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Y lo decidió esa noche, sola en su pieza, mientras intentaba ocultar el olor a hierba con el humo del incienso. Disfrutó su última noche, y como nunca durmió en paz; la decisión estaba ya tomada.
Al día siguiente no fue a la universidad, se quedó en casa escribiendo cartas, ordenando sus cosas y recordando tranquila. Esa noche se tomó siete aspirinas molidas en una copa de vino tinto; dispuso todo en su lugar, y al rato se acostó en su cama escuchando Tool. Se quedó quieta, disfrutando las canciones, una a una, y en el tercer minuto de la quinta canción se rasgó la carótida. Su conciencia se fue derritiendo entre los remanentes hedores incensarios y la voz de James Keenan.
Se fue durmiendo de a poco, los sentidos se le mezclaban y un frío le recorría la espalda. Un último hormigueo. “Ahora sí”, pensó… “ahora sí… adiós”, y Laura murió en su cama, tal y como lo planeó.
De pronto calidez. Comenzó a sentirse tibia, húmeda y encogida, lo único que podía oír eran zumbidos indistinguibles y dos corazones latiendo descoordinados. “No alcancé siquiera a descansar” pensó.
...Calibraxis... |
Texto agregado el 19-05-2007, y leído por 96
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