Madre, primos, tíos y abuela; son todos unos necrófilos. Si, es absolutamente cierto… Besan y abrazan todos los días a una persona muerta, se despiden en las mañanas de alguien que ha expirado hace años, se preocupan del cumpleaños de un cuerpo sin vida y además, alimentan a una carcasa vacía esperando que ésta engorde un poco, notando su anormal contextura delgada. Disculpen por esta extraña confesión, pero hace años me suicidé, frente a sus ojos. Es obvio que no lo notaron, tampoco se preocuparon de la sepultura y las coronas de flores, pero no se preocupen, los perdono. Solo les pido que ahora me dejen partir, que este cuerpo mohoso sin alma extraña volver a la tierra. No es muy agradable vivir con la ropa apolillada y tampoco sentir como los pies se descueran lentamente por el proceso natural de la descomposición. Es molesto, y la verdad, no me interesa seguir perteneciendo al mundo de los “vivos”.
Es cierto, aún respiro, pero es por inercia. Mi corazón late por mera costumbre y mi piel aún se eriza por el frío, pero no tengo emociones. Me he suicidado de la peor forma; he destruido mi alma. No, en realidad es muy ególatra atribuirme aquel acto de grandeza. Mejor dicho, han destruido mi alma. ¿Acaso no lo recuerdas madre? Desde el momento en que decidiste tener un hijo, traer vida a este mundo, comencé a morir. Siempre me opuse a estar vivo, siempre mi cuerpo se opuso, mis sentidos atentaron violentamente contra todo lo que me ofrecía este mundo. La demencia, las alergias y las incontables pérdidas de conciencia fueron señales de aquello. ¿Cómo no lo notaron? Ah, es verdad… los fármacos lo solucionan todo, los médicos y psiquiatras conocen todas las patologías, las pastillas provocan adorables sueños.
Les dejo como recuerdo esto; apiladas están las cajas de medicamentos, justo cerca de mi cadáver. Espero no me encuentre mi abuelita, o nadie la salva del infarto…
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