Pero también eran verdad las anchas lágrimas como de lluvia que hacían del fin de aquella tarde el compromiso absurdo y fatuo de una noche más y mil días de menos. Agostaba y sí que es triste el invierno cuando duele en los pies pero te dolía más el no tener seguro adónde ir o al menos eso decía tu deuda que formaba un atado de cosas pequeñas, todas tus cosas al hombro.
—¡Pero qué frases de mierda, flaco!, ¿adónde carajos me fui? —Al Lechuga no le gusta que lo chamuyen—. Da igual, Lechuga, es la historia de Toribio el plomero que fue a laburar al Sur… —¿Ves que sos un boludo, flaco?, decís que da igual y después aclarás que se fue al Sur… te relampaguea el culo, flaco, qué querés que te diga—. Que Toribio fuera a laburar al Sur, es un punto, Lechuga. —Sí, el Sur es un punto cardinal, flaco—. Sucede, Lechuga, que algunas cosas hay que decirlas de cierta forma porque si no, no tienen onda, ¿viste?, es como el paraguayo que dice que la cabeza de pescado es buena para hacer sopa: imagináte que para eso tenés que ponerle mucha cosa, al caldo. —Claro, como las conchas de las putas europeas de principios del siglo veinte, verdaderos caldos de cultivo…— Principios eran los de antes; ellas también vinieron a laburar al Sur, como el Toribio. —Eran otros tiempos, flaco, para cuando se hubieron cojido a todos los borrachos, hubo muchísimos casos de sífilis… ¡llevaban la cabeza de la pija en el bolsillo del saco, flaco!— Ése también es un punto, Lechuga, vos me reprochás y al final usás metáforas de mierda… —¿Que lo qué?— Metáforas pelotudas, Lechuga: uno no puede andar con la cabeza de la pija en el bolsillo, y además a uno no le relampaguea el culo: Criticás mis frases y decís cosas parecidas. —¿Sabés lo que pasa, flaco? Pasa que los escritores quieren ser personajes pero en la vida real, eso es lo que pasa. Querés que sea tu personaje y no te gusta que te diga que te relampaguea el culo y además sabés que tu historia es baratita y te justificás con chamuyo y… ¿sabés lo que me hincha las pelotas, flaco? ¡Que luego de escribir cualquier boludez van y encaran al resto del mundo como diciendo “miren la maravilla que acabo de inventar”…!— Bueno, pues, eso es parte del juego, Lechuga, ¿acaso tenés alguna cosa mejor que hacer que ser un personaje? —Para vos es fácil, flaco, a vos nunca te cagaron a cuchillazos en un bar todo porque a un boludito de la luna se le ocurrió escribir dizque una maravilla…— Pero ésa es la diferencia, que a los personajes se los acuchilla y sirven para otro cuento —¡Sí, claro, pero nadie se acuerda del personaje y al escribiente apestoso todos van y le piden autógrafos… y a vos ni siquiera, flaco, vos sos un pendejo cualunque que no te conoce ni tu vieja y querés que haga de plomero y me vaya al sur todo para que una minita, una putita cualquiera te haga una novelita de porquería… ¿sabés el frío que hace por allá?— Mirá, Lechuga, me sale más barato, qué querés que te diga… si fuera al Sur a cagarme de frío gastaría una fortuna y vos, en cambio, lo único que tenés que hacer es asumir que yo digo que estás en el sur, y chau, ¡peor los actores de cine que tienen que ir de verdad, Lechuga! —Los actores de cine y Brand Pis y Demís Mur y el Spílber me chupan un huevo, flaco…— ¡Ah, claro, claro, porque el señor Lechuga fue personaje de Céline, o de Kafka, o de Hemingway, ¿no cierto?! —Eh… bueno, bueno, hay muchos personajes algo anónimos también, ¿la tenés? De los que son personajes de verdad, sin fama, que le dicen…— Te la hago fácil, Lechuga, vos no existís excepto porque a mí se me ocurrió que existieras, así que basta de sermones pelotudos y te ponés a pensar cómo mierda vas a hacer. —No, dejáte de joder, flaco, inventá un cuento mejor… además, ¡jua! “vosh nhu exishthísh eixcshiptho porqlhui shio quierhio…” ¡andá a la concha de tu madre, flaco pelotudo…!