El ruido del mundo, ecos sordos en la inmesidad del vacío.
Mil y un murmullos que no dicen nada. Y es que el silencio mantiene largas conversaciones conmigo.
¡Taquicardia! Nada mas y nada menos, que la muerte anunciada de la voz sin rostro.
El ruiseñor ya no canta en mi ventana, se suicidó con los poetas.
Palabras que se mezclan, se enredan; mal entendidos.
La vorágine del sonido, es caos para mis oídos.
Un par de acordes me llaman desde la ventana del frente.
En la calle, bocinas, frenadas, velocidad, celulares, timbres, campanas, que despiertan a una cuidad que no duerme.
Disparos se escuchan fuera, y la gente ya no sale de sus casas a ver quien murió.
Sirenas se acercan, se alejan, vienen y van.
En esta selva de cemento, rugen los amantes en las plazas.
Lloran de hambre los pobres, bañados en lodo.
Ríen los tiranos, mientras brindan en festínes.
La moneda cayó por el lado de la soledad, y el sonido de la aguja reventó en mis oídos.
El vienta ya no es ráfaga, sino huracán.
El agua ya no es rocío, sino tormenta.
Cuesta respirar bajo la lluvia...
Y los ruidos del mundo, rebotan en los oídos sordos de la humanidad, que se niega a escuchar.