El Anticuario
Jorge, era propietario de uno de los tantos locales de compra y venta de antigüedades que se sucedían en la cuadra.
Hombre casado, para su desgracia, ya que su mujer (el monstruo inquisidor según su calificación) no dejaba pasar un solo día sin provocaciones y reproches de lo más absurdos y enervantes.
Lo mejor que podía hacer Jorge, por supuesto, era pasar la noche en su querido y silencioso local, la piecita del fondo con la confortable cama de una sola plaza, era el refugio perfecto.
Noche de domingo, que silencio reinaba en el reducto del placer y la paz total, se entornaban sus ojos ya, pero insistía en repasar las cosas del local, qué se había vendido y qué había adquirido, y cuales eran las que ya casi estaba convencido jamás se irían de allí, por supuesto por sus exorbitantes precios, como aquel reloj de pie, la cómoda estilo Luís XV, el piano, el niño a escala natural de mármol, el oso polar de mármol también , si, jamás se irían de allí, a no ser que algún coleccionista potentado… pero muy raro.
¡Que silencio, que paz!
Ya casi abandonada la vigilia, y en las puertas del mundo onírico, escuchó que alguien se reía en forma escurridiza, luego se sucedieron unas exclamaciones de molestia y rezongue caprichoso. Jorge sacudió su adormilada cabeza y se levanto a tomar agua.
Ya despejado, volvió en busca del sueño, sus ojos bien abiertos escrutaban el techo descascarado. Dio media vuelta clavando su mirada otra vez en los objetos del local.
La risa retumbó ahora absurdamente, con intensidad inquietante, no podía venir desde la calle, era ahí mismo que se estaban riendo. ¡Quién es! ¡Estoy armado! Mintió aterrorizado.
Se seguían riendo, era la voz de un niño, se repitieron las exclamaciones de capricho e inquietud. Automáticamente clavo la mirada en la estatua del niño.
Sí, soy yo, dijo la voz del infante de piedra, que por supuesto se estaba comunicando telepáticamente.
Estoy enloqueciendo, pensó.
No, no estas enloqueciendo, es real, me estoy comunicando con vos, Jorge.
Pero … eres un objeto!
Ah! Parece que necesariamente hay que estar vivo para hacerse escuchar.
Seré un objeto pero me se expresar mejor que varios seres animados.
Que parlanchín ese niño de piedra, no lo soporto más.
Ahora un cuchicheo provenía del sector de la cómoda estilo Luís XV.
Murmullos ininterrumpidos llegaban desde el rincón donde estaba firmemente parado el reloj de pie.
¡Que es todo esto, deténganse! ¡Silencio! Gritaba inútilmente el atormentado anticuario.
El sonido era cada vez mas intenso, se multiplicaban las voces, los llantos y gemidos, las risas nerviosas, todos los objetos del local estaban enardecidos, parloteaban descontrolados, gritaban, algunos cantaban eufóricos.
Jorge atinó solamente a sentarse en un sillón y observar todo. Nada se movía, pero el lugar era una orgía de gritos, risas, monólogos sin sentido, cantos alterados y desentonados. El piano parecía discutir gravemente con algo o alguien.
Te quiero explicar que es esto, le dijo el niño de mármol. Sí, sí… Por favor. Le rogó Jorge al objeto.
Sucede, querido Jorge, que por alguna causa extraña, la mente de cada una de las personas que están muriendo en estos días y en estas horas, en cualquier parte del planeta, se está alojando en los objetos, pero no sólo en los de este local ridículo que posees, si no que en el resto de las cosas también.
Las almas querrás decir… Intentó corregir el señor anticuario.
¡No! Las almas no… ¡La mente! He dicho… reafirmó impaciente el niño de piedra.
Pero que locura por dios, ya no soporto esto.
Jorge huyo despavorido a la paz de su hogar con su natural y vivo monstruo-esposa.
Por supuesto no le contó ni media palabra a su conyugue. Pero allí tampoco encontró la paz. Voces y risas comenzaron a surgir de cada uno de los rincones de la casa, las sillas gritaban, las alacenas reían despavoridas, el baño entero era una aglomeración de parloteos absurdos y burlones.
Escapó aterrorizado, dirigiéndose a la costanera del río, mientras corría amargamente escuchaba que lo llamaban por su nombre desde todas las direcciones, pero la gente ni siquiera lo miraba.
Se arrojó bajo la sombra de un puente, tapándose inútilmente los oídos. El clamor, las risas, los discursos, los gritos desaforados de cada piedra, de cada adoquín, de cada poste de alumbrado, de cada objeto de la calle, lo estaban enloqueciendo, era el propio infierno.
Como pudo llegó a una armería del centro, y adquirió un esbelto y lustroso Smith & Wesson 38 Special, volvió bajo el puente, metió el cañón cromado en su boca, algo lo demoró un segundo, alguien le habló: “Piensa bien lo que estas por hacer Jorge” dijo una voz grave y apacible que provenía desde el mismo cañón cromado. Casi con una sonrisa de sorna, Jorge apretó felizmente el gatillo. Sus sesos se regaron a lo ancho y a lo alto del paredón.
Desde ese día, todo fue silencio absoluto. Los objetos del local y los de la calle no volvieron a pronunciar palabra. |