Todo era de colores en aquella fiesta, al parecer, se celebraba la coronación del nuevo rey y, éste, había organizado en el patio del castillo un gran espectáculo en el cual, dos bufones y un trovador atraían sobre un escenario la mirada de todo el mundo. El trovador, gordote y pequeñito, cuya voz era tan aguda que mantenía sin problema alguno la atención del publico, narraba la historia de un ahorcado mientras los dos bufones que tenia atrás, dos enanos vestidos de vivos colores y con cascabeles por todo el cuerpo, representaban la historia y arrancaban exitosos estruendosas carcajadas. El nuevo rey, enfrente del escenario se retorcía como un niño dejando escapar alguna lagrima de la risa que le producían los artistas y los campesinos y campesinas olvidaron por un momento sus apestosas vidas.
Todo era alegría y color, bueno, todo no, pues sentado en los escalones de la carreta donde viajaban el trovador y los dos bufones, estaba un tercer bufón, este de estatura media, que tenía la cabeza gacha y cara de preocupación. Sabía lo que le tocaba: cuando acabasen el espectáculo sus compañeros, él debía subir al escenario e interpretar un papel en el que acabaría recibiendo, como en todas las demás representaciones que había hecho, los pitidos del público y seguramente, algún que otro tomate podrido.
No le gustaba esa vida, pues desde pequeño quiso ser médico, oficio que habría aprendido de su padre si éste no hubiese fallecido presa de la peste haría cinco años. Desde entonces, tuvo que ir con su tío el trovador de aldea en aldea representando el papel menos cómico y recibiendo abucheos.
Acabaron sus compañeros y se dirigieron a la carreta dónde estaba el bufón sentado. Su tío comenzó a presentarle cuando alzo la mirada y salió corriendo hacia la puerta del castillo con el propósito de huir. Los dos enanos intentaron detenerle y salieron corriendo detrás de él pues vieron, al instante, cual era su intención. Pasó que unos campesinos que se encontraban cerca de la puerta también se percataron de la intención del bufón, y le cerraron el paso por lo que tuvo que girar hacia otra dirección. Estuvo corriendo por toda la plaza huyendo de los bufones que tenía detrás durante un buen rato y estos, impedidos por su tamaño se tropezaban continuamente. Esto arrancó de nuevo las carcajadas del público, y el trovador, que se dio cuenta de lo que estaba pasando, comenzó a relatar lo que sucedía de la forma más chistosa que pudo.
Al principió nuestro protagonista se extraño de que la gente se riese, pero tardo poco en encontrarle el gustillo y acabó convirtiéndolo en espectáculo. Se sentía bien pues por una vez en la vida resultaba que era gracioso para los demás e incluso vio que el rey se reía con su actuación.
Así pues, al final se dejo atrapar pos los enanos y aunque recibió una pequeña bronca por parte de su tío, decidió sustituir el número que tenía antes por este nuevo, lo que hizo que comenzase a gustarle su trabajo.
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