La ausencia de mueca en Joaquín Santos declara más que esconder, esa mirada melancólica con ganas de huir a un punto en el vacío, desvela el camino hacia una herida sin cerrar, un desengaño mal camuflado en una cara repleta de líneas rectas. Aún en la ausencia de ceja fruncida o labio torcido, era evidente para cualquiera que le mirase, que el desengaño provocaba ese gesto de ánimo vacío, relleno con melancolía. Pareciera que Joaquín viviera en la resignación que hacía que olvidara la corbata torcida, la suciedad en el cuello de la camisa, las manchas y sietes en la chaqueta, el pelo graso con una raya mal definida. Sin duda, para cualquiera que mirase a Joaquín Santos, era la imagen de un romántico, como buen romántico, la de un perdedor y como perdedor nada mejor que compadecerse de si mismo.
La realidad es más que doble, la del que mira, el mirado y tal vez la suma. Joaquín Santos simplemente estaba cogiendo la gripe... pero es posible que fuera una gripe con unos síntomas muy románticos.
Una niñez con ausencia de abrazos y como única tregua para ese vacío; estar enfermo. En la preocupación de sus padres por su fiebre alta, la tos seca, o los dolores de tripa, encontraba el consuelo; un simulacro de cariño que suavizada temporalmente su baja autoestima.
Ante las carencias siempre se buscan sucedáneos y tal vez por eso, tras abandonar la niñez y adolescencia; Joaquín Santos afrontaba sus relaciones sentimentales volcándose, y sus parejas huyendo por la poca tregua. El desenlace en su mayoría era una amarga ruptura, en algunos casos viéndose reemplazado por horteras, chulos amputados de sensibilidad y en los peores, por hombres equilibrados y maduros a los que odiaba con gran fervor por evidenciar sus carencias.
En cualquier caso, Joaquín santos avocaba la llegada de la gripe como el que invoca la lluvia. Su madre le acaba de llevar un caldo y es feliz.
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