Cristo O´shea arrastraba, de los hombros, entre la multitud, a un hombre con la cabeza partida. Todavía estaba vivo, podía observarse cierto latido en su masa encefálica.
La gente hervía de bronca, reclamaban la devolución de la entrada. La pelea no había durado más de un round, y los aficionados a las peleas en el “Ring Side” estaban acostumbrados a peleas más largas, trece, catorce asaltos. Ahora se habían amontonado en torno a la boletería y a fuerza de insultos y empujones trataban de arrancar la reja que los separaba del boletero. El boletero estaba acurrucado en un rincón, con la plata en un caja entre sus piernas, acosado por los gritos, los bozarrones y las caras demacradas de furia. Esperaba que alguien lo viniera a socorrer. Jimmy Billgate, dueño del lugar, invertía su tiempo en coquetear con las mujerzuelas que siempre se le acercaban durante los eventos, y para él las mujeres estaban antes que los negocios, o las mujeres eran los negocios
Si controlas a la mujer, controlaras al mundo
Solía decir. Cristo O´shea intentaba abrirse paso entre la masa, de tanto cargar el cuerpo, se había cansado, y ahora descansaba con la cabeza del hombre apoyada en el abdomen, sangrando. A veces algunos los tumbaban, o los desplazaban caóticamente entre todos aquellos hombres sudados. Cristo trataba de mantener el equilibrio, trataba de controlar su situación con gritos, con manotazos. Cristo O´shea era un tipo morrudo, inteligente y solidario. De tanto en tanto coloca el revés de su mano sobre la masa encefálica para corroborar el latido. Con la mano hizo un gesto a otro de los guardias, le preguntaba cuán lejos estaba del basural, porque él, entre tanta gente, no podía corroborar bien su posición.
Tres dedos mostró el patovica y Cristo no entendió bien si eran tres o treinta. Estaba perdido. El muchacho de la boletería gritaba desaforadamente, tenías las manos de los hombres eufóricos cada vez más cerca. No salgas de ahí, le grito Jimmy Billgate, y el boletero volvió a acurrucarse en un rincón, a pesar de que los barrotes estaban cada vez más abiertos. Jimmy lo miró acurrucarse y se volvió hacia la barra de las bebidas, había una morena muy hermosa esperándolo. El cerebro del hombre latía, Cristo pensó que valía la pena llegar al basural, y tal vez, en lugar de arrojarlo llamar a una ambulancia.
Si la pelea hubiera durado más por lo menos.
Pero como iba a durar más si a este novato lo habían enfrentando con “Hammer Man” el último campeón mundial del peso Titanio. Antes de subir al ring, “Hammer Man” ya le había escupido la cara, la gente de utilería estaba que volaba de la bronca, tenían que andar limpiando las escupidas, su tarea era la de mantener el espectáculo lo más limpio simple. Cuando Hammer le calzó el puñetazo en el medio de la cabeza, y la cabeza como un huevo, se partió en dos, empezaron a brotar chorros de sangre, y la gente de utilería empezó a los insultos con baldes de agua y escobillones a limpiar el escenario. Un grupo de personas, las que simpatizaban por el novato, empezó a hacer bulla, descontentos empezaron a reclamar la entrada, más tarde todo el público reclamaba la plata. Jimmy Billgate continuaba sus coqueteos por todos lados del escenario, con una sonrisa impresa en su rostro, y con cualquier mujer que le de pie a su simpatía.
Cristo tuvo que atravesar el público, bajar el cuerpo y arrastrarlo hacia el basurero que era dónde desechaban a las personas que fallecían durante una pelea. La gente lo escupía, a los dos los escupían, los simpatizantes de Hammer lo escupían en un principio, después cualquiera los escupía, como si eso fuera un divertimento, parte del show, Cristo intentaba con su mano cubrir la cabeza abierta del novato, con la intención de evitar alguna infección. Ahora estaba entre la multitud, no sabía si a treinta o a tres metros del basural, así que decidió pensar que estaba a tres para darse ánimo y empezó a pujar entre la masa de gente. Jimmy hizo un gesto al patovica parado cerca de la caja, una señal con el dedo indicándole la caja. El patovica, grandote como un oso panda endemoniado, empezó a caminar hacia la caja, con los brazos empujaba, arrastraba personas fuera de su paso y pudo ver como el cajero se asomaba con una cara de espanto que empezaba a sentir algún alivio. Jimmy lo saludó a él y a Cristo, con un movimiento de manos, desde lejos, después se subió a una limousine casi en la esquina de la cuadra.
Dándole una mano al cajero, el inmenso guardia, arrancó los barrotes y en una mano cargó al asustado hombre y en la otra el dinero, con las dos cosas en lo alto, como si fueran dos bolsas de hielo camino hacia un taxi cerca de la plazoleta. Cristo, usaba los hombros para abrirse paso, la cabeza del novato chorreaba de sangre, miró hacia atrás, había avanzado más de tres metros, no estaba el basural, se tocó la cintura, había olvidado el teléfono en otra parte. Palpó la masa encefálica, todavía latía, la gente alborotada se empujaba, se peleaban, chocaban unos con otros, se escupían, Cristo bajó los hombros, estaba cansado.
Entre la multitud vio al patovica subido al taxi, todavía con la puerta abierta, Cristo le hizo un gesto con la mano, el gesto de un teléfono, el patovica asintió. Cristo despacio depositó el cuerpo del hombre sobre el piso y corrió hacia el taxi. El cajero ahora sonreía, miraba al muchacho acercarse.
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