RESPIRAR POR LOS OJOS
No recuerdo, de mí, más que, vagamente,
lo que observaba,
como fotos borrosas.
Unas fotos desenfocadas que, en la memoria,
se revelan después de muchos años,
es decir:
no recuerdo lo de un año atrás; sí tengo fotos borrosas
de algunas partes de mi casa de la infancia,
de mi cama, del pijamas celeste a cuadros, de alguna campera verde;
de días de lluvia, muchos días de lluvia;
de mis hermanos cuando eran chicos,
de mi mamá haciendo algo en la cocina,
de mi papá en la ferretería;
de los perros, mascotas sucesivas;
del patio de la escuela,
con chicos en guardapolvos
y una maestra que, creo, fusiona a todas las que tuve;
de mi uniforme en la secundaria,
de alguna chica, de algún dolor en el corazón;
de mi mismo, dibujando algo indescifrable,
como la maestra;
de la plaza llena de verde y sol,
de la plaza vivida desde diferentes perspectivas,
primero en frente, después a media cuadra;
de la casa de la abuela, con muchos primos, tíos;
de la abuela, sonriente, ojos claros, eterna;
los chicos del centro juvenil;
de bailes, de cumbias lentas y abrazos en la oscuridad coloreada;
de muchos momentos solo, siempre observando,
observando por observar nomás, que es respirar por los ojos.
Estas fotos, pocas más, o menos, constituyen
la frágil evidencia de que existo, o de que alguna vez.
27 de abril de 2007
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