—Sí, yo estuve allí —contestó Noya —, ¿por qué pregunta?
El hombre de traje azul y camisa blanca lo miraba detrás de un par de lentes color ámbar. –Necesito información. Me llamo Charles, Gelbart Charles, y trabajo para la Agencia. –El hombre se sentó en la silla vacía que había del otro lado de la mesa. Era robusto, calvo y aún sentado era más alto que la mayoría de los parroquianos.
—¿La Agencia?
Charles se quitó las gafas y dejó a la vista sus ojos amarillos. –La Agencia, ¿tiene problemas para escuchar?
Noya bebió otro sorbo de ron. –Lo escuché a la perfección. Lo que no sé es que mierda puede querer la Agencia de este viejo mutilado.
Charles sacó un sobre del bolsillo interno de su saco y lo apoyó sobre la tabla que los separaba. –Será que nadie más que usted logró escapar de allí.
—Será. ¿Cuánto?
—Cuéntelo, —dijo Charles acercándole el sobre a Noya. Este se limitó a ignorarlo y bebió un poco más. —¿No le interesa el dinero?
—No voy a subir a ninguna nave.
—Sólo usted puede llevarnos hasta allá.
—¡No quiero hacerlo! –gritó Noya empujando la mesa. Cuando se levantó perdió el equilibrio. Su pierna de fibra de carbono estaba muy gastada y era inestable. –Váyase ahora.
—¿Cuánto cuesta una pierna nueva?
—¿Como ésta?
—No, una diseñada a partir de su propio ADN, de carne y hueso.
—Más de lo que puedo pagar.
—Si nos ayuda, la Agencia le dará una pierna nueva. Y un bono considerable.
—¿Una pierna nueva?
—¿Quiere acompañarme?
Dos semanas más tarde Noya se miraba frente al espejo. No podía notar la diferencia entre su pierna original y la nueva. Todavía le costaba moverse, pero la fisioterapia que le estaban aplicando era extraordinaria.
La enfermera lo sorprendió desnudo frente al espejo y sonrió. –Señor Noya, no se imagina la cantidad de gente que viene a hacerse uno como el suyo. ¿Realmente es natural?
—Por supuesto, —contestó un poco avergonzado, —lo único que me han agregado aquí es esta pierna. Es increíble, se siente tan natural. –Caminó hacia la cama para ponerse la bata.
—Pero sí, es natural. Yo lo ayudo con eso. –La enfermera era una pelirroja pequeña con pechos grandes. Lo ayudó a colocarse la bata y, de paso, le acarició las nalgas. —¿Quiere que lo visite esta noche?
Noya la miró sorprendido y pensó que no estaría nada mal trenzarse con esa mujer. —¿No está contraindicado al tratamiento?
—En lo absoluto. –Su sonrisa le anticipó a Noya su próximo movimiento. La pequeña mano recorrió toda la extensión del pene lentamente. Cuando la erección comenzó a formarse se detuvo. –Esta noche salgo a las diez. Antes de irme a casa vengo a atenderlo una vez más.
—Espero que no me dejes así la próxima.
—Ya vas a ver como te voy a dejar, —respondió mientras se dirigía a la puerta de la habitación. En ese instante Charles entró al cuarto. –Gracias, enfermera, su presencia no será necesaria esta noche. –La enfermera se decepcionó al ver al calvo y se fue. –Lindo culo, —dijo. —¿Pensaba comerse ese caramelo esta noche?
—Hace mucho que no pruebo algo dulce. Tengo derecho.
—Tiene derecho a pagar por lo que ha recibido.
—No estoy listo.
—No se preocupe, la nave partirá esta noche y tendrá cuatro semanas de viaje. Para cuando llegue estará totalmente recuperado.
La nave elegida para la misión fue la “Prometeo”, una fragata de doce tripulantes completamente armada. El transbordador que los llevará a la nave los esperaba en la terraza del hospital. Subieron al transbordador y se colocaron los trajes de viaje. Noya miró a Charles extrañado. —¿Usted viene?
—Claro, soy el jefe de la misión.
—¿Quién más?
