Me regaló una estrella...
Antonio, relojero de profesión y abuelo de oficio, me había escogido a mí, ignoro la causa, como su nieto favorito.
Pasaba las horas intentando enseñarme el catalán, su idioma, pero poco lograba ya que yo, pequeño, me enredaba cada día más al intentar ir aprendiendo el castellano.
Como buen relojero era minucioso en lo que hacía. Mondaba las naranjas completamente, desprendía los gajos con paciencia, y me los ofrecía remojados en granitos de azúcar.
Me enseñaba, o intentaba enseñarme, de astros y estrellas, de lo que sabía a montones.
Cierto día se me ocurrió preguntarle: “Abuelo, ¿de dónde vienen las estrellas?”. Su contestación, como todas, fue sencilla y llena de sabiduría...”Las estrellas no vienen, están donde Dios las puso”. Las hay en el firmamento, a montones, y su brillo es el que viaja millones de kilómetros. Las hay en los animalitos... ¿has visto los cucuyos, las luciérnagas?. Es más, te voy a regalar una estrella... Se fue caminando despacio hasta el manzano del patio. Tomó una manzana madura y, cuando creí que la iba a partir con la parsimonia de siempre, de arriba hacia abajo y luego en ocho pedazos, hizo lo contrario. Apoyó la manzana sobre una tabla, tomó su cortaplumas y partió la manzana por el ecuador, la parte más ancha. Nunca había visto a nadie partir una manzana de esta forma.
Con lentitud fue separando las dos mitades y... ¡Había una estrella en cada una de esas mitades!. Perfecta, de simetría asombrosa. “Toma no una, sino dos”, me dijo. Guardó su navaja después y se alejó triunfante, jugando con su boina negra...
Desde entonces parto las manzanas al revés, y me como las estrellas.
Amigo cuentero, si nunca lo has hecho, toma una manzana y haz la prueba. Te regalo, por adelantado, dos estrellas...
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