ME LO ENCONTRÉ EN EL PARQUE GÜELL
Me encontraba como cada día cuidando del parque ¿Quieren saber su nombre? El parque se llama Güell, y es el más bonito de Barcelona, al menos eso es lo que yo pienso, y no crean que se lo digo porque soy una de las personas que se encargan de que esté siempre presentable, no, lo digo porque así me lo parece. Construido por Gaudí, que fue un gran artista adelantado a su tiempo...
Me estoy yendo por las ramas, de Gaudí pueden informarse si les interesa, pero no así de lo que ocurrió en el parque.
Como ya he mencionado antes, me encontraba en el parque cuando lo vi por primera vez. Estaba sentado en uno de los numerosos y preciosos bancos de piedra. Todo él parecía estar ausente del presente aunque sus grandes ojos azules proyectaban tranquilidad a quien los quisiese mirar.
Bien vestido, porte elegante, magnetismo natural, pelo blanco y abundante para su supuesta avanzada edad. Se llamaba Ricardo, lo supe después. Recuerdo que empezó entonces a llover, y ¿creen que se inmutó? Ni lo más mínimo. Siguió igual que antes, bueno, igual no, su cuerpo estaba empapado, pero parecía no importarle. Permaneció quieto como estatua. Ese primer día le llevé bajo cubierto, y aunque no me dijo nada, en sus ojos pude leer su agradecimiento.
Las siguientes veces que vino, poco a poco se lo fue recorriendo todo con ayuda de su infinita paciencia, pasito a pasito, rincón a rincón, banco a banco y descanso a descanso. Hasta que llegó un día, que como ya lo conocía todo, eligió el mejor sitio para que sus profundos ojos azules no se perdiesen detalle de todo lo que sucedía a su alrededor. Siempre se sentaba en el mismo lugar. Siempre a la misma hora.
Me alegraba que estuviese allí, observando, pero pasados unos días, me sorprendió verle llegar una mañana muy alegre e irse muy triste. Al preguntarle el motivo, no me contestó. Tampoco esperaba que lo hiciese ya que no le había oído decir ni una palabra en todos aquellos días, pero me supo muy mal verle así.
Al día siguiente quise fijarme en Ricardo para intentar entender el por qué de su tristeza. Desde lejos observé que mucha gente se le quedaba mirando, se le acercaba, eso no era normal. Me acerqué a él. En el suelo, justo delante de Ricardo se podía leer un letrero que ponía: “Vendo problemas” fue entonces cuando creí comprender lo que sucedía. Las personas que atraía como faro por su porte, su elegancia, su magnetismo natural, desaparecían al momento ante aquel anuncio ¿Cómo se podía vender un problema?
Le pregunté:
-Señor Ricardo ¿Quién le va a querer comprar un problema? –No obtuve respuesta alguna.
A la semana un chico con el semblante muy triste se le acercó:
-Señor, tengo un problema que necesita ser vendado con urgencia, y si puede ser, que no me quede cicatriz.
-Claro muchacho ¿Qué problema tienes?
Yo les veía hablar desde lejos, pero no escuchaba lo que decían. Cuando el muchacho se fue contentísimo me acerqué a Ricardo. Al llegar vi que sus ojos brillaban aún más que de costumbre, se le veía muy feliz.
-No me dirá que uno de sus problemas se lo ha vendido a un pobre muchacho.-Le pregunté-¿Saben que me contestó?: -No todo se da por algo. Yo sólo le he vendado un problema que espero se le cure con el tiempo.
Desde ese día nos hicimos muy amigos. He aprendido de Ricardo a ver las cosas desde distintos puntos de vista. A veces uno ve desierto donde hay oasis o espejismo dónde hay desierto.
Me gustaría ser un hombre faro como él para salvar de mares con tormentas de problemas a gente inocente que no se los merece.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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