—Usted será el navegante, yo el Capitán. La Dra. Anne Colby será el oficial médico y su fisioterapeuta, y Lucas Steiner será nuestro ingeniero de abordo. La tripulación se completa con un comando de ocho Rangers bajo el comando del teniente Andrade.
—¿Rangers? ¿No entendieron nada de lo que les dije?
—Sí, entendimos todo. Verá que en el momento oportuno serán muy útiles.
El transbordador despegó y rápidamente se elevó hacia las capas superiores de la atmósfera. Segundos más tarde estaban en órbita del planeta en curso hacia el puerto espacial exterior. Desde su asiento Noya pudo contemplar la inmensa estructura de titanio y fibras poliméricas flotando entre el planeta y su satélite. Decenas de naves interestelares estaban amarradas a sus muelles por un sistema de tubos de polietileno reforzado que garantizaban la presurización necesaria para sostener la vida en el tráfico entre las naves y el puerto.
Noya estaba nervioso. Desde su regreso a la Tierra tres años atrás que no se subía a ningún artefacto volador. Los recuerdos de sus vivencias en aquél planeta lo habían perseguido durante muchas noches, y sólo fue gracias a los supresores del inconsciente que pudo volver a dormir de noche. Miró a Charles. Era un ser colosal, poderoso, y, sin embargo... –Charles. ¿Cuál es el objeto de nuestro viaje?
—¿Otra vez con lo mismo?
—Otra vez.
—Noya, tenemos que recuperar la información que contiene la computadora del “Argos”. Sabes que contiene la información necesaria para elaborar las cartas astrales de aquél sector de la galaxia. ¡Son quince años de investigación! Y muchos millones.
—Millones les sobran. Y tiempo también. Lo único que deberían saber es que a ese planeta no hay que acercarse.
—Ya es tarde. Allí esta nuestra carroza.
—Nunca mejor dicho. ¿Nos van a velar antes de salir?
Noya y Charles fueron recibidos por Andrade. Se cuadró para saludarlos y Charles contestó el saludo. –Bienvenidos a bordo. Señor, ya esta todo dispuesto para soltar amarras.
—Excelente. Noya, le presento al teniente Andrade. Como ya le anticipé, el teniente está al mando del comando de Rangers asignado a la misión.
Noya le estrechó la mano al teniente y prosiguieron por el pasillo hacia la proa de la “Prometeo” donde estaba ubicado el puente de mando. En el camino se cruzaron con la doctora Colby y Charles hizo las presentaciones del caso. Luego llegaron al puente que estaba preparado para dos personas. Charles ocupó la butaca central que miraba hacia la ventana del frente. Apenas se colocó los guantes que reposaban sobre los brazos de su sillón emergieron media docena de monitores de cristal etéreo que se distribuyeron como un abanico frente a él. Allí estaban todos los controles digitales que necesitaba para controlar la nave. Detrás de ésta, mirando hacia la popa de la nave, se ubicaba el asiento del navegante. Los recuerdos invadieron a Noya cuando contempló el que iba a ser su puesto por los próximos meses. Algunos eran buenos, pero todos quedaban opacados ante la visión de aquél planeta.
—Charles.
—¿Qué ocurre?
Noya se sentó en su lugar y suspiró. –Nada. No ocurre nada. Estoy listo.
—OK, ya es tarde para cualquier otra cosa.
—Ya es tarde, es cierto.
La nave se separó lentamente del puerto espacial exterior. Sus impulsores laterales daban pequeños empujones hacia estribor para permitir que los motores principales comenzaran a funcionar. Una vez en posición, treinta segundos de impulso bastaron para que la “Prometeo” iniciara su travesía fijando una órbita hacia el lado interno de la luna que los pondría en posición de salto.
Todos estaban en sus puestos. Los Rangers estaban en sus cubículos de batalla y allí estarían hasta que se produjera el primer salto. Luego, durante el período de recuperación de energía para el siguiente salto, que duraría varios días, podrían moverse libremente por la nave hasta que se les ordenara volver a sus cubículos. Los soldados eran muy disciplinados y acataban de inmediato todas las órdenes que su teniente les daba. Parecían robots dentro de una cáscara humana.
