A los doce años yo vivía en medio de una familia numerosa. Entre padres, tíos, sobrinos y amigos llegamos a ser catorce. Las medias se guardaban - una vez lavadas - en un canasto. Allí las medias se hacían amigas, cambiaban parejas , eran swingers , navegaban por el canasto y misteriosamente desaparecían abandonando a sus pares, es decir que la media verde de rombitos grises se iba con la media roja de filetes azulados, y la media blanca de gimnasia se juntaba con otra media blanca pero más larga y de nylon. Todo ese movimiento, que se producía a la noche y en el canasto, hacía que a la mañana siguiente nadie encontrara el par de una media, y en una bolsa de supermercado se guardaban las medias “huérfanas” o “viudas”, que nadie sabe por qué motivo serían viudas para siempre, jamás aparecería su pareja y quedarían en la bolsa de las viudas y huérfanas hasta el fin de los tiempos, como la tía Eugenia que guardó a su marido Ricardo en la habitación principal de la casa y a su amante Manuel en el altillo, y un día no encontró a ninguno, por más que los buscó y buscó en el canasto de las medias, en el lavarropas, en el tendedero, en la biblioteca, hasta que encontró un pedazo de Ricardo en el comedor y un pedazo de Manuel en el cuarto de huéspedes, los juntó y armó un marido que se llama Patricio, que tiene algo de Ricardo y algo de Manuel. Pero justamente por eso no se anima a salir a la calle con Patricio, porque es diferente como las medias, parecido a Ricardo, parecido a Manuel, pero diferente. Y el vecindario astuto no tardará en descubrir que ella lleva puestas medias parecidas, pero no iguales.
© RNPI Nº 155707 - Junio 2008
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