Previamente:
Ardua -pero gratificante- labor la traducción de estos poemas del casi desconocido poeta árabe-iraní: Sají -así, a secas-. Resultaron vanos los esfuerzos por recopilar datos acerca de su biografía, sabrán disculpar. En todo caso, lo relevante es su obra. Prosa cortada (coito-interruptus, afirmó livianamente un crítico ortodoxo) que despliega su intensidad en un dialecto árabe, de origen preislámico, de allí las dificultades que hemos debido sortear. Mi infinito agradecimiento a los varios filólogos que, desinteresadamente, colaboraron en esta traducción, y que, por un oriental pudor, no quisieron ser mencionados.
Estos poemas pertenecen al libro: “Los Apiñados”
I
Al vacío le falta un rato –digo, mientras cocino- para llenarse. ¿De qué..? me pregunto. De qué pregunta queda uno colgado, cuando la escasez es la única y lírica respuesta. Sí, la única respuesta es cocinar el vacío -dirán ustedes- o la lírica respuesta será cocinar en el vacío –tarea más difícil, aún-. Roto fraseo veo, ya el pasmo de la existencia insiste en darle salida a los gases quemados.
¡Ah, restos de escritor barato! alegan los audaces –mientras cocino- mas es Carlota,eslavófila y sola, quien hasta aquí se llega pisoteando ¡Insensata! el brotar de escarolas lechugas. Entonces, vuelve forajida la pregunta a iluminar una letánica cereza. La clase de certeza que aploma tu deseo brota allí donde despiertan los hombres; su caducar, su fenecer, a nadie importa.
Creo, sinceramente hablando, que un ápice alumbra más que todos los prolijos caminos que tu pensamiento recorre sin atajos, mi occidental Carlota.
II
Echo chúcaras raíces en el terruño y abordo una mulita mora que acierta a cruzarse en mi destino, no sin antes domarla a la torva. Y ya del la’o del lazo al galope en ella me floreo. El viento, que es de cruzar nuestras mesetas a los 40º de latitud sur, trae consigo un aire reminiscente y hace pensar…
Puede que suene a tomatismo puro, pero recuerdo ¡hasta las eses! aquella máxima arrebatada a la eternidad por el filósofo griego Lacrimógenes (s.v. a.c): “Si de cruzar un desierto se trata; más vale una mulita mora que un dromedario alcoholizado”.
¡Ea! El Cid conquistó Valencia –anónimos juglares dicen-. Yo, humildemente, he ganado en Tropos –según mis ortodoxos lectores que ya presienten la escasez de frijoles-.
III
Si de Agustinas confesiones se trata: sí, de pibe, he shoteado naranjas al ángulo del golfo pérsico; allí mismo donde tejen gongorinas soledades las arañas.
He visto tangueros esquimales deslizarse como un incidente en el despliegue polar ártico: un poli-necio derribe fatal.
Debo reconocer también que el ¡hachís! no me ha sido indiferente; mas, sólo atiné a decir ¡salud! Y el porro, amigos, también el porro se me apagó un día de tenue garúa, junto con los velados negativos del surrealismo iraní.
En fin, puro episodio he sido.
IV
(Condenado por los fundamentalistas talibanes)
El cotilleo del viento, entre las ramas leñosas, proporciona la morosidad suficiente para entender que la naturaleza también exige –se erige y exige- ser descripta. Es así, Carlota, es así, un mullido ramo de pecioladas hojas que, tanto por el haz como por el envés, se dejan ver en su femenino esplendor.
V
(Un bíblico párrafo: a mi amigo Abur Rir El Fatay)
El colapso del morisco y artesanal fatay aconteció cuando el precio del barril de crudo trepó hasta las azoteas en Wall Street. Entonces, cuando el proceso de industrialización llegó a estos confines, el trabajo maximizó su grado de especialización.
Reveladora, tronó la voz del Kantiano Ayatollah:
“Si Alá es como Alí, sin la tónica i
Alí es como Alá, sin la tónica a.
Entonces, la tónica de trabajo será:
Mientras
Alá lija los barrales
Alí lija los barriles.”
Acto seguido, el Kantiano Ayatollah, se dedicó a pluralizar una ola y creó el mar.
VI
Aquí, allá, o en todas partes, encadenado a un musulmán adverbio de lugar: Alá.
VIII
Leés, sí, leés, y no queda muy en claro el porqué… Pero algo se cría en tu cabeza, mi eslavófila Carlota, y el porqué de la pregunta un higo importa, verás…
NOTA:
Cierta vez, un apiñado me reveló una secreta sensación que sólo hube experimentado en mi lejana infancia. Duró sólo un momento, imposible de medir, por eso fue tan real; lo real habita fuera del tiempo. Entendí, a raíz de este hecho, el valor de lo fugaz, lo repentino. Desde entonces, la utopía de lo inasible me convoca a la vida.
Sají.
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