Andrade, por su parte, era el ansia en persona. Estaba recién salido de la forja de la academia y quería probar el sabor de la guerra. La realidad era que en los últimos cien años no había habido ninguna guerra que pudiera llamarse como tal, ni en el sistema solar de la tierra ni en ninguno de los sistemas de la galaxia. Por ello, la única oportunidad de conocer la acción era formando parte de las unidades de exploración como la “Prometeo”.
Pese a ello, Andrade era un hombre en el cual se podía confiar plenamente. No tenía iniciativa propia y estaba dispuesto a morir si se lo ordenasen, lo que lo hacía muy útil para el Capitán Charles.
La doctora Colby tenía su propio cubículo de salto en su consultorio médico. Al igual que los soldados, no formaba parte del personal necesario para que un salto se produjera con efectividad. Los únicos que permanecían activos eran Charles, Noya y Steiner. Este último siempre estaba en la sala de control de máquinas, incluso cuando debía comer o dormir. Para lo último utilizaba una interfase neurológica que lo despertaba en caso de producirse cualquier evento atípico, por mínimo que este fuera. La interfase le permitía también permanecer en estado de suspensión, lo que le aceleraba el proceso de descanso de su cuerpo. Dos horas de suspensión equivalían a nueve horas de descanso.
El primer salto fue exitoso. El manual de procedimiento indicaba que el mismo debía ser corto y a una ubicación segura, ya que permitía detectar cualquier falla en los motores, en los controles de navegación o en cualquier sistema vital de la nave.
Desde la ventana del puente Charles podía observar los anillos de Saturno girando eternamente. Al contemplar la inmensidad de ese mundo no pudo reprimir una sonrisa. Siempre había sido su favorito del sistema solar. Cuando era un niño y aún no se notaba la diferencia física con sus pares había soñado con viajar por el espacio. Ello lo llevó a ingresar al liceo naval, para asegurarse el ingreso a la Academia. Dicen que fue allí donde todo comenzó, pero ni él mismo sabía que había alterado tanto su crecimiento.
Ser el gigante le había generado más inseguridades que puntos fuertes. Su estatura de 2,40 metros lo volvía una mole infranqueable, pero también un imán para las bromas, lo que se potenciaba por su torpeza extrema debida, en gran medida, a la dificultad de dominar su nuevo cuerpo.
Estas inseguridades lo habían perseguido durante toda su vida. No obstante ellas, siempre se había esforzado por destacarse, y la comisión que le habían asignado era el resultado de su empeño.
Durante el viaje raramente saldría del puente de mando. La silla del piloto había sido especialmente acondicionada para él, incluso para que pudiera utilizar un sistema de descanso por suspensión similar al que utilizaba Steiner. Las funciones fisiológicas básicas eran cubiertas por el traje y la nave se ocupaba de proveerle de alimento y bebida. Lo cierto es que fuera del puente de mando la nave era muy incómoda para Charles, y éste prefería no movilizarse por ella.
Noya, en cambio, procuraba estar lo más lejos que podía e Charles. No tenía nada contra el gigante. De hecho sentía una profunda gratitud hacia él por haberle procurado una pierna de carne y hueso igual a la que había perdido. Pero no podía evitar sentir que todo el punto de la misión era probarle al mundo que Gelbart Charles era un soberbio agente y que la humanidad entera algún día debería estar eternamente agradecida con el gigante mutante por sus logros en beneficio de la conquista del universo.
Noya no tenía problemas con su pasado. Había sobrevivido. El resto no le importaba. Detestaba su presente, aunque tras hacer un rápido reconocimiento del físico de la morena doctora mientras ésta se preparaba para practicarle su fisioterapia, tenía grandes expectativas en avanzar sobre esa negra figura.
Durante las primeras sesiones de masajes Noya se esforzó por romper el hielo con su terapeuta sólo valiéndose de sus dotes sociales, las que habían sufrido el menoscabo que el aislamiento y la embriaguez crónica producen en todo ser humano. Él no estaba en la vida para soñar sino para olvidar. Pero la tentación que le provocaba la bata abierta de la doctora sobre el ajustado traje de vuelo era demasiado fuerte.
