todo lo que sentías, no querías que sufrieran por ti, pero tampoco permitirías que la vida se te fuera como si nada, sin luchar. Aun tenias mucho que hacer, debías y necesitabas vivir, si tan sólo hubieras podido comunicarte.

Cantaron a tu alrededor, se despidieron una y otra vez, te rogaban que te fueras, te confundían, te negabas a entenderlos como podían hacerlo, como podían desear tu muerte.

El dolor aumentaba y tú continuabas observando cómo te destruía, sin poder hacer o decir algo. La muerte fue cruel contigo. No te permitió decir adiós.

Un día recibiste una visita inesperada. Era tu pequeña hermana, sentiste deseos de abrazarla, pero no podías, no aun. Su presencia te inundaba de felicidad, pero no era más que la confirmación de tu partida, ahora los muertos te visitaban.

Un quejido fue todo lo que se escuchó, ya tu boca no lograba articular frases. Estuviste a punto de irte, pero te detuviste, de nuevo luchaste y emitiste un sonido desesperadamente. Estabas en coma, pero gritaste, fue tu último esfuerzo por comunicarte, pero nadie te entendió.

Todos se despedían, recuerdo que besé tu mano desfigurada, hinchada a causa de la enfermedad. No lloré frente a ti, no podía hacerlo.

Estuve intranquila aquella noche, soñé que me hablabas y me decías que tenías miedo, te irías sin haber podido decir algo, dijiste que no irías solo, que esperarías a alguien para ir contigo. Entonces desperté. Eran las cuatro de la mañana, no pude recuperar mi sueño.

Durante esa mañana el profesor hablaba, pero sus palabras no eran mas que un eco lejano, sólo pensaba en tí, me sentía intranquila y tenía deseos incontrolables de llorar. Llamé a casa para escuchar una voz familiar que me tranquilizara y me dijera que aun estabas sufriendo, que aun estabas vivo.

El teléfono…, supe que habías muerto. La reacción fue momentánea, por triste que parezca agradecí a Dios que te hubiera alejado de tanto padecimiento, pero ya no te vería ni siquiera en un estado lamentable.

Después supe que te fuiste a las seis de la mañana, luego de tu muerte, los dos pacientes del cuarto continuo murieron. Finalmente no partiste sólo como temías, te fuiste con un suspiro.

Hoy te siento cerca de mí, continuamente te veo en sueños, y siento tu voz que me dice que algo te faltó por decir. Por que tu alma aun vive, y es consciente de lo corta que fue tu vida.

Sé que algún día te veré de nuevo, y quizás entonces puedas decirme aquello que no pudiste decir. Para ese entonces espero haber muerto sin la tristeza de no haber hecho todo lo que se debe hacer mientras se viva.






Texto agregado el 06-03-2004, y leído por 292 visitantes. (0 votos)


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