Delfina llevaba muchos días así. Ahora miraba al techo, al mismo que había visto una y otra vez durante ese mes.
Él no vendría hoy, igual que ayer, que los días anteriores, como de seguro no vendría mañana, como siempre. Le extrañaba, pensaba en él continuamente, trataba de recordar sus manos cuando aun le abrazaban. En su mente descoordinada detallaba cada uno de los rasgos de su cara.
A veces alucinaba, le veía cerca de la camilla hablándole, invitándole a salir de la clínica, pero entonces se hallaba tratando de huir sola, rodeada de vigilantes y personas que murmuraban que estaba loca.
El techo le hacía recordar que no estaba bien. Entonces dormía, soñaba que salía a caminar, se encontraba con él y con su hijo. Todo era como antes y para ella la vida era un delicioso néctar.
Entonces despertaba, volvía a esa distorsionada realidad en la que los muertos viven y la buscan amenazándole, en la que los objetos toman vida y las cosas se transforman ante sus ojos, en la que los ciegos le miraban con desprecio y le llaman loca.
La inyección, el dolor de la aguja penetrando lentamente su piel, luego el líquido se confundiría con su sangre, de este modo se regaría por el cuerpo, llegaría a la cabeza y luego se produciría un cosquilleo. Sus músculos se contraían, sabía que luego no lograría despertar de su letargo.
El único vestigio de vida dentro del cuerpo estático eran sus ojos, que estaban lejos de la realidad, la locura estaba en ellos, el verlos junto a sus manos atados a la camilla, generaba un sentimiento de lástima.
Ahora sólo tendría que esperar. Esa seria la ultima de las inyecciones. El dolor que sentía no era físico y sin embargo la desangraba. Sabía que él lo había autorizado. Ya no la amaba. Su corazón y su alma no lo soportaban, tenían que manifestarse y entonces derramó una lágrima.
Ahora se acercaba al techo, volaba, lo atravesaba, llegaba al pasillo en el que estaba él. Se le acercaba. Él la sintió, logró verla, sintió escalofríos, gritó, su conciencia se despertó ante aquella visión. Luego la luz. Ella se alejaba mientras escuchaba cómo decían: Miren otro loco.
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