Colby era una mujer de carrera. Había ingresado a la escuela de medicina con una beca que le había dado la Armada y había egresado con honores. Ahora estaba enlistada, pagando el precio de su beca. Su vida había sido, hasta ese momento, estudiar y trabajar. No había lugar para amores en su agenda. Aún era joven, o al menos eso era lo que ella se decía. Apenas había pasado la barrera de los treinta y sentía que recién el juego comenzaba. En unos años más su deuda con la Armada estaría cubierta y podría ir a vivir a alguno de los nuevos mundos, donde profesionales con su entrenamiento eran siempre bienvenidos.
Su primera reacción hacia Noya fue negativa. No estaba acostumbrada a tratar con personas que abandonaran el protocolo en sus relaciones profesionales. Sabía lo que él quería de ella. Había visto como la desnudaba con los ojos, y en cierto punto ello le había excitado. También había visto como se le hinchaba el pantalón cuando ella le hacía los masajes. Pero nada de ello era suficiente para hacerle romper las reglas.
Entonces llegó la cuarta sesión de masajes y él fue muy directo. –Dígame una cosa, doctora. ¿No se cansa de su encierro?
–¿Encierro? ¿Qué dice?
–Verá, es la cuarta sesión de masajes que hemos tenido y pese a todo lo que he hecho para conquistarla me sigue rechazando.
Colby rió. –Sus esfuerzos han sido mínimos. ¿Se cree que con un par de notorias erecciones alcanza para seducirme?
Noya le entregó una sonrisa. –Esas fueron inevitables, mi pierna nueva es muy sensible al tacto. Yo me refería a otra cosa.
–¿A qué?
Entonces Noya se levantó de la camilla y la rodeó con sus brazos, dándole un profundo beso. Ella quiso resistirse, pero no lo hizo. Él la soltó y ella tardó un poco en volver a respirar. –No sé cómo explicárselo.
–¿Por qué tardó tanto en llegar a esto? –dijo antes de devolverle el beso. Esa tarde se encontraron por primera vez a un nivel que sólo la piel puede explicar, y después de esa vez hubo muchas más. Pero sus almas seguían herméticas, insensibles a lo que el cuerpo había desatado.
Y así debía ser, porque Noya se sentía incapaz de contarle a esa mujer lo que sabía.
Una de las pocas veces que Charles salió del puente de mando fue para tomar un café con Noya en la cocina. Éste le ofreció la petaca de bourbon para adobar su bebida, pero Charles declinó. –Dígame la verdad, ¿por qué me odia?
–No se equivoque, yo no lo odio. En lo más mínimo. Sólo tengo miedo.
–El miedo es parte de nosotros. ¿Cómo se puede evitar? Es imposible. Hay que enfrentarlo y vencerlo.
–¿De chiquito usted escribía libros de autoayuda? Si es que alguna vez fue chiquito.
Charles se rió. –Sí, antes de la pubertad era normal. Después me convertí en esto. No sé por qué ocurrió, ni si seguirá ocurriendo.
–¿Qué edad tiene usted?
–Treinta y cuatro.
–¿Y sigue creciendo?
–El año pasado crecí cuatro centímetros.
–Mierda, que problema para comprarse ropa.
Charles soltó una carcajada. –La ropa es lo que menos me preocupa, especialmente con las telas inteligentes que tenemos hoy día. Mi problema es que hoy me puedo ir a dormir y mañana me puedo despertar midiendo tres centímetros más. Hasta que me acostumbro a mis nuevas dimensiones mi cuerpo se convierte en un depósito de moretones.
–Claro, todo esta hecho para enanos como yo. Debe ser incómodo.
–Incómodo es como me siento cuando usted está cerca, y no hice nada para merecerlo.
–¡Qué quiere que haga! Nunca fui miss simpatía.
–Nadie le pide que lo sea. Con la doctora Colby no tiene problemas para entenderse. ¿Qué hice para caerle tan mal?
–Me dio esta pierna –dijo dándose una palmada en el muslo –, me hizo sentir entero nuevamente. Y me obligó a subir a esta nave. Fausto estaba feliz con los regalos que el diablo le dio, pero sabía que no era su amigo. Sabía que era el diablo y que al final le cobraría el precio que habían acordado.
–Yo soy el diablo.
–Y esta nave nos conduce al infierno. ¿Lo entenderá antes de que sea tarde?
