La tarde que disfrutaba del reencuentro con mi sol y esa brisa que apacigüa sus embates, se acercó y me dijo: ¡Hola Pedro! ¿Cuándo llegaste?. Realmente, Yo estaba abstraído en el pórtico de la casa que me vió crecer. No había reaccionado a la primera, cuando soltó otras dos: ¿Cómo están tus hijas?. ¿ Y tu esposa, regresó también?. Ví por primera vez una sonrisa que armonizaba perfectamente con la luminocidad de unos ojos chicos, castaños y bien enmarcados por una sucesión de vellos que seguían, en su trazo, un comportamiento elíptico. A pesar del tiempo pasado, verla frontalmente, me disminuía como elemento imaginativo.
Ciertamente, partiendo de su aspecto posterior, había extrapolado un físico que se desvanecía, después de veinte años, con la mujer que tenía a un pié de distancia y que clavaba sus pupilas en las mías. Su mirada era interrogativa y sus labios estaban correspondiendo mínimamente, con el torrente de preguntas que ordenaba su cerebro. No sabía, ni siquiera, su nombre. Desconocía su procedencia, su estado civil, sus apellidos. Recordaba solamente, los minutos que tantas veces la había seguido, tratando de endulzar sus oídos con palabras, que luego, me parecieron ineficaces y que solo lograron un breve giro de menos de noventa grados de su cabeza, el cual me lució el preludio de una invitación a que la dejase en paz.
Sin embargo, de su boca nunca salió un monosílabo que motivara o desmotivara mi intento. Ignorarme fue su mejor vocabulario. Pero, y muy a pesar de todo, caminar tras élla, fue un juego delicioso. Haber visto el contorno de su cuerpo, percibir el golpeo de su extenso e intenso pelo negro sobre sus espaldas, el brotar de entre sus faldas de dos piernas anatómicamente equilibradas, la brusquedad de la estrechez de su cintura y el ondular incesante de dos caderas generosamente provocativas, fueron poderosas razones que me impedían desistir de mis persecuciones. Seguí por un largo tiempo con la misma táctica, pero mi andamiaje estratégico se derrumbó ante su silencio.
Ahora, cuando repaso la tarde que voluntariosa vino hasta mí, creo que son insondables los laberintos del cerebro humano. Pienso que las cosas opuestas se funden en un punto que no es fácil de detectar. Que lo que deseamos, a menudo, lo cubrimos con un denso manto y el removerlo podría ser labor imposible para muchos. Tal vez, élla hizo ‘lo que no hice’.
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