Represéntame como el animal antiguo que soy, sin ningún talento y con todos, etéreo de tanto divagar por mi mundana naturaleza. Los otros salvajes seducen con sus miradas mis extremos sentidos, doy saltos y retumbo entre cuerpos de otras especies, me levanto y caigo, me sacudo, choco contra las rocas y desgarro mi piel a trazos. La sangre de todos se mezcla sutilmente, los gruñidos, aullidos y gemidos son inevitables. Las partes se unen entre el tumulto de sonidos y ya las formas no se distinguen. De vez en cuando, el brillo de un colmillo, el sonido trepidante de huesos rotos y de repente, la certeza. Hoy uno de nosotros cambiará, se separará de la infinita manada y comenzará a creerse el dueño de los otros, uno será el destructor, pero, ¿quien?