Tomó siete saltos y cinco semanas llegar hasta el sistema 7235. Una vez allí la computadora ubicó al planeta Gama—7235 y Noya dirigió el curso del último salto para acercarse a una distancia orbital del planeta. Una vez allí todos los sensores de la fragata se concentraron durante nueve días en realizar un minucioso análisis del cuerpo celeste alrededor del cual giraban.
—No lo entiendo, —dijo Charles después de estudiar los diagnósticos.
—No trate de entenderlo, —contestó Noya, —ese fue nuestro error, tratar de entender.
—Los sensores detectan agua en enormes cantidades, pero las imágenes que las sondas han recogido sólo muestran grandes extensiones de superficies arenosas salpicadas de unos organismos vegetales similares a cactus y esos montes, o como quiera llamarlos.
—Son más parecidos a pequeños volcanes de agua. –La voz de Noya temblaba un poco.
—¿Cómo dice?
—Como si fueran géiseres. Sólo que por la gran cantidad de vapor que deben soltar son de ese tamaño. Ello explica la presencia de nubes.
—Las nubes, ya sabe, son concentraciones de vapor acuoso en la atmósfera. En nuestro planeta se forman de la evaporación del agua que se eleva y se acumula en diferentes tipo de formaciones. En este planeta la evaporación del agua no es posible, porque el agua se filtra por la enorme masa de arena para acumularse en ríos subterráneos. Los ríos alimentan los géiseres que calientan el agua como una olla a presión hasta evaporarla. Cuando la presión llega al punto de colapso se libera algún tipo de válvula natural y chorros inmensos de vapor ascienden a las capas superiores de la atmósfera formando las nubes.
—La superficie del planeta es calurosa. ¿Cómo se producen las lluvias?
—Con la noche. Cada noche llueve en este mundo de arena. El sol se oculta, el aire se enfría, las nubes se condensan y llueve. Es durante las noches que los cactus se alimentan, y surgen las larvas.
—¿Las larvas?
—No se como explicárselo, soy navegante, no biólogo. Pero nuestro oficial médico nos había dicho que eran como larvas de gusanos. Alguna especie de protozoo.
—Que piensa de la “Argos”, por qué no podemos encontrar rastros de ella.
—Mi amigo, —dijo Noya levantándose de la butaca, —no tengo la más puta idea. Si me disculpa, tengo que acudir a mi cita con mi fisioterapeuta.
Charles soltó una sonrisa. –Vaya, aproveche mientras todavía puede. Mañana enviaremos la sonda tripulada.
La Dra. Colby se soltó el cabello. –¿Estás seguro de que te duele?
Noya le acarició el rostro y sonrió. Pese a que su idea de relacionarse íntimamente con su médico fue al puro efecto recreativo, con el correr de la semana un profundo afecto hacia ella había comenzado a dominarlo. –No es la pierna lo que me duele, cariño, es saber que todo esto estará perdido pronto.
Ella se levantó y encendió el cigarrillo con el cual había estado jugando. –Pronto, todo sucede pronto en nuestro pequeño universo. ¿Acaso importa?
Noya negó con la cabeza. Había detectado cierta melancolía en las palabras de Colby. Pensó que ella podía llegar a amarlo como él la amaba en ese instante. –Sos una buena psiquiatra.
—No, qué va. Apenas soy una amante aceptable.
—Aceptable es más que suficiente en este culo del universo.
—¡Qué obsesión!
—¿Con el culo?
—Yo esperaba que fuera sólo con el mío.
—Ya ves que no, —dijo él quitándole el cigarrillo para robarse una pitada. Soltó el humo y prosiguió –Pero con el tuyo tengo algo especial.
–¡A cuántas les dirás lo mismo!
Él la besó, sin importarle que el cigarrillo resbalaba sobre su pecho dejando una leve estela pintada sobre su piel. Ella se conmovió con el beso. –Te amo –dijo él, y ella lloró.
La sonda tripulada fue abordada por el Teniente Andrade y tres de sus Rangers. Las órdenes eran sobrevolar el planeta en búsqueda de cualquier indicio que marcase el punto de colisión de la nave “Argos”.
