"La carta" Prosa

Nuestro estimado protagonista se encontraba en un cuarto lleno de una amargada y solitaria penumbra, tomaba un chocolate caliente en una taza de café; el chocolate caliente no había sido preparado con enjundia, se le puso leche fría en lugar de tibia y el chocolate hizo un pequeño pero molesto grumo.
Nuestro estimado protagonista se encontraba en un cuarto lleno de una nostalgia pesada y oscura que provocaba penumbra, sentado en su viejo piano bebiendo chocolate frío pensaba en la carta que había recibido en la mañana y que lo mantuvo atado a la silla hasta que dio la noche.
En su frente tenia una marca de la palma de su mano, consecuencia de haber sostenido su cabeza con esta por mas de doce horas.
Ligeramente había acariciado con los dedos un mechón de su cabello y con la otra mano doblaba su corbata para agilizar sus pensamientos, cada hora, suavemente.

La carta decía así:

Querido protagonista:

Le escribo en un tiempo de necesidad y urgencia, estoy en una situación de vida o muerte, que necesita de reflejos rápidos, astucia y valentía.
Necesito de usted.

Atte. Abeja en la telaraña.

Probablemente se estarán preguntando, y mofando, de como un asunto tan estupido, tan fácil de resolver, tan pequeño, ha mantenido a nuestro protagonista atrapado en un trance enfermo y eterno.
¡Y bueno! ¿Qué haría usted si recibe una carta de una abeja? Inmediatamente piensa lo siguiente:

“Es una broma”

“Que estupidez”

“¿Por quien me toman? ¡Roberto sé que eres tu!”

Y eso fue tal vez lo que pensó el protagonista inmediatamente, pero lo que provoco la intriga y el trance es lo que pensó después de sentarse a beber el chocolate frío:

“…y… ¿si es verdad? ¿Y si soy el único humano capaz de leer cartas de abejas? ¡¿Y si estoy frente a un momento único en la historia?!¡La primera intercomunicación entre razas por la supervivencia!”

Nuestro protagonista se sentía importante, único, intelectual, elegante, con problemas únicos, de interés general; caché.

Pero después, una cierta confusión generada por la inseguridad provoco los siguientes pensamientos en nuestro protagonista:


“nah, soy un imbecil, solo yo me tomo esta carta como algo serio, es un juego, seguramente la escribió alguien sin nada que hacer, o alguien que me odia, que me odia pero no me conoce en realidad porque si me conoces no me odias”

Pero se negaba a tirar la carta y pasar a hacer otra actividad más útil, seguía divagando, discutiendo en silencio consigo mismo que postura tomar ante la carta, actuar o no actuar.
Y se quedo ahí, siendo como fue en toda su vida, un estorbo.