Pudo haber sido una vez, en un pueblo bien conocido, una historia que merece ser contada: la historia de Efeseo, un joven espartano, que renunciando a su destino, emprendió un intrépido viaje en busca de la felicidad.
Era Efeseo de 18 años al llegar a la ciudad estado de Atenas, pero para poder continuar la historia, es necesario doblarle la mano al tiempo y volver unos cuantos años atrás.
Según la cultura espartana, una cultura principalmente guerrera, todos los niños, al cumplir 7 años de edad, debían ingresar al servicio militar. El estado se encargaba de su educación, no sus padres, por lo que la vida familiar era casi inexistente.
Cuando Efeseo cumplió sus 7 años de edad, era un muchacho pequeño, muy delgado y no muy bien cuidado, se vestía con ropas desordenadas y sobresalía por sobre sus demás compañeros por esto.
El primer día de todo espartano, de seguro es inspirador y esperado por todos, o bien, casi todos.
Un hombre alto, de unos 40 años de edad y de rostro magullado, vestido con algunas partes que parecían ser partes de su armadura, inspeccionaba a cada muchacho, les tomaba bruscamente de la cara con su mano derecha, y les abría bien los parpados y las bocas examinando con cautela. También apretaba sus extremidades y los levantaba, posteriormente los clasificaba.
-¿Cómo te llamas guerrero espartano?- preguntó el sujeto con una voz áspera y fuerte –mi nombre es Efeseo- respondió el chico, se podía sentir el temor en su voz.
Sin mucho cuidado, el guerrero levantó de un brazo a Efeseo y lo lanzo dentro de un grupo, el cual se podía distinguir por contener en si a los muchachos más pequeños y escuálidos.
Habían solo tres grupos, el grupo de Efeseo, un grupo en donde habían muchachos de estaturas superiores o de contextura deportiva y el tercero no se definía bien físicamente, pero la verdad es que se trataba de los futuros estrategas, gente inteligente.
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