— Mi cuento no es más ni menos que un cuento; no es tan rebuscada la idea de un tipo que se va al Sur a laburar y su mujer queda sola con el hijo y le dan ganas de cojer, Lechuga, y quizás se dé cuenta de que la vida es para estarse cómoda y sin sufrir, entonces ella, en lugar de quedarse sola como una boluda en la casa se va a buscar trabajo y lo consigue. A todo esto el tipo está en la Patagonia yugando como un burro y con el solo proyecto de reencontrarse con su familia y un progreso… —¡El plomero es un pelotudo, flaco, dejáte de joder!— ¡Ah! Ahora resulta que el plomero y porque a vos se te ocurre, es un pelotudo —Claro, porque salvando el detalle de que vos me querés de plomero en tu ¡conmovedora! historia, el hombre debería saber que su mujercita, esa loca que le dio el hijo, se va a cojer a cualquier ñato que se le cruce y yo de cornudo y gratis no te la hago, flaco, qué joder...— Es que la cosa no pasa por ahí, Lechuga, en la historia hay una parte romántica de superación de esa mujer, y otra parte mística y misteriosa que vos, como sos un insensible de cuidado que además no sé por qué carajos te dicen “Lechuga”, no la entendés y ¿sabés una cosa? me parece normal que no quieras ser mi personaje, porque sos un pendejo. —Pero tu historia es vulgar, flaco, vos te creés un vivo bárbaro pero esa boludez del tipo que sale de su ciudad en busca de un futuro mejor está muy trillada— ¿Ah, sí…? ¡Pero miren todos al Lechuga guionista de exportación! ¡el gran original! ¡la eminencia! Es que la mina llega a creer que es lesbiana, Lechuga, y pretende seducir a una fulana que es directora ejecutiva de una empresa de la gran puta mientras que el marido lo pasa emborrachándose en los bares repletos de petroleros y demás hombres rústicos y malevos y seguramente vos, que sos un maricón de mierda, te calentarías con los marineros japoneses de los barcos pesqueros, Lechuga, pedazo de putete. —A ver a ver a ver, flaco, ¿cómo es eso de la mina que se hace lesbiana, eh?— En realidad viene de familia, la cuestión, porque la madre de ella es una vieja loca que el marido la cagaba a piñas y un día le dio con una licuadora encendida en la cabeza y lo dejó medio estúpido y ella, que era chiquita, se asustó mucho y la imagen de la mujer golpeando al marido con una licuadora rugiente le quedó grabada como a fuego, como un trauma según el cual toda señora debe hacer prevalecer sus derechos ante los hombres que de seguro son algo así como unos simios machistas y egocéntricos. —Te estás yendo al carajo, flaco…— ¡Momentito, Lechuga!, decía que cuando se ve sola y sin marido de casualidad conoce a esta mujer ejecutiva porque quería trabajar de doméstica y queda obnubilada ante semejante personalidad todo libertad y autonomía y éxito. Entonces se da cuenta de que la existencia que ha venido llevando es una verdadera aburrición, Lechuga. —¡Ah, pero qué bonita historia de vida me espera con vos, flaco! No solamente me voy al sur como un laburante sombrío y proletario sino que la muy puta de mi mujer me pone las guampas con una lesbiana ricachona y cachonda ¡eso es lo que yo llamo la mismísima mierda, flaco! ¿qué más me vas a hacer?, ¡¿un aborto?! ¿Acaso me va a preñar un pescador serbio, la puta que te parió?