Detrás de eso que dices llamar vida.
En la oscuridad en la que el murciélago teme penetrar;
allí donde se descubre tu ser, a la perfección;
aquí te azota el despedazado futuro,
él, que inevitablemente se ha desgraciado,
descubriste al fin la inmundicia que te ahoga.
El dolor se ríe de tu falta de vergüenza
y baila tomado de la mano junto a la bazofia que dices llamar vida.

Todos te otorgan la arrogante espalda.
No pretendes hablar en ningún tiempo con la nunca apreciada.
El temor a ser escuchada engendra esa sandez.
Caes tal gota de agua cada momento, sumando las ansias;
a cada instante piensas disfrutar de la mierda.
Reparas en la inmundicia que brota de tus genitales;
de tu boca que no exhala cosa comestible,
todo para desplomarte en la mano de la barbarie,
quien magulla el refugio del descaro puro.

Ya no queda nada sino el ventanal empañado a consecuencia de la lluvia,
con los residuos has quedado inútil, inservible e imperceptible.
Eres la sombra del farol, que dañado, vivió la vaga esperanza de iluminar al sol.
Pero todo acabó ahora, nada es.
Has deseado volver la vista del destello de luz,
el cual se filtraba surtiendo al viejo colchón de tu cama;
mientras el libertinaje jugaba papel fundamental de nuevo,
en eso que empeñas declarar como vida.
Pues será fácil para ti llevar grabada la insignia que reza “vaso con agua”.
Juegas al azar con la virtud y decides golpearte la vida
en tanto el espejo de tu alma muestra al centellear la verdad de ti…
Y el asco se enorgulleció.