No sé si la conozco. Tan sólo soy consciente de su presencia. Ahí está, ante mí. aMe rindo ante sus ojos y ella, sin embargo, no se fija en mí.
Su pelirroja melena rizada, es como un pequeño fuego en continuo movimiento. Mientras, la luz de sus verdosos ojos me deslumbra, y no puedo mantener fija la mirada, como si esa sirena me avergonzara por su inalcanzable belleza, o más probablemente, de lo alejada que se encuentra la mía.
Miro, remiro y no paro de dar vueltas al botellín de agua que tengo entre mis manos. Un sudor frío recorre mi frente y lo noto cuando llega a mis manos. Nunca me había ocurrido cosa igual, así que mi disimulo es de lo más ridículo. Creo que, en este momento, el trabajo de espía o de actor de reparto queda muy lejos de mis posibilidades.
Pero esto no acaba aquí. Me levanto y con paso firme me aproximo a ella.
- ¿Sí? – me pregunta.
- Estoooo… Verás… Es que…
Me doy la vuelta y me siento. El sudor, ese río de agua que me recorre, ahora muy caliente, brota escandalosamente. Pero, ¿qué es lo que he hecho? Menudo ridículo. Ahora sí que tengo motivos para agachar la cabeza. Debería ponerme una capucha y salir corriendo.
De nuevo, levanto la mirada. Ahí está, como si no hubiera pasado nada. Me mira y vuelvo a agachar la cabeza. Se levanta y se dirige hacia la salida, no sin antes girar la cabeza y sonreírme, para marchar lentamente.
Ahora, después de cinco años, sigo tomando café, mientras leo, en el mismo bar, en la misma mesa. A veces levanto la cabeza para fijar la mirada en el hueco que ella dejó. Pienso, una y otra vez, cómo habría acabado todo si en aquel momento hubiera tenido el valor necesario para expresar mis sentimientos
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