— No es para tanto, Lechuga, dejá de quejarte un poco y aprendé a existir porque me voy a poner a pensar otra cosa y vas a ir a joder a vaya uno a saber. —Vivo amenazado, flaco, así es difícil— Bueno, bueno, es que me ponés nervioso… —Nunca un gesto amable, nunca me contás de tus cosas, siempre me venís con que tengo que ser partícipe de una desgracia o un cataclismo y ahora con que mi mujer se hace lesbiana…— ¡Pero si tu mujer está muy buena, Lechuga! —¿Acaso te va mal con tu pareja, flaco?, ¿eh?— ¡Lechuga…! ¿adónde querés llegar? —Vamos, los escritores, hasta los pendejos como vos, flaco, son tipos solitarios y de un humor raro; a mí no me gustaría estar en lugar de tu mujer, que no es en un cuento precisamente…— Bueno, eh, está bien, no todo en la vida de pareja es color de rosas, Lechuga, pero estamos bien. —¿Y dónde está ella ahora?— Pues en el trabajo, claro, sale a las cinco y media. —O sea, flaco, que mientras vos estás preocupado por mi desempeño en un cuento de gente que no existe, tu chica está trabajando, ¡claro, claro…! trabajando, sí…— Ella es buena en su trabajo, Lechuga, no como ciertos personajes revoltosos y haraganes. —Oh, sí, ciertamente, hasta puedo imaginarla tan bien vestida tan empeñosa en la oficina ensalzando su productividad día a día mientras el maridito lo pasa peleando con alguien que dice que no existe, por temas de gente que no existe…— No entiendo cuál es el punto, Lechuga. —Si yo fuera vos, flaco, pasaría más tiempo con esa chica, ése es el punto— ¡Pero yo necesito mi espacio para desarrollar la creatividad, Lechuga! Y además soy un hombre sincero y de buenos sentimientos para con ella. —Oh, claro, por supuesto… como un plomero que con los mejores sentimientos para con su mujer se va a trabajar al Sur en pos de progreso y la deja sola…— ¡Eso es un puto y apestoso cuento que nada tiene que ver con mi vida, Lechuga! —¿Pero cómo, flaco, no era dignamente un cuento que además llevaba una cosa mística, una cosita de superación del sentimiento…?— No, Lechuga, es que para vos, que no existís, ese cuento es la historia de tu vida, porque sos nada más que un personaje y yo, que trato de ser un hombre de letras, puedo tomarme ciertas licencias del caso; hago historias de vida que el lector podría eventualmente concebir como válidas para además llevarse si así lo desea un pequeño mensaje, una pequeña reflexión, ¿entendés, Lechuga? —Yo lo único que quiero saber es qué está haciendo tu chica en este momento, flaco.— No me gusta ese tonito, Lechuga, ese punto y seguido que me dejás ahí es como pendenciero, no me gusta… —¿No se estará por convertir en algo raro, tu chica, algo así como en fiestera…?— Ni sueñes que voy a contestarte las pavadas que se te ocurren, Lechuga. —¡Qué aburrido, flaco…! Pero entre nosotros, podrías contarme alguna de tus cosas; sería totalmente aceptable que tu mujer luego del trabajo se quedara por ahí… en un bar, vos viste… con algún compañerito de oficina…— ¡Total y absolutamente normal, Lechuga, ¿qué duda te cabe?! —Viéndolo así, flaco, sería más una historia de vida que andarse puteando con un personaje de un cuentito de morondanga porque no quiere ir al sur a cagarse de frío y que no acepta que su mujer se convierta en una chupa-conchas… Y a mí me gustaría saber dónde estaba tu mujer ayer a las seis menos cinco de la tarde, flaco— ¡Pues no lo recuerdo, Lechuga!, qué te voy a decir… —Es una lástima, flaco, que vos que sos escritor no puedas contar a un personaje de cuentos algo tan sencillo como el paradero de tu chica de ayer ni menos que menos que menos de antier o de la semana pasada porque no te acordás… pero ¿sabés una cosa? Mejor sigamos con la historia, que quiero saber si mi mujer la que se hace tortillera tiene buen culo, al menos—.
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