Era un día lunes por la mañana(o eso creo) cuando desperté con una alerta, los del otro frente se acercaban, yo estaba en uno e esos lodazales infectados de ratas llamados trincheras, me levanté corriendo, tomé mi arma y comenzamos a disparar. Nos intentaban tomar por sorpresa, pero no lo lograron y vimos poco a poco los cuerpos de los oponentes caer, los pocos que quedaron con vida regresaron a su trinchera lo más rápido que pudieron.
La tranquilidad volvió a mi cuerpo luego de un rato, pero todo el tiempo debíamos estar alertas y cambiar la guardia por que la trinchera ponente podía atacarnos, hace algunos días nosotros intentamos llegar a la trinchera enemiga, pero el intento fracasó; llevábamos tres meses adentro de estas trincheras y solo una vez habíamos logrado avanzar, pero nos habían hecho retroceder rápidamente; muchos de mis amigos y conocidos habían muerto ya, pero a mí no me podía ocurrir eso, tenía una familia que cuidar y una hija pequeña a la que le había prometido que volvería y le llevaría una muñeca de regalo, esta muñeca yacía en el fondo de mi bolso con unos pantalones de cambio. Mi mujer vivía preocupada y esperaba que yo sobreviviera a esta guerra y yo sabía que no era solo por el infinito amor que ella sentía hacia mi, si no, porque tenía muy en cuenta el hecho de que ella sola no podría mantener a nuestras dos hijas. Sí tengo dos hijas, mi segunda hija es más grande, es una chica muy linda que pronto estará en edad de casarse, sin embargo, ella solo está enamorada de una cosa, y es su piano; ella adora tocar piano y aunque somos algo pobres todavía conservamos el piano de su abuela, es una niña muy buena en las cosas de las casa, ha ayudado mucho a criar a su hermana pequeña y siempre está dispuesta a ayudar a mi mujer a mantener limpia la casa.
Día tras día soñaba con volverla a ver y escribía cartas para ella, para mi mujer y para mi hija grande, cartas que sabía que nunca podría mandar. Sin embargo el hecho de escribirles diciéndoles que estaba bien e informarles que continuaba vivo me hacía sentir mejor, como si de verdad se los estuviera diciéndoles para que no tuvieran que continuar viviendo con la duda.
En la tarde de ese mismo día el comandante nos llamó a una reunión para contarnos sobre su nuevo plan para avanzar a la trinchera enemiga, no era nada muy astuto, yo y unos amigos debíamos quedarnos en la trinchera para protegerla por mientras que los demás salían a pelear, yo lo prefería así de esa forma era más probable que siguiera vivo, sin embargo lo que nadie había notado era que había un espía entre los nuestros el que le avisó a su jefe que no quedarían muchos de los nuestros dentro de las trincheras para el momento del ataque y que sería el momento perfecto para que un pequeño grupo de personas nos atacara mientras que otro defendían sus trincheras y de esa forma lograrían avanzar, por que habían destruido el elemento en el que se basaba el plan, el elemento sorpresa.
De todas formas como nadie había notado la presencia de este extraño individuo la noche en la que se dio a conocer el plan nada cambió y mientras que mis compañeros se alejaban escondiéndose para que no lo descubrieran antes de tiempo yo me puse a escribir a mi pequeña hija con el fin de de una vez por todas mandarle un paquete con una carta y la muñeca que le había prometido. Sin embargo ni yo ni mis compañeros habíamos notado que un grupo de 50 soldado enemigos se nos acercaba cautelosamente; entonces cuando ya estaban a unos 20 metros de la trinchera en la que nosotros estábamos Esteban notó su presencia y nos dio aviso a los treinta que estábamos allí; los soldados enemigos al darse cuenta de que ya los habíamos visto comenzaron a acercarse rápidamente a la trinchera mientras que disparaban, sin que yo me pudiera alistar a disparar me llegó una bala en el brazo, el dolor era indescriptible, y caí al suelo inconciente manchando con sangre la carta que escribía para mi hija Aunque esto parezca el final de la historia afortunadamente no lo es; mis valientes compañeros lucharon sin temor contra los 50 soldados y los vencieron. Afortunadamente lo que le sucedió a mi brazo no fue nada muy grave y me llevaron al centro médico que había al fondo de las trincheras donde lograron mantenerme vivo y llevarme a l a ciudad donde con los cuidados de mi esposa y de mi hija logré recuperarme y cuando salí de la habitación en la que estaba lo primero que vi fue a mi pequeña hija de 2 años jugando con la muñeca que yo le había traído, al verme mi hija corrió hacía mi y me dio un fuerte abrazo.
Ya han pasado muchos años desde que la guerra terminó, sin embargo, mi brazo no se ha sanado completamente.
Ha habido muchos cambios en nuestra vida, los estadounidenses ahora son la potencia más grande en el mundo ya que nosotros quedamos muy desgastado como país después de la guerra; mi señora está trabajando al igual que yo, ya que las mujeres como ella se han ganado poco a poco un rol en nuestra sociedad.
Auque mi vida ya está llegando a su fin me siento feliz de haber visto a mis dos hijas crecer y casarse, comenzar a trabajar y a luchar por sus derechos. Sin embargo, las dos chicas a las que he visto crecer y convertirse en mujeres grandes lloran igual que el día en que me despedí de mis dos pequeñas hijas parta irme a la guerra, porque estoy viejo y acostado en mi cama sabiendo que voy a morir, les pedí que me regalaran una sonrisa, ellas sin protestar sonrieron, esa fue la última vez que vi sus hermosas caras y la última vez que tomé la mano de mi esposa, y con esa sensación de felicidad cerré tranquilamente mis ojos para no abrirlos nunca más. |