Luego de ingresar a la atmósfera Andrade fijó el curso de los paralelos y la nave comenzó a circundar la superficie del planeta pasando por los polos modificando el curso dos grados hacia el este cada vez que llegaba al polo norte.
La maniobra duró 36 horas sin que se produjera ningún resultado que permitiera determinar con algún grado de precisión el punto de impacto de la nave perdida. Charles les ordenó regresar a la órbita y purgar la superficie de la nave antes de reingresar al hangar de la “Prometeo”. La temperatura exterior de la sonda se elevó a trescientos grados centígrados durante setenta y dos segundos para eliminar la presencia de cualquier bacteria que se pudiera haber adherido a ella.
Luego, una vez en el hangar, la nave fue rociada con una sustancia que rápidamente se convirtió en una espuma sólida que debía eliminar cualquier residuo de contaminación biológica que la sonda podía haber traído consigo del planeta.
Miles de millones de protozoos se habían revolucionado con aquél extraño objeto que no paraba de dar vueltas alrededor del planeta atravesando ambos polos. Nubes enteras se habían elevado tratando de perseguirla en vano, algunas sufriendo en manos del viento, otras siendo arrasadas por los géiseres que escupían su vapor hacia el cielo. Muchos de esos seres diminutos se vieron frustrados por la lluvia que los arrojaba contra la arena ni bien intentaban levitar hasta la cosa.
Pero en los polos las nubes fueron atravesadas una y otra vez por la sonda y muchos de esos seres se fijaron como pudieron en la superficie. Sólo unos pocos ejemplares encontraron las pequeñas rendijas de refrigeración del motor y lograron colarse al interior. La gran velocidad que desarrollaba la sonda hacía que fuera difícil para las larvas mantenerse adheridas a la superficie de la nave. No podían comer ya que todos sus esfuerzos debían concentrarse en no caerse por efectos de la fricción y la resistencia del aire.
De pronto la nave ganó altura y el frío del exterior hizo que muchas larvas murieran. Luego la temperatura de la superficie se hizo intolerable durante varios minutos, momento en el cual la mayoría de las criaturas murieron. Finalmente fueron capturadas por un material líquido, donde las sobrevivientes intuyeron que podrían reproducirse libremente. Pero el líquido de pronto se solidificó, convirtiéndolas en cristales de espuma de inmediato.
Dentro del sistema de refrigeración un manojo de microorganismos percibió la muerte de sus pares. Eran muy pocas para hacer el trabajo, pero encontraron su camino al deposito de líquido refrigerante. Desde allí gestarían su venganza.
La encrucijada que se le presentaba a Charles no lo dejaba dormir. Toda la evidencia obtenida indicaba que la misión había fracasado. Cualquier residuo de la “Argos” que pudiera haber en el planeta parecía haber desaparecido. Sin embargo, estaba la remota posibilidad que las arenas hubieran engullido a la nave, en cuyo caso era necesario que la “Prometeo” ingresara a la atmósfera y utilizara sus instrumentos a corta distancia para hallar el tesoro perdido.
Los fantasmas de su pasado lo atormentaron nuevamente. La bestia dejaría a la Armada en ridículo, la Agencia lo desterraría y terminaría exhibido en un circo como un animal más.
Se preguntó tantas cosas que no pudo responder ninguna. Por ello convocó a su tripulación a una reunión y expuso el problema. Noya fue el primero en oponerse. –Si lo hacemos estamos muertos. No podemos exponernos a eso.
—¿A qué? Tanto mas nos dice, menos sabemos. –Charles estaba molesto con Noya, pero más molesto estaba con su propia inseguridad.
Andrade se acomodó en su silla y pidió la palabra. –Señor, mi equipo esta listo para enfrentarse a lo que sea. Considero que debemos entrar a la atmósfera, usar nuestros mejores recursos y rescatar la información que vinimos a buscar.
Charles miró a los demás. Lo único que encontró fueron dudas. —¿Quién aparte de Noya está en contra del plan de Andrade? –Nadie se atrevió a responder. –Noya, se hará lo que propongo.
—¿Puedo sugerir algo?
—Hágalo.
Noya meditó sus palabras antes de soltarlas. –Saquen la sonda al espacio y déjenla flotar allí unos días. Supongo que con tres estaremos bien. Si todo esta bien con la sonda estaré de acuerdo con su plan.
