Ella está demasiado quieta.
Inmóvil se desabrocha lentamente el cuello de la camisa-que le estrangula el cuello- y respira, absorbiendo el aire como un sorbete de frutas, como si fuese la primera vez que respira.
En la proximidad de la calle se oye un abrir y cerrar de puertas ajenas.
Ella echa la cabeza hacia atrás y descarrila la nuca en una nada feroz y cercana de espacios domesticados.
Quisiera bajarse de algo que gira pero siente un vértigo que le obliga a sentarse sobre algo parecido a una silla.
La soledad en la cocina limpia y desierta es casi llamativa. Glamourosa.
Uno de los grifos gotea cadenciosamente con ritmo de selva, de catarata lejana, rompiendo la simetria siniestra de las baldosas del pavimento en forma de damero...Ella sin darse cuenta sigue el ritmo con los pies, un poco distraída, como si cada sonido fuese una posibilidad única de fugarse de la realidad-perpetua.
Partículas de polvo flotan en un rayo oblícuo a través de la ventana dando a la cocina una atmósfera sagrada, como de catedral.
En la pared blanca late algo parecido a un reloj,como un corazón artificial transplantado a tiempo a su pecho moribundo de yeso. La tarde declina en verbos amordazados, en lenguas muertas. Sólo queda esperar la noche en estas cuatro paredes, como un acontecimiento de estrellas lejanas y neones.
Pero ella está demasiado quieta.
Inmovil se abrocha lentamente-de nuevo-el cuello de la camisa y deja de repirar.