UNA CELDA DE POSIBILIDADES (Prosa)
Me llamo Bruno; de oficio: obrero. Abeja obrera, específicamente y mal que me pese. Mi única función es traer comida a casa y acomodar a mis hermanos en sus camas mientras se desarrollan. Os parecerá un trabajo sin incentivos y tranquilo, pero la verdad (esa que ninguno sabe) es que a mí, personalmente, me resulta muy estresante. Todo el día de aquí para allá, de una celda a otra y, claro, ¡equivócate!, no os podéis ni imaginar el cabreo que se pillan mis hermanos, porque alegan que he asignado una cama que no corresponde a uno de nuestros hermanos que no corresponde; “¡Otra vez Bruno! eres un estorbo, ¡la has vuelto a liar!. Ya tienes 2 semanas, ya eres mayorcito, madura de una vez y haz bien tu trabajo de una puñetera vez”. Me estresan. Mis hermanos mayores me estresan. Pero no pasa nada, el domingo es mi día libre y no dejo que nada ni nadie me lo estropee.
El sábado por la noche llego a mi celda, arreglo las paredes (porque mi hermano, el de la celda superior, no sé qué hace que siempre me hunde el techo, para mí que está muy gordo y no cabe, y por eso se apretuja contra las paredes y las da de sí. Es que siempre igual. Luego me dicen que madure), miro la fotografía de mi Reina (porque, ¿os he dicho que tengo una Reina guapísima? Nunca la visto de cuerpo presente, me dicen que, como está embarazada, tiene un mal día. ¿Siempre tiene un mal día? No sé, no entiendo de eso. Me conformo con tener su foto) y me pongo guapo para irme de fiesta. Tengo sólo un traje, y por supuesto una corbata a juego. Me dicen las camareras del bar que con él parezco un canalla, pero que en el fondo soy un grumo de miel, pura dulzura.
Salgo de casa con poca cera, el aguamiel no cuesta tanto y yo no bebo mucho, que luego volver al trabajo el lunes me cuesta una colmena, y como me toque salir a por néctar no tengo fuerzas ni para hacer el baile de orientación. ¡Y para qué contaros!, cuando uno está cansado no ve por donde vuela, y de vuelta a casa hay multitud de peligros, entre ellos el esquivar la telaraña de La Viuda, que siempre la pone en el lugar más imprevisto, es que…como desde que murió su último marido está tan triste, aprovecha cualquier seda para hablar. “No debes perder el tiempo en charlar” me dicen mis hermanos, y ¿Cómo no voy a hacerles caso?. En fin.
¡Ey, ey, ey, que es sábado por la noche!. No hay que tener pensamientos negativos. Salgo de casa directito al bar. “El Aguijón” es uno de los pocos bares donde se puede escuchar música, porque es el único que está situado lejos de los panales principales. ¡Zumbidos!, hoy está de bote en bote… ¡Hoy toca “Patas peludas”! ¿Os he dicho que es el mejor pianista en cien colmenas a la redonda?. Esta noche promete. “Obreras, hoy interpretaré una cancioncilla animada para que bailen nuestras camareras: el can- can de los abejorros”. Es mi canción favorita, lo mismo me animo y me marco un batir de alas con las chicas. ¡Qué bien suena el piano cuando lo toca Patas peludas…
Dicen que la vida es una celda de posibilidades, tal vez, algún día me conozcan como “El canalla”, el mejor de los acólitos de Patas peludas.
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