Charles miró a su oficial militar y al ingeniero antes de responder. Sabía que no podía confiar en Colby. –No. Mañana ejecutaremos el plan. Después del desayuno. Si quiere amotinarse los Rangers le mostrarán el camino a la celda.
Noya sacudió la cabeza. –No hará falta, Capitán. Sólo muéstreme dónde está el bar, no me vendría mal una copa.
Lentamente la colonia de larvas fue creciendo dentro de la sonda de exploración. Avanzaban por los cables, por las juntas, devorando, transformando metal y polímero en sílice. A medida que avanzaban más y más eran. Pronto saldrían al exterior por orificios que ellos mismos generarían. Pronto serían los dueños de todo.
Noya se sentó en el suelo del hangar con la botella en la mano. Frente a él estaba la sonda que había bajado al planeta. No podía quitarle los ojos de encima.
A medida que la botella se vaciaba los recuerdos emergieron. Estaba en la “Argos”, sentado en su puesto, vigilando los sensores de la nave. De pronto algo pasó. Varias alarmas se dispararon y todos asumieron sus posiciones de emergencia. El motor, el generador magnético, los compensadores, y varias secciones importantes de la nave comenzaron a fallar. Un motor se incendió al fallar el mecanismo de refrigeración del material enriquecido. El otro se descompensó y la nave entró en pérdida desde una altura de cuatro mil metros del suelo.
Lo que siguió fue el caos. Él llegó primero a la cápsula de escape y esperó a dos ocupantes más. Farrad y Moore aparecieron de inmediato. Después de abordar cerraron la escotilla y accionaron el mecanismo de eyección. Desde la ventana pudieron ver como la “Argos” clavaba su nariz en la arena y se convertía en una bola de fuego. Buscaron en el cielo otras cápsulas, pero sólo se veían pedazos de la nave consumiéndose en el aire.
Lo que siguió fue vertiginoso. Conectaron la baliza de emergencia, ingresaron las coordenadas del salto y se introdujeron en los módulos criogénicos. Su unidad fue encontrada dos días más tarde cerca de la luna terrestre, remolcada al Puerto Hospital Orbital y descubrieron que lo que había consumido la cápsula de escape estaba hibernando en su pierna. La amputación había sido la única solución, y el aislamiento por seis semanas en una sección especial del hospital la respuesta a los temores de los médicos.
Se había acostumbrado a estar solo, incluso con la idea de morir. Pero después había sido dado de alta y la idea de la muerte se había esfumado. Hasta ahora.
Colby lo encontró medio ebrio sobre el suelo. –Hey, ¿qué ocurre?
Noya no contestó. Tomó otro sorbo de la botella sin siquiera dirigirle una mirada. Ella se agachó junto a él y le acarició el rostro. –Podemos ir a mi oficina antes de que la nave ingrese a la atmósfera. Eso te quitará la depresión.
Noya levantó la mirada y se encontró con las lágrimas que tenía guardadas. –Lo siento –dijo –, pero no puedo.
–Vamos, que es la botella la que llora por ti.
–Ojalá fuera eso. ¿Escuchaste alguna vez hablar de Moby Dick?
–Sí, una novela antigua de un tal Melville. Leí sobre ella en la escuela.
–Entonces espero que entiendas lo que voy a decirte. Ésta nave es el “Pequod”, yo soy Ismael, tú eres Queequeg y Charles es Ahab. ¿Adivina quién es nuestra ballena blanca?
–¿La “Argos”?
Noya bebió un largo sorbo antes de responder. –No, es el planeta. Ese planeta esta maldito, como lo estaba la ballena, y nosotros estamos condenados, como lo estaba el “Pequod”. Yo ya escapé una vez, dudo que pueda hacerlo de nuevo. Ya ves, las ballenas blancas no dan segundas oportunidades.
–Hagamos una cosa. Yo me voy a ir a mi oficina y te esperaré desnuda en mi cubículo. Si no vienes pronto tendré que arreglármelas con alguno de esos soldaditos que tenemos abordo.
Noya sonrió. –OK, en un rato voy para allá.
