ERA algo así como un creador (recuerda que en aquella época ser creador no se consideraba pecado); algunos, como siempre, lo creían loco, otros notaron algo especial en él y se acercaron a su idea, tanto, que llegaron a temer. Escribía en las paredes pictogramas imposibles, llenos de dulzura y belleza, y luego se sentaba a reposar en su obra. Veía mas allá y podía expresarlo. Derramó millones de veces su inspiración en todo lugar que fuese vertical o al menos pareciera serlo. Encerró el miedo, el dolor, la vida, la niñez, las esperanzas y el deseo en sus figuras y siguió así por años hasta que lo temido ocurrió. De repente tocó el umbral de la verdad y se atrevió a plasmarlo. Entonces los hombres que lo observaban se fueron a casa satisfechos de haber conocido al ser que Dios no se atreve a mirar a los ojos sin llorar.