Nueva York se viste
con ojos de fuego.
Se plasma en mi piel
como un viejo pergamino,
un tatuaje radiante
de estrellas vaporosas.
Nueva York se despierta
eterna, cada mañana,
con la fuerza del rayo,
golpeando salvaje el sueño
de miles de turistas.
Se prepara el desayuno
en la fragua de las calles,
hervideros de pizzas,
hamburguesas y hot-dogs.
Olores agonizantes se agitan
con violencia por las rejillas
de los metros y se quedan.
El aire viciado camina
penetrante, sin permiso,
por mi cabeza atormentada.
Soy un anuncio eléctrico
del mágico Broadway.
Estoy pegada, sin saberlo,
al sol artificial de la mañana.
Después me desenredo
de los cables que me atan.
Tengo el cuerpo malherido.
Estoy atravesada de fulgor.
Yo ya no soy yo, sino una huella
latente de vida nueva,
un rostro perdido
en la inmensidad del asfalto.
Sombra y muerte constante.
Luz nueva y vida.
Soledad y compañía
en una ciudad dominada
por las pasiones, los vicios
y la locura del juppie.
Nueva York es la gran fiesta.
La juerga inacabada
que barre avenidas enteras
de coches de lujo
y taxis hambrientos.
El aire vibra descomunal
azotando esquinas de hierro.
Acaricia las farolas,
antorchas diamantinas,
y penetra con esmero,
a través de edificios colosales.
La vista se me pierde.
Se adelgaza y se estira.
Se empapa de colores
hasta la saciedad enervada,
chorreando matices
y encendiendo antorchas.
Mi aliento se retiene
a cada instante, oscuro.
Te respiro imparable
con los pulmones encharcados
de humo y cenizas.
Casi me asombro de vivirte,
de tenerte entre mis brazos,
escurridiza siempre,
inacabable, imperfecta.
Nueva York es una sorpresa
de música y cine.
Escenarios de colores.
Brillo de estrellas
cantando y bailando
a ritmo de jazz y blues.
La ronca voz de un negro
tiembla en la garganta
y se agita entre mis venas.
¿Es llanto, es pena o gozo
salvaje de un alma rota?
Y desde ese bar maltrecho
te añoro, ¡tan lejos!
El humo colgado de blanco
se hunde en mi noche,
En sigilo y muy despacio.
me rompe en pedazos.
¡No puedo olvidarte!
Quiero perderme
en las aceras de esta extraña
ciudad que me persigue;
pero tu sombra me rodea.
Tu recuerdo palpable
en Central Park me adivina
que no estoy sola.
Me gustaría coger esa nube
de la bella “Promenade”
y regalártela mañana.
O llevarme la luna
del puente de Brooklyn
y pegarla a tu cuerpo.
Y no estás aquí, ni nunca.
Sólo eres un sueño
que se va muriendo
entre estaciones de metro,
atrapando semáforos
y letreros incandescentes.
Pero me quedas tú,
Nueva York,
locura de mis sentidos.
Por unos días me perteneces.
Te llevaré conmigo
y adivinaré tu alma peregrina.
Me embriagaré con tus luces.
Tus largas manos
me envolverán en silencio,
y volveré a la vida.
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