Charles se había dormido sin usar la interfase de suspensión. Estaba de pie en el medio de las arenas del desierto, en medio de un círculo de géiseres inmensos. En un instante cada uno de ellos escupió una columna de vapor de dos kilómetros de alto que formó una enorme nube sobre su cabeza. La nube bajó de pronto y de manera precipitada hasta envolverlo. Sintió que su cuerpo comenzaba a crecer más y más, duplicándose en tamaño con cada segundo que transcurría. Entonces era tan alto como las columnas de vapor que lo rodeaban y el mundo se detuvo. Sintió unas nauseas atroces y se desplomó. Entonces estaba cubierto de arena, y la arena se movía. Quiso levantarse, pero no pudo. Algo más poderoso que él lo tenía sujeto. Entonces sintió que su cuerpo se iba, que la vida se agotaba, y que la arena se adueñaba de su existencia.
Despertó empapado en sudor. Contempló sus manos y contó sus dedos. Todo estaba allí. Steiner lo llamó para avisarle que era hora de hacerlo, pero tenía miedo. Pero el deber siempre estaba primero, aún contra toda lógica.
Las arenas se movieron durante la noche. Llovía, como siempre ocurría cuando el sol se ocultaba en el horizonte. Los cactus bebían a través de sus espinas y las larvas se apelotonaban en los charcos antes de que el agua se filtrara a las capas inferiores. El sol emergió, los géiseres escupieron las nubes del nuevo día y una forma nueva invadió el paisaje.
La nave se mantenía suspendida en la nada, atrayendo a las larvas hacia ella de manera poderosa. Semejante festín no se presentaba a menudo.
Un holograma de Steiner se proyectó frente a Charles. –Capitán, tenemos problemas.
—¿Qué ocurre?
—No lo sé, pero todo está comenzando a fallar. Vea su panel de daños.
Charles activó el control y su panel se encendió como un árbol de navidad. —¿Qué mierda está pasando?
—No lo sé Señor, pero la “Prometeo” está sentenciada.
—No es posible.
—Lo sé, pero así son las cosas. Le aconsejo que ordene la evacuación.
Noya despertó. Al abrir los ojos descubrió que la sonda se había convertido en una masa plateada y espinosa, como un árbol caído sobre el suelo del hangar. Pero eso no era todo. Debajo de la sonda había una gran cantidad de arena.
Quiso levantarse, pero no pudo. Las larvas habían llegado hasta sus piernas.
La nave era un erizo plateado. Las espinas habían brotado por todo el casco y habían fundido cada una de las uniones y escotillas. Las larvas eran voraces. Devoraban, se multiplicaban y morían. Y por cada una que moría miles nacían.
—De acuerdo, evacuemos. –La voz de Charles reflejaba su terror. Una explosión en la sala de control de máquinas mató a Steiner e hizo que la nave comience a colapsar. Los demás quisieron llegar a las cápsulas de escape, pero el fuego se propagó más rápido de lo que las piernas podían correr. Todas las luces se apagaron y la nave comenzó a caer.
Noya bebió el último trago. Era su despedida. Su cuerpo se convertía en arena. Pese a ello no sentía dolor. Escuchó la explosión, vio las llamas que se acercaban. Se lamentó frente a la botella vacía.
Millones de seres abandonaron la nave cuando esta comenzó a desplomarse. El humo brotaba del interior y las explosiones se multiplicaban. La “Prometeo” era una masa brillante irreconocible. Su nariz se inclinó y entró en pérdida. El viento aullaba entre los géiseres como un grito de victoria.
Charles se mantuvo firme en su asiento. El calor de la nave era intenso, pero no le importaba. Ya era tarde para cualquier cosa. Por la ventana anticipó el choque contra la dura barrera arenosa. Se santiguó lentamente y cerró los ojos para morir.
La nave se estrelló. El fuego comprimido dentro de la nave la hizo estallar en miles de partículas que rápidamente fueron consumidas por los seres invisibles. Cuando el humo se disipó no podía distinguirse la forma de la nave. Sólo un árbol de metal, espinoso y retorcido, llorando sus penas sobre el mundo arena. No hay lugar para las penas en el eterno desierto. Pronto sería devorado y convertido en partículas.
Después de ello, la nada.
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