Cuando Miguel salió del recinto, varios periodistas se lanzaron sobre él, arrojándole a la cara destellos fotográficos, micrófonos costosos y preguntas improvisadas, carentes del mas mínimo significado. Quizás por ello miguel consideró la idea de que así como aquellos que lo rodeaban, nadie en el senado, ni tampoco nadie en el país habían comprendido una sola palabra de lo dicho minutos atrás. Idea macabra y absurda, sin lugar a dudas, pero su angustiante impresión lo obligo a detenerse; su discurso había sido emotivo, sustancial y acalorado, pero, ¿se había expresado con claridad?, ¿Habían comprendido los colombianos sus palabras, sus ideas, sus denuncias, sus emociones? La política es un juego de mascaras, un juego hipócrita de apariencias; él de manera estupida las había derrumbado todas, así que ya no tenia cartas debajo de la manga para defenderse, estaba políticamente desnudo. Acepto muy para adentro de si que su vida, entonces, ya no valdría nada. Sus pretensiones de justicia desestabilizaban un sistema Antiguo y atorado que el no podría modificar jamás. Los hombres como él no están incluidos dentro de esa maquina todopoderosa y rudimentaria; y esta no podía permitirse este tipo de interferencias, así que, obligatoriamente, uno de los dos tendría que desaparecer.
Pero había una esperanza; la maquina no sabia que él estaba desnudo.
Aun no, quizás, pero pronto lo haría, o quizás ya lo sabia, y diseñaba su muerte, como la de todos los otros que ocuparon su lugar.
Miguel cerró los ojos, mientras las cámaras lo fotografiaban y las grabadoras esperaban sus palabras. El discurso verdaderamente importante estaba ahí, frente al país. Muy secretamente, aquellos individuos que ocupaban una silla en el Senado saben a la perfección quien verdaderamente gobierna el destino de la nación; y Viven, Viven enmarcados dentro de la autocensura, dentro del miedo, dentro del servilismo, dentro de la obvia complicidad. Guardan silencio por que el silencio les hace poderosos, se ocultan detrás de la democracia pero solo son una cara superflua; son marionetas perfumadas, tratadas con benevolencia, con suspicacia. Cuando dejan de ser útiles, buscan a otros, y esos otros ocuparán sus sillas mientras ellos descansan de la agobiante realidad—claro, si se atreviesen a revelarse; cosa que jamás harían, por que disfrutan su papel— ocultos en alguna fosa común de esas que abundan en el país; así son las cosas, ¿por que entonces, el pretendía hacer las cosas de manera diferente?
Habría pensado que por cobardía, que por ambición, que por rabia, pero un ruido acalló sus reflexiones. Sus piernas se debilitaron y él se desplomó como una vieja estructura; y sintió frió, y también cansancio. Lamentó algunas omisiones, Lamentó algunas aventuras no terminadas, y también algunas promesas que no podrían ser ya cumplidas. Él no tenía una vida de la cual sentirse orgulloso, pero esta ultima vez, en esta ultima ocasión, había hecho algo que le permitía irse tranquilamente. Le habían ofrecido una forma sublime de morir; como los hombres de ideas, como los grandes del pasado, como aquellos hombres prematuramente civilizados que empañan la historia, y que él había admirado, desde muy joven. En esa historia solo la sangre fue capaz de construir verdaderos cambios, verdad amarga, pero innegable. Solo que a diferencia de lo que creen aquellos cuya existencia gira en torno a las armas, la sangre que genera el cambio no es la que se derrama con rabia, violencia e impunidad, es la que se ofrece al futuro, con amor, libertad y sed de justicia. Mientras exista la brutalidad, el sacrificio será la única forma de esperar algo de luz. Algún día las ideas fluirán entre las ideas, sin necesidad de mártires, ni de lideres redentores, ni mucho menos de armas que arrastren la vida de los otros; solo la verdad y el espíritu de cambio pueden con el pasado, solo el tiempo—el inclemente y todopoderoso tiempo—es capaz de imponer las verdaderas ideas. Miguel entonces tuvo la esperanza, con uno de sus últimos pensamientos, de que el ritual de sangre que él protagonizaba generara mas preguntas, acallara el silencio político, produjera un cambio, un fondo, una salida, y que jamás se repitiera; en verdad deseó que aquella historia jamás se repitiera.
Fueron una, dos, tres balas las que atravesaron su cuerpo.
Los periodistas se dispersaron, y los agentes de seguridad trataron inútilmente de localizar el francotirador. En aquel espectáculo, mientras veía a la gente esconderse y veía chorros de flash derramarse sobre su caído cuerpo, una idea demente producto quizás del dolor y la sorpresa se le escurrió hasta los labios; “No se asusten, señores periodistas—gritó con su ultimo aliento—olviden el pánico y sean consientes, de que esto que acaban de presenciar, ¡es la noticia que alegrará sus cheques a fin de mes!”.
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